jueves, 31 de octubre de 2019

PRADOS BORRASCOSOS


Si en primavera al amanecer los vierais en uno de los raros días en los que el cielo permitía a la luz del sol llegar hasta ellos, pensaríais que el verde rabioso e irreal de aquellos prados convertía al lugar en el paisaje mas idílico que pudierais recordar.

Pero no..., no sería fácil que lo pudierais ver porque los Prados Borrascosos, como las gentes los llaman, casi siempre están cubiertos de las nubes grises y negras de aspecto amenazador que llegando ya del Atlántico cansadas se abrazan, como los náufragos a las rocas para no ser arrastrados, a aquellos descarnados montes y allí, en su descanso, se alivian descargando el peso de la lluvia, la ira de los rayos, la molestia de los truenos y la ceguera de las nieblas.

No, No era fácil vivir allí. En aquellas alturas hasta en verano la humedad era la diosa y más aun en aquella región del sur que miraba a África y donde el resto de la tierra, llana y apenas ondulada era soleada, seca y árida y solo permitía cultivar el olivo que, duro y espartano, se extendía hasta el horizonte clavando sus garras por toda la llanura como los granos de la viruela salpican el rostro de un niño.

No, No era fácil para nadie salvo para Mateo, porque para Mateo, la soledad de los Prados borrascosos eran su vida y su casa y al igual que para las enormes vacas y los salvajes toros de lidia que constituían toda su compañía y que aquel hombre criaba en los mas tiernos y abundantes pastos, aquellas condiciones que se habían convertido en un paraíso y no sabrían ya , ni él ni ellos, vivir en otro lugar.

A Mateo, al que por pereza todos llamaban Teo desde niño, nunca se le preguntó, nunca tuvo otra elección y tras una mediocre escolarización en la parroquia del pueblo al pie de las enormes montañas donde además tuvo que ejercer de monaguillo para el cura y maestro del pueblo Don Damián, Teo fue enviado a los Prados Borrascosos con rudimentos de lectura y las cuatro reglas de los números en su cabecita. No, no fue crueldad, simplemente fue ley de vida, si por su padre hubiera sido, hubiera retrasado aquella decisión por lo menos hasta que se afeitara la barba. Pero con doce años, que allí ya era una edad para ayudar en el campo sobre todo si se era fuerte de complexión como Teo.

Además, como único varón entre sus hermanas, Teo sabía que como sus antepasados, estaba destinado a vivir con el ganado bajo las borrascas en aquellas condiciones imposibles para una mujer, al igual que su padre había hecho hasta que su enfermedad lo imposibilitó y el chaval, llegado el momento, no puso objeción alguna e incluso sintió halagadoramente que aquella responsabilidad le hacía sentir ya un hombre.

Ahora, en el momento de los hechos que os voy a contar, Teo tendría ya treinta y dos años y durante los veinte anteriores había vivido solo en la solitaria cabaña rodeada de cobertizos para el ganado ya convertida con su esfuerzo en un negro caserón bien calafateado con alquitrán y calentado a falta de electricidad por una fiera estufa.

Teo cada vez con menos ganas, todos los sábados al mediodía bajaba al pueblo para ver a su familia, realizar tratos y negocios, andar de copas con los amigos, ir resacoso a misa el domingo y comer algo que no fuera leche y carne seca, para subir de nuevo a los prados el domingo, ya de noche, guiado con una linterna cargado con una botella de aguardiente para calentar el gaznate de cuando en cuando, un cartón de tabaco de liar y unos cuantos novelotes de la biblioteca municipal que junto a las revistas y periódicos atrasados y un pequeño transistor a pilas, iban forjando toda su cultura y su visión del mundo a la vez que fraguaron en él una pasión casi religiosa por el Barcelona club de Futbol cuya derrota era lo único que podía alterar los lunes su flemático humor.

Su ganado, gordo y lustroso podía, con suficiente heno, encerrado bajo los cobertizos y rodeado por las cercas, podía mantenerse un par de días en aquel lugar sin sus cuidados protegido además por el accidentado acceso por trochas y sendas que hacía casi imposible el latrocinio y dos fieros mastines casi asalvajados podían ahuyentar a cualquier individuo o animal que merodeara por allí con aviesas intenciones

Era un lunes de diciembre cuando precisamente, Teo cabreado por la humillante derrota con el que su equipo había perdido en casa precisamente con el Madrid al que Teo profesaba un autentico "Odio africano", le tocó buscar Esperanza, una vaca rubia rebelde y autónoma que era ya la cuarta vez que escapaba de la cerca durante su ausencia semanal y aunque solía volver sola en un par de días, ésta vez, la tormenta eléctrica amenazaba con achicharrarla con un rayo.

Casi anochecido y cuando el mastín ladró repetidamente cerca del abrigo rocoso al píe de los peñascos que a veces utilizaban como refugio y aprisco, Teo supo que Esperanza estaba cerca y efectivamente, la encontró pastando allí con cara de no haber roto un plato.

Ya le había lazado los cuernos para tirar de ella, cuando oyó un gemido humano procedente del fondo de la oquedad y con la ayuda de la linterna se acercó prudentemente hasta que el halo de luz dio con el bulto claro acurrucado y tembloroso de una mujer que, lloriqueando, se protegía la cabeza con sus brazos como si tuviera miedo.

Cuando la mujer vio que Teo no la atacaba se relajó lo suficiente para hablar, Teo no entendió nada de lo que decía y supuso que era una senderista extranjera porque, aunque hablaba una lengua gutural, se señalaba con cara de dolor el tobillo izquierdo.

