viernes, 24 de enero de 2020

LA VENUS DE LA PAMELA BLANCA


-Mire Vd. Don Basilio, aunque ya hace cuarenta años de aquello y veinte desde que el maestro murió y tuvimos que cerrar el estudio y el taller, jamás olvidare aquel extraño día.

Cuando entré al taller y le di los buenos días, el maestro estaba de pie junto a la soleada ventana vestido con su bata manchada de pinturas de mil colores, muy serio y con la cabeza baja ensimismado mirando a los adoquines del callejón mientras que de sus desmayados brazos, colgaban un bote de pintura blanca de la peor calidad y un grueso pincel desmochado de los de preparar lienzos.

Las sombras que el sol mañanero dibujaba en su rostro permitían ver el torrente de lágrimas y que resbalaban en silencio por sus marcados rasgos de cuarentón como las gotas de cera de un cirio pascual me dieron la impresión de un asesino arrepentido que acaba de matar a lo que más amaba y que con ello su vida también había terminado.

Con una voz apenas audible me dijo sin dejar de mirar a la calle

- Luis, por favor no me hagas preguntas y llévate ese cuadro, envuélvelo bien y escóndelo en el fondo del almacén donde nadie, ni yo siquiera, lo pueda encontrar.

Fue entonces cuando encima de un caballete sobre un suelo manchado de goterones pintura blanca vi aquel cuadro de espaldas a mí.

Cuando dando un rodeo di la vuelta para verlo, me quedé helado, aquel no era ningún cuadro histórico o representativo de los que pintábamos habitualmente después de la guerra civil en el taller para decorar salones oficiales y capillas o palacetes para mayor gloria del arzobispado y del régimen fascista. Aquel cuadro era el primer cuadro "personal" que yo le había visto al maestro: Era el desnudo de una muchacha con una Pamela blanca, pero de estilo moderno alejado del tipo de pintura anticuada del maestro y a pesar de los gruesos y descuidados trazos de pintura blanca con que el maestro había cubierto toscamente las partes mas púdicas y sensuales intentando, aunque sin conseguirlo, borrar su hermosura, la imagen irradiaba tal belleza y magnetismo que me llevó, después de quitarlo de la vista del maestro, a contemplarlo en secreto durante muchas horas mientras se acababa de secar.

Sin embargo, antes de llevármelo al almacén no pude menos que decirle con cierta ingenuidad:- !Pero maestro, esos obscenos manchones blancos sobre una maravilla así son una abominación impropia de Vd. ..!

-Mire Luis, me respondió el maestro: !No quiero que nadie la vea como yo la vi, ni sepa la pasión con que la amé! y es más, a partir de ahora olvidaremos este secreto y jamás mientras yo viva, ni conmigo ni con nadie, se volverá hablar de ello

Tras aquello y hasta el día de su muerte el maestro nunca volvió a mirar mujer alguna.

Aquella imagen era una genialidad. en la parte superior su rostro, su cabello dorado ceniciento, sus ojos castamente cerrados, e incluso la pureza blanca de la pamela, eran la de un ángel hermoso y tímido que con un amor infinito que rebasaba su pureza y vencía por amor su pudor mostrando como un tesoro secreto en la parte inferior, no sin turbación ni el menor deseo de seducir, un cuerpo tentador y voluptuoso capaz de llevar a cualquier hombre de cabeza al infierno con una sola mirada.

La Venus de la Pamela blanca ,como yo la bauticé, era un cuadro impropio de él. El maestro era un hombre religioso solitario y a la antigua, una especie de estoico que apenas salía de la casa. Habitaba un caserón de antiguo dos plantas del Madrid antiguo de la época de los Austrias que hacía esquina rodeado de una pronunciada bajada adoquinada. Arriba del taller donde trabajábamos, en la planta superior, vivía con su hermana solterona beata y medio monja que lo cuidaba y atendía y el sótano, enorme, se prolongaba en la bajada por la parte posterior haciendo el papel de almacén donde por sus buenas condiciones guardábamos las obras que no se habían vendido ya y sus cuadros de juventud.

