Acabar como el Rosario de la Aurora es lo que se dice en España cuando algo concluye en una tragedia, y es en recuerdo de la contienda a farolazos y
palos que por motivos desconocidos, causó heridos y muertos cuando dos
cofradías de parroquias rivales que procesionaban ambas a la aurora
rezando el rosario por las calles de Cádiz se enzarzaron entre si tras lo cual, dicha procesión fue prohibida
para siempre por las autoridades.
Nuestra historia, fue allá por los años 30 del siglo pasado y comenzó en la mansión de
Don Germán, un estirado y distante personaje que además de fortuna y
patrimonio, profesaba y vivía
obsesionado como toda su estirpe de una profunda y casi ascética
religiosidad.
Las únicas hijas de Don Germán eran unas mellizas (que no gemelas) hijas de
aquella familia de alcurnia que no podían haber nacido mas diferentes ni en
aspecto ni en carácter.
Mientras
Elisa bonita rubia como una muñeca, simpática y sociable era la joya del
colegio religioso donde naturalmente estudiaban. Enriqueta, la morena, aunque
no era fea ni desagradable, heredó de su padre todo el estiramiento, arrogancia,
sequedad y antipatía, por lo que a diferencia de Elisa, siempre rodeada de
amigas y risas, Enriqueta, no sé si por la inclinación propia de su carácter,
por envidia de su hermana o por ambas cosas, refugió su soledad desde niña en
el mundo religioso donde sus virtudes eran mas valoradas.
Cuando fueron creciendo y pese al amparo que encontró en su mundo religioso, fue
imposible que Enriqueta no desarrollara una envidia soterrada hacia Elisa aunque,
eso sí, su orgullo jamás le permitió que nadie le notara inquinaalguna, ni
siquiera ante sí misma, porque con, su inmenso ego y ambición siempre lograba
autojustificarse y esconder sus malquerencias y juicios escudándose en sus
duros criterios de pureza espiritual.
En casa, las dos hermanas no se llevaban mal, aunque quedaba claro que Elisa
quería a su hermana y la trataba con más cariño que, mas fríamente, lo
hacía Enriqueta con ella. Cada una se dedicaba a lo suyo y cuando surgía algún
roce entre ellas, su madre, mujer inteligente y práctica, lo resolvía con
soltura.
Todo fue más o menos bien en aquella casa hasta que, en plena juventud de las
muchachas, Don Germán enviudó cuando un agresivo cáncer de mama de llevó a la
madre de las muchachas y Elisa más sensible, ante la sequedad de padre y
hermana se refugió para su consuelo en Jacinto, un mozo enorme y buena persona
del que Elisa se enamoró y que gracias a su habilidad y fortaleza era el
campanero del templo parroquial y cuya relación con Elisa fue inmediatamente
rechazada por la familia debido a su origen humilde.
Eran otros tiempos antes de la guerra civil. Tal vez de tener a su madre
hubiera podido resolverse de algún modo la situación cuando la ignorancia de
aquellos dos enamorados llevó al embarazo de Elisa.
! Una madre soltera en nuestra familia !, ! No..., si se veía venir..!, !La
deshonra total para nuestra estirpe...!, ! Con que cara vamos ahora a reprobar
el comportamiento de los demás...! ! Quien va a querer casarse ahora con la
hermana de una pecadora... !
Eso le faltaba a Don Germán, había llegado la hora de la venganza de la
soterrada envidia de Enriqueta que como toda envidia suele ir teñida de
resentimiento, ira, sensación de injusticia y deseo de venganza, y no paró de
azuzarlo para que la desheredara y la expulsara de casa como único medio de
expiación de la honorable familia mientras ellos en el dosel de la puerta de
pie como si se hubieran tragado un palo expulsaban a Elisa con su niño en
brazos delante de toda la gente.
Pero llegó la guerra, y aunque Don Germán fue ajusticiado por los rojos republicanos
a las primeras de cambio y sus bienes confiscados para el pueblo, la ciudad fue
de las primeras reconquistadas por los ejércitos nacionales de Franco y con la
ayuda de la iglesia, y en especial del obispo, todos los bienes de la familia
fueron recuperados y restituidos a Encarna que quedó como heredera universal,
mientras que Elisa, Jacinto y la recién nacida quedaron aislados en el bando
republicano sin recursos para sobrevivir.
Jacinto, además, fue reclutado forzosamente para el frente y la pobre Elisa sin
casa y a falta de trabajo alguno no tuvo más remedio que acabar prostituyéndose en medio de aquel horror para dar de comer a su pequeña y procurarle un refugio caliente en
un hogar colectivo miliciano en aquel duro invierno.
Enriqueta , aunque enterada de la situación de su hermana, y aunque podía de algún modo hacerlo, se negó a enviarle ayuda alguna arguyendo que Dios les estaba haciendo
pagar el terrible pecado que habían cometido y ella no debía influir en sus
designios.
Ni siquiera pestañeo ni soltó una lágrima cuando finalizada la guerra y con
Jacinto preso en un campo de trabajo se enteró de que Elisa había muerto en un
bombardeo de los que abundaron en las últimas ofensivas. Pero a continuación,
maniobró una vez más con la ayuda de la iglesia, disfrazando de acción justa y
generosa, para arrebatar como un buitre a aquella pequeña desgraciada que no
había tenido ni un solo minuto bueno desde su concepción y adoptarla como hija
propia arguyendo, con razón, que no teniendo mas familia su padre desde la
prisión no podía hacerse cargo de ella.