La mujer tendría unos cuarenta años era muy pálida y bastante delgada pero su rostro anguloso y sus ojos verdes amarillentos la hicieron tan bella a los ojos de Teo que no estaba acostumbrado a las mujeres, que podría explicar incluso sucia desgreñada y dolorida porque a Teo le pareciera la viva imagen de una virgen aparecida.

La magia duró hasta que Teo para valorar la situación, tocó el tobillo que estaba quebrado y el dolor fue tan intenso que la mujer perdió el sentido y Teo tuvo que llevarla desmayada a lomos de la vaca hasta el caserón donde aprovechando la anestesia de la inconsciencia, le recolocó diestramente los huesos y le vendó convenientemente el tobillo antes de reanimarla a base de aguardiente.

Solo Teo sabe la vergüenza que pasó para desnudarla, lavarla con agua tibia, vestirla con alguna de sus propias prendas y meterla bajo las mantas de su única cama sobre la que, vestido, tuvo que dormir a su lado porque el suelo de tierra, estaba helado.

Cuando Teo le devolvió limpia y lavada su ropa y vio que el suéter, los pantalones e incluso su ropa interior eran blancos como la nieve, a su mente, aunque con estas modernas prendas, volvió la imagen del pastorcillo que encuentra la imagen de una virgen en una cueva.

Este relato es muy corto para describir como a pesar de no entender una palabra el uno del otro surgió entre ellos un amor tan intenso y tierno. Tal vez eran dos almas solitarias y hambrientas, tal vez fueron los amorosos cuidados de aquel hombre acostumbrado a cuidar, tal vez la miradas de agradecimiento y la maravillosa sonrisa de aquella mujer hacia su salvador o tal vez, el cálido aroma a compañía que ella buscaba desnuda por las noches pegándose a su espalda, en fin ...quien sabe...el amor siempre es un milagro sin porqués.

Teo no pudo saber nunca de donde venía ni a dónde se iría después, nunca se hicieron promesas ni ilusiones y dejaron tácitamente su futuro al albur del tobillo y del tiempo o quizás simplemente se abandonaron al capricho de los sentimientos respetando sus rarezas como lo poco que ella comía y la manía de dar paseos sola al anochecer de los que volvía agotada cuando él, reventado por el duro trabajo, ya estaba dormido.

Pero tras meses de felicidad en los que Teo apenas bajaba al pueblo para no dejarla sola, le daba igual como quedara su equipo de futbol e incluso se olvidó de beber aguardiente y fumar, algo comenzó a ir mal...no, no fue cuestión de sentimientos ni de rarezas, pero Teo andaba cada vez mas triste y preocupado porque extrañamente las vacas e incluso los mastines no habían ganado peso durante el verano a pesar de que la yerba fue extraordinaria y llegaron al otoño tan flacos que marcaban las costillas y las ancas a pesar de las vitaminas que les había dado el veterinario que no encontró en ellos enfermedad alguna .

Por fin y con las primeras nieves los animales fueron muriendo. Primero fueron los perros, luego poco a poco las vacas de las que con lágrimas en los ojos Teo iba enterrando una o dos cada día, por último los toros de lidia más fuertes y salvajes de los cuales al final solo quedaba en pie el Semental.

Ante aquel desastre Teo, deprimido y triste, pensó que ella se marcharía y lo abandonaría y una noche, desesperado, se fue a buscarla en su paseo nocturno para rogarle que no le dejara.

Teo tras buscarla por todos los prados al fin dio con ella, que no lo llegó a ver a él, porque Teo aterrorizado y sin decir nada cuando de lejos la vio junto al Semental con la boca cerca de su cuello llena de sangre, se volvió a casa solo y en silencio.

Con horror, se dio cuenta de que con ella había pensado en la virgen y el pastorcillo cuando mas pegado a la tierra tenía que haber pensado en la antigua y ancestral leyenda del pueblo, que para él siempre había sido una paparrucha casi olvidada, de una misteriosa mujer de blanco que algunos había visto fugazmente en tiempos de hambruna.

Si, con la decisión tomada la esperó entre espasmos de llanto y aunque por su mente no asomó la palabra vampiro en ningún momento, había acercado la maza a la cama y sentado en ella estaba afilando una la estaca de ciprés para clavársela en el corazón.

Pero cuando ella llegó y se acercó a besarlo, Teo dejó caer la estaca al suelo y con los ojos llenos de lágrimas simplemente le ofreció su cuello lleno de amor y ternura...

Ya se amarían eternamente en el infierno donde entre llamas y vapores de azufre , cuando bajara ella mas pronto que tarde, encontraría a Teo esperándola.

Fin


viernes, 25 de octubre de 2019

incomunicacion v.2019


En realidad, no sé cómo llegó esta historia a mi cabeza. Tal vez, solo la soñé….Pero desde entonces no dejo de "pegarle vueltas". ¿ Cómo hemos llegado a vivir tan aislados y encerrados en nosotros mismos si el hombre es un ser de naturaleza social cuyo éxito como especie se basó en vivir en grupo. ¿ Es indiferencia… o es temor ? ¿ Será que nos hemos vuelto una especie individual y egoísta ?... ¿ Será que ya no necesitamos estar juntos para defendernos? o...  ¿ Será tal vez el miedo a que alguien desazone más nuestra ya desazonada vida lo que levante esa muralla emocional que pedantemente llamamos "Nuestro Espacio"?.



La verdad es que no lo sé…pero quiero compartir con vosotros ésta historia por si a alguien le hace pensar y saca de ella algún provecho.

