sábado, 18 de abril de 2020

LUCRECIA

Lucrecia lo supo antes de que la encerraran para siempre en el Psiquiátrico.

Si..., lo supo en los pocos días en que su mente atormentada y su destrozado corazón por la culpa pudieran resistir antes de que viera como la locura hiciera estallar su razón en mil pedazos dejando retazos de lógica colgando de las cortinas y las lámparas y poniendo perdido el salón de pensamientos sensatos.




Si..., supo en que desgraciado momento el demonio plantó la semilla de cizaña en su cabeza.

Si..., fue consciente del día en que sentada en su sillón vestida con su camisón blanco, el maligno utilizó su adicción a los libros para que picara en el anzuelo y ella le entregara su alma trasformando así en una carga insoportable los tesoros, envidiados por todos los que la conocían, que inmerecidamente Dios le había otorgado.

Pero ya era tarde, ya no había remedio...

Lucrecia conoció a Héctor comprando en su farmacia.

Héctor era un atractivo hombre moreno y varonil cuya bata blanca a su vez que resaltaba el tostado de su piel le daba aire de autoridad, pero que su empatía por sus clientes y la bondad de sus ojos verdes festoneados por un bosque de largas pestañas, hacía que a todos les pareciera tan accesible y protector que su farmacia, siempre estaba llena de bote en bote a pesar de que era la mas alejada de las consultas médicas del complejo hospitalario.

Lucrecia no era tonta y se fue prendando de él durante los largos momentos en los que esperaba a ser atendida.

!No!. No se permitió enamorarse, ella se limitaba a espiar y admirar con el rostro impasible y sin dar la menor sensación de interés a aquel "príncipe azul" sin anillo en sus dedos al que miraba como se mira a una gran mansión, un yate, o un vestido de Dior, es decir, con la conciencia de algo inalcanzable que jamás sería suyo.

Lucrecia era consciente de no era una mujer atractiva, tenía un buen cuerpo, eso sí, pero su rostro, como conjunto, sin tener defecto alguno en ninguna de sus partes era mortalmente aburrido y su sonrisa, aunque encantadora, apenas la sacaba a pasear una o dos veces a la semana y además, en su anónimo caminar por las calles, nunca había se había sentido avergonzada por la miradas lascivas y rijosas de los hombres desnudándola con la vista como con frecuencia oía contar a sus amigas.

!! Que jodidamente raro misterioso e irracional es el amor !!.

Inexplicablemente para Lucrecia y todo el que la conocía, un día, aquel anhelado hombre cuyo único pero era su perfume a medicamento, se prendó de ella apasionadamente, la siguió hasta la biblioteca donde trabajaba de bibliotecaria desde que acabó la carrera de literatura y la rondó y agasajó de todas las formas posibles, incluyendo rosas, románticas poesías y bombones, hasta que logró vencer su resistencia numantina fruto de la desconfianza que le inspiraba la inseguridad que le daba pensar que solo se trataba de un juego o una cruel burla masculina.

Ella lo amaba con locura, pero creo que solo dejó liberar su corazón de la desconfianza cuando tres meses después, Héctor inesperadamente le pidió matrimonio.

¿Dónde estaba la trampa?. ¿Dónde tenía la grieta el jarrón?. ¿Dónde estaba el defecto del vestido?, ¿Cómo era posible que una sencilla y anodina funcionaria hubiera podido generar tal pasión en el hombre más deseado de la ciudad ?.

No, ni trampa ni grieta ni defecto...porque además, Héctor era mas bello por dentro que por fuera y Lucrecia no encontró en él defecto alguno; era trabajador, generoso, detallista, leal, fiel, honesto, buen conversador, buen amante, terriblemente comprensivo y no le faltaba ninguno de los ochenta o noventa adjetivos que para una mujer hacen ideal a un hombre.

Es más..., cuando pasados unos años los mas bellos momentos de su profundo amor fueron perdiendo la natural efervescencia, ya habían construido entre ambos un sólido nexo basado en la confianza, admiración mutua, y un infinito respeto que hacía sus vidas serenamente felices y que les llevó a desear formar una verdadera familia con la presencia de hijos.

No era tan fácil, los hijos no vinieron. Lucrecia se volvió irritable, histérica e inaguantable sobre todo, cuando las pruebas de fertilidad demostraron que el problema estaba en ella y que Héctor tenía esperma para fecundar a toda la región.

Pero ante las dificultades, Héctor, ¿Cómo no?, se mostró siempre como el hombre perfecto tranquilizándola y apoyándola hasta que en la última oportunidad de fecundación que los médicos les ofrecieron, se preñó casi milagrosamente.

Pero las dificultades para Lucrecia no habían acabado aquí, la angustia de tener un aborto o de que algo saliera mal la tuvo estresada y en reposo absoluto todo el embarazo pensando que no estaba dando la talla a la altura de aquel ángel de hombre que por feas que se pusieran las cosas siempre estaba paciente y comprensivamente a su lado mostrándole su cariño.