Alguna vez le pregunté por qué no pintaba algo personal a la moda del siglo veinte cubista, fovista o por lo menos discretamente impresionista para hacer una exposición que con su talento y reputación nos hubiera proporcionado fama y gloria además de buenos beneficios. Pero el maestro se negaba a ello aduciendo que él solo era un artesano de la pintura, que se había autoformado pintando y aprendiendo durante largos años en el museo del prado y su talento, bebía de las mejores fuentes de la pintura como Velázquez, Ticiano, Goya, El Epañoleto o Juan de Juanes o Caravaggio, hasta dominar sus técnicas, colores, perspectivas, y pigmentos, que fabricábamos nosotros mismos, y que su única pasión era pintar como ellos y que la fama y el simplicísmo de lo moderno e incluso el dinero que le prometían los marchantes, no le interesaban en absoluto porque su verdadera pasión era pintar a su estilo sin parar sintiendo en cada pincelada o veladura un golpe de felicidad y autoestima.

­-Don Basilio, La Venus de la Pamela blanca es el último cuadro que nos queda, y la soledad y el desamparo en los que nos dejó el maestro cuando de repente y pincel en mano se lo llevó Dios, nos llevó poco a poco a su hermana y a mí a amancebarnos y vivir juntos para sobrellevar nuestros otoños. En el taller, pusimos una tienda de enmarcación y marquetería que junto con la venta de los cuadros que dejó nos ha permitido ir viviendo hasta ahora, pero todo se acaba y con verdadero pesar, necesitamos vender este cuadro.

La verdad es que no sabemos quién era ella ni el secreto de su amor, pero por la fecha en que el maestro emborronó el cuadro debió morir en plena juventud entre los horrores de la guerra civil, pero yo le digo que el maestro en ese cuadro consiguió que parte del alma de esa muchacha enamorada  quedara entre nosotros de manera inmortal...

Cuando desembalé el cuadro y Don Basilio aun con la luz mortecina del almacén pudo verlo, se quedó paralizado mirándolo casi una hora, y sin preguntar el precio, que por supuesto era suficientemente exorbitante para que nosotros nunca jamás pasáramos apuros, dijo:

-Me lo quedo, llévenlo a mi casa y pásenme la factura que por supuesto pagó sin rechistar y con cara de satisfacción.

De la historia de Don Basilio no me pude enterar hasta su temprana muerte pocos años después, porque inmensamente rico por sus negocios, 
vivía en su palacete rodeado de medidas de seguridad, guardaespaldas, y un ejército de servidumbre que tenía bien pagados y que habían firmado unos draconianos contratos de confidencialidad que afortunadamente finalizaban con su muerte. 

Don Basilio que al parecer había sido un vividor infatigable presente en todas las revistas del corazón por sus fiestas en su yate, por su colección de deportivos y por el rosario de amantes entre los que se encontraban actrices y modelos, de un día para otro, se retiró de la vida pública, y como el maestro, se recluyó en su casa donde había hecho restaurar La Venus de la Pamela blanca hasta dejarla en todo su esplendor como el maestro la pintó.

Luego, la colgó en el cabezal de su dormitorio y se pasaba el día mirándola, hablando con ella y diciéndole que después de conocerla ya no le atraían el resto de las mujeres, ni las fiestas, ni alejarse de ella, e incluso se dice que algunas noches hacía imaginariamente el amor con ella como traslucían las manchas que dejaba en sus sabanas de seda.

Al parecer, Don Basilio pasó así sus últimos años...pero cuando su corazón se debilitó y sintió el aliento de la parca en su cogote, llamó al notario para testar y a falta de hijos, dejó a sus sobrinos toda su fortuna excepto La Venus de la Pamela Blanca que donó al museo de bellas artes con la condición de que, para que todo el mundo se embelesara con su belleza, fuera promocionada y colocada en un lugar principal .

El notario le preguntó puntualizando:

- Entonces, ¿El nombre que en la obra debe figurar será La Venus de la Palmera Blanca?

Él le respondió:

!!No!! !!No!! el nombre de la obra será: !! La viuda de don Basilio!!