Serían las cinco de la madrugada cuando el joven llegó a la estación y se sentó a esperar su tren en aquel viejo banco de madera adosado por el respaldo a su otro banco gemelo al que jamás había podido ver sus listones.


Estaba solo, no había nadie en los andenes. El pequeño estanco y la cantina estaban cerrados a esas horas y Andrés se moría de ganas de fumar. Su sangre le pedía la nicotina con mas desespero que el café o el desayuno. Si, Andrés tenía tabaco pero,algo adormilado, se había olvidado el mechero en el recibidor y ahora no veía a nadie al que poder pedir lumbre.

Para distraer las ganas decidió leer un poco, aun faltaba media hora para la llegada de su tren. Sacó aquel libro que había encontrado en casa de su madre, "la eterna viuda", como él la llamaba porque lo había criado sola en ausencia de un padre hasta que la pobre falleció.


Era un libro extraño y llevaba una ambigua dedicatoria, pero lo más extraño del libro, es que lo tuviera ella que era una mujer humilde y poco cultivada. Su autor era Darío Espina, un antiguo premio Nobel nacional de complicada escritura y mas difícil lectura cuya notoriedad hacía ya un par de décadas que había dejado paso a una fama discreta como escritor de culto para intelectuales.

A Andrés, le había cautivado el libro desde la primera pagina hasta el epílogo, lo había leído varias veces y estaba tan fascinado con el aura de maldición y su misterio de su autor que hubiera dado una mano por conocerlo.

El crujido de la vieja madera del banco le avisó de que alguien se había sentado a sus espaldas. Levantó la vista del texto y cuando miro hacia gran espejo del fondo de la sala de espera vio reflejado en él como detrás se le había sentado un individuo maduro y obeso que vestía un traje gris tan desaliñado como anticuado y que con aire de cansancio miraba ausente hacia las vías. Casi al instante, tuvo la tentación de pedirle fuego, pero... cuando volvió la cabeza para dirigirse a él, pudo percibir un fuerte olor a alcohol que lo detuvo en seco. ¿ No será un borrachín que viene de toda la noche de ronda...? ¿ No será un pesado que intente darme palique y molestarme con la excusa de darme fuego...?


Tras dudar un instante, Andrés reprimió sus ganas de fumar y volvió a meter sus ojos entre las letras.

Darío, había salido a buscar inspiración para acabar su libro de una puta vez. Llevaba meses intentándolo pero la obsesión que había crecido en él en los últimos tiempos parasitaba su mente y hacía inútil todo esfuerzo creativo.


Como el despertar de una larva que hubiera estado dormida en su interior durante lustros, los pensamientos sobre el hijo que tuvo con aquella mujer y el remordimiento de haberlos abandonado, habían aflorado violentamente formando un bucle continuo en su razón que apenas dejaba sitio para algo más. ¿Dónde estará él?...  ¿ Vivirá su madre aún?... ¿ Sabrá algo de mí?...

Tras una noche de deambular sin sentido y sin que las copas siquiera mitigaran su dolor, Darío Espina se había sentado allí derrotado en un intento inútil de evitar una noche más de malos sueños y cama revuelta. Tal vez fumar lo tranquilizara…pero.. ! No tenía tabaco y estaba todo cerrado!. Pensó en pedirle un cigarrillo a aquél muchacho que a través del espejo había visto sentado a su espalda leyendo, curiosamente, un libro suyo que reconoció por sus tapas.


Pero no lo hizo. Darío era un hombre muy tímido y pensaba además que no había mayor pecado en el mundo que molestar interrumpiendo una lectura.

Pasaban los minutos …La falta de nicotina creaba en ambos una inquietud que minimizaba sus aprensiones…la necesidad puede derribar muros...y al final, como si se hubieran puesto de acuerdo, ambos volvieron sus cabezas y se miraron para pedirse lo que les faltaba.

! Tal vez si hubieran podido hablar!…!Tal vez si hubieran podido llegar a conocerse!... pero !Ya era tarde!. En ese mismo instante un tren de llegó y se paró con un estrépito de puertas delante de aquel banco y Andrés cerrando el libro, se apresuró en levantarse y subir en él…

Si..., estuvo a punto de suceder...Si...,fue un casi…tal vez una sola palabra hubiera podido cambiar sus destinos... pero no la hubo...y aquellos dos hombres siguieron ignorantes por su camino sin volverse a encontrar jamás


Y es que… !Amigos!…. tal vez....a lo mejor...quizás... nuestras barreras a los demás y nuestros putos espacios..., lejos de protegernos, no hagan sino apartarnos de lo que más deseamos.

miércoles, 16 de octubre de 2019

SIMONA Y EL MINOTAURO

Simona llevaba semanas con el mismo sueño, túneles, y mas túneles en la semipenumbra de alguna mortecina lamparilla de aceite, silencio, pasos y carreras huyendo asustada y temblorosa y buscando amparo en la negrura perseguida por aquél monstruoso ser malcarado cuyos escalofriantes cuernos veía fugazmente al contraluz de alguna claridad, y cuyos rebufos y jadeos alcanzaban a veces su espalda hasta que la arrinconaba en algún recoveco sin salida y del que solo la libraba del ataque el despertar sudoroso jadeante y espantado. 




-! El mito del laberinto del Minotauro!, !Temor al sexo como diría Freud!, le soltó la Psiquiatra militar de la base aérea a las primeras de cambio con voz profesional pero adoptando una sonrisa empática a la vez que se quitaba las gafas para facilitar la comunicación...