Por fin, tras una cesárea preventiva nació Estrella, una niña tan preciosa y sonriente que enamoró a toda la planta del hospital, pero que, lejos de lo que Héctor esperaba, no trajo la felicidad a Lucrecia. 

La caída de las hormonas, el estrés acumulado y la falta de leche de sus ingratos pechos le produjo tal depresión post-parto que le llevó a rechazar a la niña, negarse a tenerla en brazos y sentirse inútil y sin fuerzas para criarla desbordada por la responsabilidad.

Héctor ¿Cómo no...? de nuevo, se hizo cargo de todo comprensivamente y sin un solo reproche a Lucrecia mientras los psiquiatras la reponían, cuidó a Estrella con los ojos llenos de satisfacción, la alimentó en sus brazos, la acunó cuando lloraba, le cambiaba los pañales y ¿Cómo no...? de nuevo, al mismo tiempo alimentaba a biberón a Estrella y cuidaba con cariño a Lucrecia que permanecía todo el día llorando de impotencia tirada en la cama como un trapo.

Creo que a falta de contacto, aquella niña hizo con Héctor la impronta que con la comunicación corporal hacen los hijos con sus madres y que los une inseparablemente para siempre y cuando Lucrecia se recuperó, por mucho cariño que le puso, ya era tarde y Estrella aunque la quería, la trataba como a un padre, es decir, en segundo lugar.

Lucrecia, se sintió sin embargo dichosa con su familia, entendió y aceptó la suerte que había tenido con un marido maravilloso y una preciosidad de hija, aceptó su papel y de nuevo cuando llegaba a casa, se refugiaba en la lectura compulsiva mientras Héctor y Estrella, se dedicaban a jugar entre risas, salir al parque, vestir muñecas e incluso cuando fue la niña mas mayorcita, ir de excursión o ayudar a Héctor en la cocina y la farmacia.

En el fondo Lucrecia pensaba paciente y resignadamente que cuando la niña tuviera la regla y las hormonas le cambiaran el cuerpo y la mente, ella tomaría el relevo y Estrella la buscaría para consultarle de vestidos, maquillajes, chicos y amores y todas las cosas femeninas que Héctor como hombre y por tanto desconocedor de los secretos del alma de una mujer, no le podría proporcionar.

No, no sucedió como ella había pensado. Cuando la niña floreció en una preciosa y extrovertida adolescente, nada cambió. Entre Héctor y sus amigas tuvo suficiente apoyo para no necesitar a Lucrecia a la que, como si fuera un padre, jamás se dirigía en primer lugar y nunca le compartía ningún secreto o confidencia adolescente.

Si...fue aquel día que Lucrecia recordaba bien cuando el diablo plantó su semilla maligna en su mente para que creciera hasta obtener sus siniestros y amargos frutos y aprovechó la lectura de un libro para que a Lucrecia, de repente, le pareciera que se le caía la venda de los ojos y había vivido siempre engañada.

!! Héctor jamás la amó de verdad...!! , era demasiado extraño...demasiado bueno...!! Héctor solo la había elegido como instrumento para su verdadero objetivo: Tener a Estrella y tenerla para el solo!!.

Desde entonces y aunque Lucrecia no manifestó nada en su comportamiento, la semilla del rencor, la envidia y los celos hacia Héctor al que desde entonces comenzó a referirse en su cabeza como " El don perfecto de los cojones", fue creciendo sin pausa como una borrasca en su corazón, interpretando todo lo bueno de él como una maldita comedia de la que ella, tirada como un envase roto y vacío, no era ya mas que un inútil engorro.

Un día, Lucrecia no pudo mas y su cabeza estalló como un volcán de odio : !! Jamás tendría a Estrella mientras aquel farsante siguiera viviendo !!.

Cuando encontraron muerto a Héctor sin mascarilla alguna un domingo en el jardín con la bomba de aspersión del plaguicida tóxico a su espalda, nadie y digo nadie, pensó que no fuera un accidente por su imprudencia provocado por una desafortunada racha de viento que le inundó de veneno los pulmones y..., nadie y digo nadie..., sospechó siquiera , a pesar de su nombre de envenenadora que Lucrecia durante semanas, había administrado poco a poco el plaguicida en el café de aquel maldito comediante.

¿Remordimiento ?, ! Ninguno ! y si lo hubiera habido, hubiera quedado tapado por la felicidad de ver a Estrella desvalida buscando abrigo en su hombro y dejar que las lágrimas rodaron por su pecho.

Una semana, si solo una semana de felicidad tuvo la pobre asesina.

Al domingo siguiente Lucrecia encontró a Estrella muerta y aplastada por la bomba de aspersión del plaguicida que nadie había vaciado. La niña, en homenaje a su padre, había decidido cuidar el jardín como él lo hacía, pero... esta vez..., la racha de viento había sido de verdad...

!!Joder!! gritó el demonio...!! Dos almas al cielo y solo a una espero en el infierno!, !!Ese mamón de Dios me ha ganado la partida dos a uno... !!.

Fin