viernes, 22 de junio de 2018

LAS DULCES NOTAS DE UN SAXOFÓN

¿Saxo?... Quién 
de vosotros hayáis creído que esta historia va de sexo, ya podéis poneros un sobresaliente en sagacidad en vuestro boletín de calificaciones, porque lo habréis "clavado". 


Hay palabras que parecen tener vida propia y acuden a nuestro pensamiento en parejas y como si trajeran consigo un eco burlón o una sombra gansa, nos obligan a veces contener una inoportuna sonrisa.

Aunque yo no sea una persona libidinosa, que no lo soy, cuando oigo la palabra saxo, no puedo evitar que en un primer momento, acuda a mi mente la palabra sexo y más aún si asocio la imagen un "negrazo" enorme soplando el acodado dispositivo musical, al que evito llamar "instrumento", para no romper irremediablemente mi trabajada seriedad.

Aún recuerdo de hecho, cómo sentados en el patio de butacas en aquél concierto y para que nuestras mujeres no detectaran en nuestros ojos un brillo de descojono malicioso, los todos los varones nos quedamos rígidos y paralizados mirando al frente cuando se anunció que aquella potente solista nos iba a tocar la "flauta dulce".

Ah…, y gracias a que milagrosamente a ningún lutier se le ha ocurrido aun construir un "Vaginello" o u "Cipotín de seis cuerdas"…

Pero bueno, vayamos a lo que íbamos…porque si a mí, con el saxo, me viene la palabra sexo, como si fueran las cerezas que una trae 
siempre enganchada a otra, a Edelmira con las notas de un saxo, le venía un calentón corporal completo que incluso podía elevarse a grado de orgasmo inevitable, si escuchaba una envolvente y romántica melodía de un saxo tenor afinado en "do". 

Edelmira, que vivía atemorizada por lo inoportuno y embarazoso que podía suponer su problema aún recodaba, cuando su primer novio la plantó cuando en el baile del pueblo alguien puso un tema meloso de Glenn Miller y ella acabó convulsionando de placer en medio de la pista.

El psicólogo argentino, como todos por aquellos tiempos de los cuarenta de la posguerra española, en los que el furor del swing y las big band había hecho imposible casi salir de casa a Edelmira sin cometer una indecencia, le propuso a aquella mujer con el fin de romper su condicionamiento con el dorado instrumento, tal cantidad de guarradas sexuales a llevar a cabo con una pareja sobre un piano de cola o ya en solitario, con el arco de un violín mientras lo sostenía entre las piernas, que eran impensables para su recta formación cristiana y menos aún comprensibles para cualquier hombre que no buscara una puta ninfómana, por lo que Edelmira se vio forzada a optar por la soledad un par de décadas más.

Afortunadamente para la ya cuarentona Edelmira, avanzados los sesenta se oía poca música de saxo. El jazz y el Blues fueron relevados por los nuevos tiempos y las oleadas de rock, beat y pop y las radios y televisiones los expulsaron de sus programaciones como a Adán y Eva del paraíso, quedando arrinconados en reuniones en cavas u oscuros semisótanos casi clandestinos, donde intelectuales ya canosos e iniciados en el Jazz, se reunían conspiradoramente bebiendo whisky en vaso largo hasta el amanecer, alrededor de un viejo piano, un contrabajo polvoriento y un saxofonista noctámbulo.

Por entonces, hacía tiempo ya que Edelmira muy discretamente y a pesar de la férrea vigilancia de la tecnocracia opusdeística y franquista, se había liado con su profesora de costura, que conociendo su debilidad, la tenía todos los domingos encerrada en el dormitorio con las sábanas arrugadas y un disco de Duke Ellinton en el tocadiscos.

Pero cuando la casualidad quiso que un día mientras la profesora de costura tenía a Edelmira empotrada contra la moderna lavadora último modelo en USA que les había costado "un ojo de la cara", besándola apasionadamente, se pusiera en marcha sorpresivamente un centrifugado casi sísmico que las llevó a la gloria en menos de un minuto y que le hizo cambiar a Edelmira la música de saxo por el electrodoméstico traqueteo.

!Ahora…!, !A los cuarenta…! , !Ahora…!,!! A burro muerto.., cebada al rabo !!, gritaba luego Edelmira contrariada…

Mientras, la profesora de costura, rápida de reflejos llamaba por teléfono al fontanero para que "mañana mismo" y de urgencia, trasladara la lavadora de la cocina al dormitorio.

Fin.