Simona no dijo nada, ¿Para qué seguir…? cogió los tranquilizantes que le ofreció la Doctora y tras darle las gracias por el consejo de buscarse un alivio con un muchacho dulce y cariñoso, salió de la consulta.

Pero Simona, con grado de Coronel era una mujer libre y avanzada y una de las primeras mujeres piloto que llegó a la base y entre tanto hombre, jamás se había permitido enamorarse mas que de su carrera y de los azules cielos que surcaba con su reactor rayándolos con estelas blancas porque además de que de los mejores hombres de la base aérea ya estaban casados y el resto era una mediocre basura machista y mujeriega, Simona pensaba que el amor le podía pesar demasiado para decidir matar o morir en el aire si algún día metida en su avión el deber la llamaba a requerirlo.

La psiquiatra hablaba sin conocer, si no..., hubiera sabido que a Simona el sexo no le intimidaba, es más..., le encantaba y sin importarle el qué dirán, cuando quería, se "beneficiaba" discretamente a quien le gustaba, siempre que fuera un amigo de confianza, no hiciera daño a terceros y supiera tener la boca cerrada.

Si, Simona era consciente de su valía. En un país machista una mujer guapa y llamativa con treinta y dos años, no habría llegado hasta donde estaba si no hubiera sido una mujer de carácter fuerte, inteligente, estudiosa y con las ideas muy claras respecto a su vida además saber mostrar valor y en los momentos difíciles , " Tomar el toro por los cuernos" y demostrar que tenía más "pelotas" que sus compañeros y especialmente, los componentes masculinos de su escuadra de vuelo, cuyo respeto profesional y admiración incondicional se había sabido ganar por sus méritos y no por sus galones.

Simona salió de la consulta decepcionada y con el ceño fruncido, aquella "Loquera" era una ingenua y no había encontrado ninguna ayuda allí... Pero cuando el reflejo del sol naciente en la carlinga de su avión le deslumbró brevemente, la invadió una lúcida epifanía : El recuerdo angustioso de un Minotauro en sus sueños y "lo de agarrar el toro por los cuernos" lo tenía que resolver ella sola y además y como siempre hacía, afrontándolo con valentía, de cara, y por supuesto..."Con dos cojones" (con perdón)

Se documentó de cultura Minoica. En pocas palabras, la vida de aquel bicho fue tal putada que no le extrañaba que su alma aún anduviera cabreada y "dando por saco" por toda la tierra desde aquel jodido laberinto cretense.

Primero su madre Persífane, una mujer más "puta que las gallinas"(con perdón también) que sea por despecho o por puro calentón, lo engendró metiéndose en una vaca de madera pintada a manchas para que se la follara ( ya no pido más perdón..) el poderoso toro blanco que era un preciado regalo del Dios Poseidón a su marido Minos el rey de Creta.

Luego Minos como no pudo matar a aquella abominación, medio toro medio humano, resultante de la asquerosa infidelidad por temor a la ira de los Dioses, avergonzado, lo encerró de por vida en un laberinto imposible que le construyó Dédalo para que no saliera, ni nadie lo viera, y allí creció paliando su hambre y su lujuria (se supone que heredada de su madre) con una dieta a base de siete efebos y siete doncellas, que se debía comer sin pan ni nada y que Minos recibía cada tres años como tributo de los Griegos, que por entonces eran unos "pringados" y debían enviar a la poderosa Creta a sus más bellos hijos.

Por fin, la cosa acabó cuando los griegos, hartos, enviaron disimulado entre los jóvenes a Teseo una especie de sicario o matarife a sueldo, eso sí...guapo como un ángel, que acabó con el Minotauro y luego supo salir del Laberinto de Dédalo con el viejo truco del hilo y el ovillo que le había enseñado Ariadna la hija de Minos a quien el chaval se debía haber previamente "camelado".

El siguiente punto a resolver era ir a Creta. Simona estaba convencida de que si lograba dormir en el laberinto, su sueño no se interrumpiría y que cuando la acorralara, aferraría a ese bicho por los cuernos y aunque la mordiera, la violara con furia hasta estallarle la vagina o la matara a dolorosos orgasmos con su desproporcionado y nudoso miembro, ella, en su pesadilla, estaba segura de que acabaría venciendo en aquella pelea y terminaría con los "huevos" de aquél astado colgando sangrantes de su mano y nunca más aquella alma maléfica y cabrona volvería a joderle sus sueños...

Semanas después, a la Coronel se le presentó la ocasión cuando su escuadra camino a Afganistán tuvo que hacer una larga escala en la Isla de Creta para repostaje y mantenimiento y se le concedieron tres días de permiso.

De entrada, el asunto se presentó decepcionante, el famoso Palacio de Knosos no era mas que un árido y confuso pedregal gris con un pequeño montículo sobre el que cuatro o cinco columnas rojas bastante horteras que parecían de tramoya de teatro sostenían un pedazo de techo ruinoso y del puto laberinto... ni rastro.

Gracias a una guía turística local que vio cómo se marchaba abatida, Simona se enteró de que el laberinto era una leyenda y que jamás se había encontrado, pero que últimamente los arqueólogos pensaban que nunca existió como tal y que de haber existido algo, Minos debió meter aquel a aquel bicho (o tal vez un toro travieso y cabrón) en una cueva calcárea cercana fruto de un rio subterráneo seco cuyas ramificaciones y estrechuras la convertían en un laberíntico galimatías.

Diez Euros le costó a Simona sobornar al desarrapado y maloliente pastor de cabras que cuidaba la entrada de la puta cueva cuando llegó ya al anochecer para que, quitando con sonrisa irónica una cadenita oxidada, aquel impresentable sujeto le permitiera el paso para pernoctar en su interior.

