viernes, 13 de septiembre de 2019

LUKÓN


El primer hallazgo fue un cadáver. No era raro encontrar un cadáver en una isla dominada por los lobos, se trataba de cadáveres de gacelas, ciervos, cabras, muflones y otros herbívoros. Eran cadáveres solitarios y siempre estaban destrozados sin carne alguna hasta el esqueleto, desgarrados primero por los colmillos lobunos y luego por picos de cuervos y buitres para ser después pasto de toda una clientela de carroñeros incluidos algunos insectos y larvas, cuya subsistencia dependía mayormente de la certeza de los lobos en su cacería.





Lo raro aquí no era la muerte. Lo raro y lo que llenó de espanto a los animales de aquella isla, no era solo encontrar cadáveres sino que el cuerpo estuviera casi entero con mínimas y heridas cortantes en puntos vitales. 

Solo un mes después, el sol alumbró la mañana con otro crimen…por que para los lobos aquello era un crimen a la naturaleza pero esta segunda vez el atentado había sido al mundo vegetal. Los árboles más sombreados y antiguos del lado oeste de la isla que habían visto crecer y servir de refugio a generaciones enteras de lobos, aparecieron despedazados y sus frutos penosamente pisoteados, sin embargo no estaban desgajados como lo hacía el temporal, ni quemados como lo hacían los rayos. Habían sido talados con algo que cortaba y la visión obscena de los tocones desnudos como si fueran los muñones de la tierra llenaron de escalofríos a los mamíferos y de lágrimas a los pájaros que piaban lastimosamente del dolor al ver lo que fue su morada y su alimento. ´

Las manadas de lobos peinaron febril y concienzudamente su territorio en busca de rastros, huellas, excrementos, madrigueras o algo que les ofreciera una explicación. Pero no encontraron nada fuera de lugar y resignadamente volvieron a sus lobunas rutinas.

La palabra "hombre", solo apareció entre los lobos tras el tercer crimen. Esta vez, quien fuera, había empleado malignamente las ramas de los árboles destrozados para construir una especie de presa que desviaba las aguas del arroyo y cientos de peces, de los cuales solo algunos de ellos habían sido devorados, se hallaron muertos boquiabiertos panza arriba o aleteando y boqueando lastimosamente mientras agonizaban en vacío lecho del riachuelo.

Lukón, el Hechicero-lobo, un raro animal flaco tuerto y huraño que cojo de una pata delantera vivía solitario en la montaña pelada, observó que aquellos crímenes solo se producían en las noches con luna llena y su falta de respeto por la vida, la crueldad y la violencia sin justificación solo podían hacer pensar en el comportamiento del hombre.

Pero ni siquiera Lukón había visto un hombre en aquella isla. No sabían como eran los humanos. El hombre, para aquellos lobos, solo era un legendario monstruo antropoide y maligno de la mitología lobuna a quién en aquella isla ningún animal vivo había visto jamás pero del que las leyendas que se susurraban con gruñidos temblorosas en los fondos de las madrigueras decían, que los hombres al alcanzar como un regalo de Dios gran inteligencia cientos de generaciones atrás, se había vuelto tan soberbio y loco como para desafiar a la naturaleza y al propio Dios cuando los lobos ya estaban al borde de la extinción y con ellos todo lo vivo de la isla incluidos bosques y praderas víctimas de la locura suicida de esa rara especie que jamás mira al futuro y consume y depreda todo lo vivo insensatamente y sin pensar en sus hijos ni en el mañana, hasta que un día se acaba.

En aquellos pretéritos tiempos la Madre naturaleza castigó el comportamiento humano con una terrible lengua de hielo y nieve que cubrió toda la isla durante cientos de años, congeló los mares y ríos y consiguió así expulsarlo a él y a sus perversos semejantes de aquella isla, entregándosela como premio a los lobos y otros anímales, que más humildes y sensatos, habían logrado sobrevivir allí aprovechando su mejor adaptación al frío persistiendo en ellos solo el recuerdo de éstos monstruos a través de leyendas que se contaban de padres a hijos en voz baja en lo más profundo de sus madrigueras cuando las ventiscas los obligaban a apiñarse juntos para sobrevivir.

La ultima luna llena había sido la peor. El misterioso ataque fue esta vez a golpear directamente a los lobos y donde más les podía doler. En sus hijos.