Tras pasar ocho años preso en el valle de los caídos en trabajos forzados,
Jacinto al fin fue liberado y sin trabajo, con la secuela de republicanismo y
el sentimiento de fracaso y de haber sido despojado de su familia, ni siquiera
buscó a la niña.
Cualquier intento legal hubiera sido inútil, y Jacinto, impotente, dejó pasar
los años malviviendo de peón caminero y sufriendo su desdicha mientras su
hija, crecía con la belleza y simpatía de su madre pero moldeada a su gusto por
su tía Enriqueta que llena de orgullo, la preparaba para tomar los hábitos en
el Opus Dei donde la muchacha acabó de profesora.
Todo hubiera sido una historia normal de las que la guerra fratricida y vil
dejó en una España partida en dos, pero no, esta historia acabó como el Rosario
de la Aurora porque a veces, la vida se hace malignamente casual.
Doña Enriqueta, tras toda una vida dedicada a las cofradías, procesiones,
camareras de la virgen ,vigilias. donativos y trabajos para excluidos de la
sociedad en Caritas , la ONG de la iglesia católica, tras años de pertenecer a
su comité ejecutivo, al fin estaba a punto de conseguir su mayor deseo por el
que siempre había trabajado: ser la presidenta de la organización para desde
allí brillar como la luz de un faro.
Mientras, la fuerza de Jacinto y su desprecio por la vida le fue llevando a los
trabajos que todos rechazaban y acabó de guardián de la peor prisión del país
donde los mas desalmados delincuentes y los penados a muerte más peligrosos
acababan sus días.
Jacinto, bien valorado por su trabajo y pese a su oposición llegó a ser nombrado Verdugo y caritativamente, acabó aceptando el terrible trabajo
porque nadie quería serlo y él, era el único con la fuerza necesaria para
manejar bien el terrible Garrote Vil y conseguir que el enorme tornillo de su
respaldo perforara con rapidez las vertebras cervicales y el bulbo raquídeo y
produjera una muerte rápida e inmediata en vez de prolongar, como cuando se manejaba mal aquel engendro, la horrorosa agonía del reo que
moría de asfixia con el consiguiente sufrimiento
de las autoridades presentes viendo como la terrible ejecución que, causada por
la argolla que le rodeaba el cuello, llegaba a durar media hora de espantosas
convulsiones y pataleos con el rostro morado.
Dos malas acciones fruto de la envidia de una y la venganza de otro llevaron
casualmente por un lado a Doña Enriqueta y por otro a Jacinto a acabar sus
cuitas como el famoso Rosario de la Aurora.
La de la tía Enriqueta se produjo cuando, con mas méritos que nadie, estaba a
punto de ser elegida por el comité ejecutivo presidenta general de Caritas, que
como hemos dicho, era la cumbre de todas sus ambiciones, vio su objetivo
amenazado por la intromisión de la sobrina del obispo que por nepotismo iba a
arrebatarle su merecido triunfo y enloquecida por el rencor, decidió acabar con
ella untando durante semanas de matarratas diluido la cruz del rosario de su
rival mientras ella comulgaba, aprovechando su costumbre de besarla tras cada
misterio.
Pero el médico que estuvo tratando a la pobre mujer de sus ataques y
sufrimientos, reconoció antes de su fallecimiento en la perdida desordenada de
su cabello las huellas del envenenamiento y tras la sospecha, una investigación
de la policía encontró el frasco de matarratas en el bolso de Enriqueta que sin
defensa alguna y con gran escándalo mediático fue condenada a muerte.
Doña Enriqueta hablar tras con el confesor y a pesar del uniforme de
prisionera, entró en la sala de ejecución mas estirada que nunca, caminando
despacio, con dignidad y los ojos cerrados y como última
voluntad, las manos juntas rezando en silencio el rosario sin reflejar en
su cara la mínima emoción, se sentó muy tiesa en el en el Garrote Vil y se dejó
atar sin resistencia alguna. mientras tras unas cortinas laterales, Jacinto que jamás sabía quién era el reo , porque nunca quiso, se disponía a ponerse la preceptiva capucha
cuando cruzaron ambos sus miradas. A la cara de sorpresa de Jacinto, Doña Enriqueta
tirando el rosario al suelo, le correspondió lanzando un grito entrecortado y
poniendo la única mueca de miedo y dolor se descompuso como jamas había hecho.
Jacinto recordando todas sus maldades no pudo reprimir su rencor, y dio a
Doña Enriqueta la muerte más lenta y agónica que se pudiera imaginar hasta que
el doctor se acercó al cadáver morado y con la lengua fuera y decretó su
muerte.
No, a Jacinto no le perdonó Dios..., estoy seguro ningún párroco consintió en
absolverlo hasta que murió de viejo porque aunque Jacinto reconocía su maldad, admitió la condena de su alma pero su corazón tranquilo y en paz, jamás le permitió el arrepentimiento.
fin