Simona, arañándose codos y rodillas y maldiciendo y blasfemando entre dientes en arameo figurado, se adentró con la linterna en aquella maraña durante mas de una hora.

Finalmente, Simona encontró una oquedad de suelo arenoso de tamaño suficiente para acostarse, extendió el saco de dormir y se tiró sobre él. Luego se desnudó, se maquilló, se perfumó, ensayó algunas poses lascivas y usando como almohada la mochila se dispuso a dormir no sin antes pegarse un "lingotazo" de aguardiente a modo de somnífero.

!Había acertado! A los cinco minutos, de nuevo el sueño estaba allí, quitando de que ésta vez, iban reptando por las estrecheces y el Minotauro ya le iba tocando y babeando los pies con su lengua rasposa... pero ésta vez, ella iba preparada con una linterna en la mano y una pequeña navaja plegable escondida en su vagina...

Por fin, tras una interminable persecución onírica el monstruo logró acorralarla en un ensanche de fondo ciego.

Simona ya podía oler su fétido aliento y el tacto calloso de sus dedos buscando sus pechos, pero efectivamente, no se despertó como siempre, se dejó caer en el suelo resbalando por la pared para huir de su abrazo y para deslumbrarlo y poder asir sus cuernos, encendió bruscamente la linterna enfocándolo a la cara.....! Que sorpresa ! !Aquello no era un monstruo! El monstruo era apenas un joven extremadamente delgado y pálido cuya blanca cabeza era la de un ternero de rizos suaves y apenados ojos grandes y azules de los que parecían caer unas gruesas lagrimas que enternecieron el corazón de Simona hasta el punto de que lo invitó a acurrucarse junto a ella e intentó consolarlo pasando la mano entre sus cuernos hasta acariciar su oreja.

-¿Sabe Vd. Doña Simona?, le dijo aquella atormentada alma, no hay nada peor que la soledad de vagar cuatro mil años en los que nadie me ha amparado. Solo soy medio humano y en el cielo y en el infierno acogen a buenos y malos pero se niegan a acoger mitades.

Simona y el Minotauro estuvieron todo el sueño abrazados mientras ella trataba de animarlo, por fin ella le dijo antes de despertar...

-Mira "Mino"...es poco lo que yo te puedo ayudar, ¿ Has oído hablar del Ateísmo...? ¿No..?, pues prueba con eso y si no funciona yo siempre te ampararé en mis sueños...

Cuando abrió los ojos, Simona se vistió, salió de la cueva con el viejo truco del hilo y el ovillo de Ariadna e inspirando profundamente el aire fresco con olor a pinos, le dijo sonriendo al cabrero socarrón :

! De Puta Madre! y enfiló colina abajo mientras el confuso cabrero vio como del camal izquierdo del pantalón de aquella loca caía una pequeña navaja...

Fin.

viernes, 11 de octubre de 2019

AMBROSINA


CANCIÓN MERCEDES SOSA 
https://youtu.be/cNMhgC1yg_U 

Ahora estoy convencido de que Ambrosia, Ambrosina como se hacía llamar, se inspiró en la historia de la poetisa argentina y feminista de los años 30 del siglo pasado Alfonsina, o por lo menos, en la canción que le cantó Mercedes Sosa y que imagino, no se la quitaba de la cabeza en sus últimos días porque desde aquel suceso, tampoco me la quito yo.

Por la blanca arena que lame el mar 

su pequeña huella no vuelve mas 

un sendero solo de pena y silencio llegó 

hasta el agua profunda 

un sendero de penas mudas llegó 

hasta la espuma 



¿ Cómo sabe de esta historia un pobre tullido sin piernas obligado a arrastrar su cuerpo anciano con una antigua silla de ruedas por todo el paseo que bordea la bahía donde, en ausencia de turistas en la soledad del otoño, los ancianos, tullidos, solitarios amargados y todo tipo de discapacitados vagábamos a falta de fondos en silencio como perros perdidos en busca de un poco del sol y la belleza del mar?.

Ambrosina sin embargo, solía caminar erguida a pesar de los cuarenta, con su cuerpo armonioso y su pelo siempre juguetón con la brisa, su elegante cuello y su rostro de ojos grandes cuya boca parecía una pequeña figurita de coral eternamente dispuesta a sonreír. Su belleza y la delicada cadencia de sus pasos atraía la mirada de todos los hombres mas o menos desgraciados de aquel paseo-sanatorio, alegrándoles la vista y mas aún si pensáis que toda aquella gracia, la exhalaba de su cuerpo a pesar de ir arrastrando un pesado carrito grande de bebé del que ocasionalmente. surgía la cabecita deforme de un niño de unos cinco años.

Si.., la historia me la sé, y me la sé mejor que nadie porque Ambrosina , que caminaba despacio porque nunca escatimaba dejarse mirar por aquellos desafortunados parias para alegrarles el día, solamente se detenía a hablar conmigo.

Al principio , hace cinco años , cuando se me acercaron Ambrosina y su carro por primera vez pensé que, como a tantos otros espectadores, la atraía la curiosidad medio envidiosa de ver como alguien, logra con sus manos de una forma casi milagrosa, plasmar la belleza que todos sentimos pero que después se nos escapa un instante como la arena de entre las manos..

Tras saludarme, le conté a Ambrosina que entre mis manías de anciano, estaba la de pintar el mar siempre desde el mismo punto para captar lo cambiante de sus formas y colores y de sus luces y sombres para así poder llevarme cada día a casa según lo que a la naturaleza se le hubiera ocurrido mostrarme. un cuadro distinto cada vez.