Aquellos lobos no consideraban que sus hijos habían nacido ni los reconocían como tal hasta de verano. Una vez destetados, todos los lobatos paridos en el año, eran encerrados sin alimento alguno en la cueva de la infancia, justo en el equinoccio de invierno.

En el solsticio de de verano, al anochecer del día mas largo del año, comenzaba la gran fiesta. Se empujaba la gran losa que tapaba la entrada de la cueva y solo se permitía salir a aquellos cachorros mas fuertes que habían logrado sobrevivir y solo en un número parejo al de los lobos que habían muerto ese año.

Entonces y solo entonces, consideraban las manadas que habían nacido sus hijos. Los nuevos lobatos eran bautizados y celebraban su llegada, puesto que la naturaleza los había escogido como los más astutos y fuertes.

¿ Crueles?, no. Aquellos lobos siempre habían asumido que la vida isla solo podía sostenerse así y que permitir la vida de más individuos solo traería la guerra y la muerte de todos. La primera ley de la naturaleza era el equilibrio y los lobos no tenían allí mas depredador que su buen sentido.

Pero este año..., no habrían hijos…Tras un luna llena premonitoriamente rojiza como la sangre, la puerta de la cueva de la infancia apareció abierta, la losa caída y en su interior, todo lo que encontraron fue una escabechina de sangre inocente mezclada con jirones de suave pelo de cachorro sin rastro de vida alguna.

Encaramado en lo más alto del peñasco, el jefe más anciano, un enorme lobo gris cuyo plateado lomo brillaba al contraluz del crepúsculo, moderaba la reunión indicando con el hocico o con miradas de sus ancianos e inteligentes ojos el turno de aullar o gruñir del numeroso grupo de machos alfas cuyo liderazgo les otorgaba la responsabilidad de otras tantas manadas y que obedientes, se arremolinaban colina abajo para escucharle.

A pesar de la distancia, se podía escuchar la música de fondo de las lobas tristes y deprimidas que día y noche aullaban por toda la isla.

El jefe, comenzó con un aullido que silenció al revuelto auditorio y consiguió que todas las orejas de punta quedaran inmóviles y dirigidas en su dirección:

-Lukón dice, que lo ha visto. Lukón ha tenido un sueño. Lukón dice, que el hombre siempre ataca así, que su maldad está siempre en alma y que no es la luna llena lo que le enloquece. Lukón ha visto en su sueño criaturas andando sobre dos piernas con el rostro sangriento bañado por la luna y Lukón ha llamado "Hombre de luna llena" a esa bestia que necesita su luz luna para guiarse en la noche. Lukón dice que solo su muerte y el sacrificio de su corazón a la luna podrá librarnos de su maldad.

El hombre llegó a la isla iluminado por la luna llena remando sobre un tronco, caminó por la playa confiadamente con un hacha en su mano derecha y trampas afiladas y redes en la izquierda, pero esta vez, los animales habían desparecido y solo los lobos divididos estratégicamente en vigilantes y silenciosos grupos lo esperaban.

Cuando la luna llena alcanzó su cenit en el cielo, uno de los machos más fornidos no pudo aguantar mas y se lanzó sobre él , docenas de mandíbulas se le graparon allí donde tenía piel y los lobos, se le aferraron como feroces garrapatas.

El monstruoso ser, sin poder desprenderse de ellos, emprendió una frenética y desgarradora huida hasta que al final cayó bajo el peso de docenas de cuerpos.

Cuando le desgarraron el pecho, todos se apartaron para que el jefe ante la mirada de Lukón , devorara el corazón aun palpitante …luego silencio…silencio y paz.

Lukón se dirigió entonces cojeando hacia el acantilado a otear el mar. Una gruesa lagrima brotó de su único ojo. No…No lo había contado todo… No había contado que aquello era solo un aviso de un desastre, no había contado que en su pesadilla había visto hormigueros de seres extraños, luces de mil colores, cruces de metal atravesando el cielo dejando una estela y que a veces desde aquel acantilado , había visto cruzar por el horizonte del mar troncos blancos y humeantes...

Volvía...si, el hombre volvía…y su lobuna especie, como toda la naturaleza, estaba condenada. Solo era ya una cuestión de tiempo… pero él….él se tragaría su dolor, él no contaría nada que pudiera ensombrecer la inocencia de los suyos los días felices que les restaran…

fin