Con el tiempo, supe que se alegraba cuando me veía a lo lejos con mi silla de ruedas y cabello blanco arremolinado abstraído pintando el mar en mi pequeño caballete porque os tengo que decir, que cuando tras mirar mi cuadro ella se inclinó amorosamente para sacar en sus brazos a su hijo para que el niño viera el cuadro también mi sorpresa fue tan grande que me quedé paralizado con el pincel en la mano y un terrible escalofrío en mi cuerpo, porque cuando me di la vuelta , aquella mujer sostenía en sus brazos un ser repugnante y monstruoso de piel casi trasparente que para no caer, se le agarraba al pecho con las garritas de un pequeño mono mientras ella, con una mano lo sostenía y acariciaba y con la otra mano sostenía en pie y pegada a su propia cara una y deforme cabeza de pelo ralo, rasgos abobados y boca babeante.

- ¿Qué bonito?¿Te gusta "Tete"...? ¿Te Gusta...?

el niño comenzó unos movimientos espasmódicos que lo sacaron de la letargia y con una voz chillona dijo:

-!ti...! !e onito! !e onito! !e onito! !e onito!!ma..

- ¿Sabe? dijo Ambrosina dirigiéndose a mi a modo de disculpa: A "Tete" le ocurre como a Vd., el pobre es como un vegetal indiferente a todo y la única parte de su cerebro que parece funcionarle y hacerle feliz es la percepción de los colores y sobre todo los del mar, por eso lo traigo todos los días esté en calma azul, ventoso y verde o negro y tormentoso aunque tengamos que venir con impermeable y paraguas y para mi, ese !,É onito!! Ma!...que repite hasta la saciedad es una autentica música celestial que me dice que está siendo feliz.

Pasó el tiempo e invariablemente el rito se repitió todos los días, Ambrosina llegaba siempre feliz y sonriente, conversábamos cordialmente un poco de todo durante los pocos minutos que se detenía incluso veces reíamos juntos alegremente de alguna ocurrencia,... pero pudorosamente jamás hablamos de su situación sentimental ni de la enfermedad de "Tete" .

Recuerdo exactamente el día, el maldito día...si, lo tengo pintado, no había nadie en el paseo, el sol cansado ya se ponía, la brisa venía del este y las aguas

aunque con poco oleaje se mostraban intranquilas...

-!!E onito!! !!E onito!! É onito!! Ma!...

Cuando me dí la vuelta, Ambrosina estaba allí, pero su sonrisa no, creo que fue la primera vez que la vi tan seria.

- Quiero pedirle un favor me dijo, ¿ Podría guardarme este sobre.., es importante para mí y temo que el niño me lo rompa o que alguna ola me lo moje...

-Claro Ambrosina..!Faltaría mas...! le dije lo mas servicial que pude...

-Es usted un cielo gracias ...y el cuadro le está quedado precioso.

Ambrosina y su carro continuaron su camino pero yo dejé de pintar y algo preocupado y con un regusto amargo en la boca los seguí con la mirada...

Cuando Ambrosina creyó que yo ya no alcanzaba a verlos. salió del paseo, metió el carro en la arena y se desnudó despacio permitiéndome atisbar entre la bruma el maravilloso cuerpo que en mi interior siempre había deseado ver.

Pensé que se iba a bañar aprovechando la soledad del momento, pero acto seguido, sacó a tete desnudo también de la cuna , se lo abrazó al pecho y con un pañuelo se lo anudó a la espalda. Luego, miró al cielo y a la inmensidad del mar suspiró y despacio pero con paso seguro se fue acercando a la orilla, chapoteo las primeras olas y sin aspaviento alguno se fue adentrando hasta que sus cabecitas dejaron de verse en medio del oleaje....

Deseperado y maldiciendo mi cojera yo no podía ayudarles, no podía hacer nada...solo podía gritarles hasta que me quedé afónico y al ver que sus cabezas no volvían a salir de la espuma me fui con mi silla a pedir inútilmente ayuda.

Jamás se encontraron sus cuerpos, una benévola corriente se los debió llevar juntos y atados hasta el fondo del océano donde todo es silencio y todo es belleza.

por respeto a su memoria con la vana esperanza de que aparecieran de algún modo...esperé unos días en abrir aquella carta ...



No se culpe a nadie, estoy segura de que ni siquiera Dios de atreverá a culparme y menos aún de separarme del alma de mi hijo "tete".

No me arrepiento de nada. lo quise parir a pesar de que los doctores me avisaron de su malformación incompatible con la vida y a pesar de que su padre me dejara sola y tirada, lo traje a este mundo. Pero como un león, cuando nació tete se agarró a la vida con uñas y dientes y lejos de darme problemas para mí ha sido lo mejor que me ha ocurrido, ha dado sentido a mi vida y desde que lo abrecé por primera vez no he vivido sino la más completa felicidad que pudiera tener una mujer. Pero desgraciadamente, yo sabía que su felicidad estaba ligada a mi vida y que cuando yo muriera solo le esperaba la soledad el dolor el sufrimiento y una muerte larga y terrible y por desgracia, esto ha llegado más pronto de lo que esperaba, el cáncer roe mis entrañas y apenas me quedan unos pocos días de aliento y prefiero que su alma. se venga con la mía a donde quiera que vaya y que nuestros corazones dejen de latir juntos donde a Tete mas le gustaba....en el mar...

Con mis lagrimas emborronando la carta, la canción de Alfonsina se metió en mi cabeza y ahora siempre que pinto se cuela en mis cuadros....

Te vas Ambrosina con tu soledad 

¿Que poemas nuevos te fuiste a buscar? 

Una voz antigua de viento y de sal 

te requiebra el alma y la está llevando 

y te vas hacia allá como en sueños 

Dormida Ambrosina vestida de mar. 

y cuando los termino...siempre pienso...

!! É onito!! Ma!...

viernes, 4 de octubre de 2019

AZUL TURQUESA


Fue una sorpresa. Nada me indicaba lo que a continuación iba a suceder con Ao mi vecina japonesa que meses antes vino a vivir en el piso de al lado y con la que había iniciado una extraña amistad.

Inesperadamente, aquella tarde  Ao salió desnuda a contraluz de aquel pequeño biombo lacado en negro y pude ver que su silueta delgada, menuda casi de muchacho se recortaba sobre la claridad difusa de los paneles de papel de arroz de la puerta corrediza del fondo y se vino hacia mi tímidamente en silencio caminando muy despacio con pasitos cortos y actitud humilde hasta que la luz de las velas, iluminó cálidamente su figura dotando su pálida piel nipona de un dorado suave. Su sexo era apenas una rayita de vello púbico fino y oscuro de aspecto casi infantil  más que excitación, produjo en mi una tierna aprensión casi pederasta.

Como si fuera lo único que le avergonzara, Ao solo cubría a mi vista sus minúsculos pechos que tapaba cruzando ambas manitas en las que sostenía dos pequeños cuencos de cerámica obscura.

Cuando ella llegó hace seis meses a la ciudad y la encontré en el jardín de acceso al edificio, iba cargada con un troley de viaje casi mas grande que ella que iba arrastrando con dificultad, un par de ordenadores portátiles y un enorme bolso.

Me ofrecí a ayudarla para remontar los quince escalones que aún le quedaban para alcanzar el nivel del ascensor y cuando pulsó el botón del sexto piso, fui consciente que aquella que aquella "chinita" minúscula de edad indefinida, vestida con unos tejanos ajustados y una camiseta gris oscuro y a la que solo dos o tres pequeñas curvitas la distinguían de un muchacho, iba a ser mi vecina en el piso vacío de mi rellano.

Os juro que yo, a pesar de los meses que llevábamos en una relación de seres solitarios en los que todas las tardes a partir de las seis, tomábamos el te juntos en su casa cuando ella volvía de su trabajo como ejecutiva de una gigantesca empresa tecnológica, no había recibido "señal" alguna por su parte o si la había hecho, no la había yo captado y tampoco me constaba que yo por mi parte hubiera emitido muestra o insinuación alguna alguno de deseo hacia ella, porque realmente no lo sentía ya que pasaba yo por entonces por una época de cierta indiferencia misógina y  aunque me sentía agradablemente cómodo con mi asexual amistad con Ao a la que esperaba nervioso cada tarde buscando su compañía como un adicto espera su dosis y quedaba profundamente decepcionado cuando por cualquier razón no podía regresar, no sentía entonces atracción amorosa por ella ni por ninguna otra mujer.

En realidad, las experiencias que en mi pasado había ido teniendo, me  habían convencido de que el matrimonio se había convertido en la sociedad actual en un camino desequilibrado del que la mujer es la mayor beneficiaria mientras que para el hombre, las ventajas que supone, no alcanzan a compensarse con la pérdidas de libertad y recursos y mas aun, si como yo, piensas que ya somos demasiados en el planeta para traer alguno mas aquí y esta creencia, es como un torpedo que hunde cualquier plan de realización vital de una mujer.  

Cuando Ao llegó por fin frente a mí, se arrodilló tímidamente al modo japonés y moviendo coquetamente su lisa y tiesa melenita de azabache, liberó sus pechos su prisión de cerámica  depositando ambos cuencos cuidadosa y elegantemente sobre la mesita baja auxiliar a la vez que esbozaba una enigmática sonrisa de invitación que me permitió observar por primera vez aquellos dientes blancos y unos labios que yo creía inexistentes pintados de un rojo apasionado que hacía parecer mayor su pequeña boca y que contrastaban con el violeta suave de sus grandes y oblicuos parpados que lució cuando a continuación, bajando los ojos en actitud de humilde ofrecimiento, me mostró aquellos pechos blancos del tamaño de una manzana punteados con dos pequeños pezones violáceos y prietos.

Yo, que no pude aguantar nunca el arrodillado oriental, estaba aquella tarde como siempre sentado en un banquetín enano con las piernas cruzadas al modo árabe y me había quedado de piedra, mi cara debía ser un poema al pasmo y un monumento a la cara de idiota con la boca abierta y no sabía qué hacer, ni que decir, ni como reaccionar y cobarde y vergonzosamente, aparté mi mirada de su cuerpecito y para ganar tiempo, la refugié hacia aquellos cuencos cómplices que sobre la mesita debían aun mantener el calor de aquéllos pechos y mostraban en su interior el azul turquesa más simple, bello y misterioso que jamás había visto.

Aquel azul que me fue serenando, debía ser el azul de su nombre Ao que significaba Azul en japonés y debía ser el color exacto del azul con el ella identificaba su alma porque todo lo que la rodeaba, incluso el más mínimo objeto en aquella casa pintada de oscuro, cubierta de esteras y sin apenas muebles, para Ao tenía Zen, es decir, un significado profundo y vital que la conectaba a la realidad a través de las formas más simples y serenas y desde aquél pequeño y cuidado bonsai que debía evocar para ella los bosques de su tierra, hasta los tres grandes guijarros de granito que iluminados cuidadosamente para ofrecer varios tonos y sombras que debían representar en sus pensamientos las abruptas montañas de su aldea de Hokaido , hasta pasar por los sencillos cuadros de haikus, extraños y enigmáticos poemas de grandes letras en blanco y negro incomprensibles para un occidental y que a mi me recordaban a gallinas huyendo espantadas.

Ao se dio cuenta de mi azoramiento, era inteligente y supongo que esperaba una reacción así ya que en ninguna cultura en el mundo un acercamiento sexual sin el menor rasgo de pasión entre dos personas libres se hace de modo tan explicito y sorpresivo y delicadamente, tomó la tetera de hierro fundido y con cierta ceremonia llenó de liquido ardiente y humeante aquellos cuencos turquesa y me ofreció uno entre sus manitas para luego tomar ella el otro.

Así, permanecimos en silencio bebiendo el te con los ojos cerrados mientras yo trataba de encontrar un significado a aquello.

Recordé que Ao me había comentado que había pasado sus diez últimos años de un sitio a otro como coordinadora tecnológica de su compañía, que había vivido en Nueva Zelanda, Alemania y Rusia y que ésta vez  España iba a ser su último destino puesto que había ascendido en el escalafón de su Empresa.

Recordé también nuestras largas conversaciones en inglés macarrónico salpicadas de algunas expresiones españolas que ella iba aprendiendo que, aunque entretenidas y amenas, no eran nada profundas pero en aquel ambiente exótico de claroscuros y luces suaves e indirectas donde nuestras palabras quedaban absorbidas por esteras y tejidos se creaba un contexto de confidencialidad y susurros que serenaba mi espíritu y aliviaba mi alma como si de una confesión se tratara. Yo le preguntaba con curiosidad acerca del Japón y me maravillaba de cuan distintos éramos en gustos, costumbres, tradiciones y de la forma de ver la vida, el amor y la muerte, mientras que ella, no parecía mostrase demasiado interesada en los españoles y sus cosas sino que sus preguntas venían a centrase acerca de mi, de lo que sentía, de como resolvía mis cuitas e incluso en ocasiones, me sometía algunos juegos de mesa japoneses en los que ella estaba interesada en captar como funcionaba mi mente y mi lógica, lo que yo interpreté entonces como una excentricidad mas de aquella extraña y enigmática raza.

Por fin, tras un intervalo de silencio en el que no le dirigí la mirada ni una sola vez, Ao ante mi pasividad e indefensión mas absoluta, desabrochó con sutileza todos los botones de mi camisa, bajó la cremallera del mi pantalón, dejó al descubierto mi pecho y mi adormilado sexo y luego se levantó, acercó primero su pequeña y peluda flor a mi rostro y lentamente, se sentó a horcajadas sobre mi desganado pene.

Lo he pensado mil veces, la verdad, y aún no sé si fue el exquisito aroma a azahar de su monte de Venus o la suave humedad en la que se enzarzaron espontáneamente nuestros sexos mientras su lengua sometía a la mia a una implacable lucha de anguilas, pero tampoco dejo de pensar que el extraño y azulado color del te del cuenco turquesa era inocente en la anormal reacción que tuvo mi cuerpo porque incluso antes de que Ao comenzara a moverse primero circularmente y luego hacia arriba y hacia abajo tomando de mi algo que ella convertía en pequeños y extraños quejiditos , hasta aquel grito final que ni en sueños yo hubiera pensado que podía salir de aquella pequeña garganta y que me hizo llegar casi a la vez que ella al éxtasis , yo sentía ya por ella una ola de un amor infinito y antinatural mas intenso y raro, cuanto mas aceleraba sus movimientos como pude observar como un hipnotizado voyeur o un espectador de mi mismo, en el reflejo de nuestro abrazo en un alargado espejo que, no sé si intencionadamente, había al fondo detrás de ella y cuya imagen ha quedado grabada para siempre en mi retina.

Después, siguiendo con la condición imprevisible e inesperada de aquella tarde, en la que mi voluntad parecía no contar para nada, tras los largos minutos que permanecimos abrazados en silencio tras aquel extravagante orgasmo oyendo como se normalizaban nuestros latidos y respiraciones, Ao se levantó desenganchándose lentamente de mi cuerpo, volvió a arrodillarse frente a mi sobre las esteras se inclinó varias veces hasta llevar su frente hasta el suelo dándome las gracias y luego, desde allí y sin mirarme, me pidió dulcemente que me retirara para que pudiera estar sola.

Nunca mas volví a ver a Ao. Al día siguiente la esperé  inquieto con la impaciencia de saber algo mas que le diera algo de sentido a lo que había sucedido entre nosotros, pero ella, no volvió ese día..., ni el siguiente..., ni al otro..., ni nunca mas...

Al final y para pasar página, llegué a pensar que aquello solo fue su japonés modo de despedirse y de agradecer mi amistad y mis atenciones.

Hubiera preferido quedarme con eso, de verdad..., pero cuando al cabo del tiempo recibí por correo un sobre de Ao Korecuta con un una foto de ella sonriente lo entendí todo, porque ella estaba rodeada de cuatro niños extrañamente interraciales de diversas edades el más pequeño de los cuales,  con la viva imagen de mi cara pero con los ojos achinados reposaba en sus brazos.

A pesar de mi enfado por haber sido utilizado aprendí dos cosas: la primera es que Korecuta significa coleccionista en japonés, la segunda es que no se puede luchar con el destino de ser padre si la madre naturaleza se empeña.

  Fin