miércoles, 16 de diciembre de 2020

LA CATEDRAL

Serían las tres de la tarde y a esa hora la iglesia del pueblo solía permanecer vacía y oscura hasta el rosario de las cinco. 

-¿Cómo qué pecadora…?,! Puta !, !Tú lo que eres es una gran puta!.

El pesado confesionario de nogal oscuro comenzó a temblar como si fuera una hoja de papel por los golpes y patadones de ira que recibía desde su interior mientras las imprecaciones e insultos de aquel enloquecido párroco con voz de barítono amplificada por el eco de las desconchadas bóvedas, se iban elevando atronadoras sin importar que alguien las pudiera oír hasta anular el soniquete del llanto de la asustada muchacha. 

Afortunadamente, no había nadie en el templo. Paulina, tan arrodillada y contrita que casi no alcazaba el enrejado del ventanuco y apenas percibir el olor a pies y al rancio vino de consagrar que emanaba el interior de la cerrada negrura donde Don Cristóbal dormitaba su disimulada y plácida siesta habitual y tras oír el somnoliento e inoportuno "Sin pecado concebida", la muchacha acababa de introducir casi inaudiblemente y con la cabeza baja y cubierta de velos oscuros, la dolida confesión de su terrible pecado llena de arrepentimiento, con una carrerilla solo 

interrumpida por breves hipidos, lamentos y sollozos. 

-!Lo tuyo no tiene perdón aquí en la tierra!,

-!Una Jezabel con cara de mosquita muerta…!.

-!Una Salomé serpenteante que ha traído la vergüenza a éste pueblo…!.

-!Una Dalila perversa de traición peor que cualquier cortesana bíblica…,!

-!Dios te perdonará…!, pero lo que es yo…!No!.! Esto es superior a mí!. !Yo no te perdono así Dios me castigue!.

-! No puedo perdonarte.! Lárgate de este pueblo sabandija ninfómana y que yo no te vuelva a ver más, vete a ver al obispo a ver si él te alcanza a perdonar tanta porquería !.

Blanca como el mármol, la muchacha no pudo aguantar mas y salió huyendo de allí como alma que lleva el diablo dejando a aquel indignado párroco dentro del confesionario gritando como un poseso vociferándole al vacío y Paulina, llorando avergonzada huyó de aquel pueblo sin despedirse de nadie.

Si, había sido el mismísimo padre de Paulina el que para su desgracia la había enviado a aquel pueblecito de la sierra cuando en su lecho de muerte y para limpiar su conciencia le confesó que su madre, no había muerto como ella creía y que debía visitarla antes de coger los hábitos y esposarse con Dios.

Como hija del sacristán y sobrina del obispo, para Paulina que había ayudado desde niña a su padre a cuidar aquella extravagante catedral, aquellas enormes naves eran su casa y que la muchacha consideraba como una madre protectora en la que ella proseguía una vida casi fetal rodeada de su sagrado mundo del que apenas salía para hacer algún obligatorio mandado.

En aquella mole heterogénea construida como toda la ciudad a golpes de pasada grandeza en enormes pedazos de diferentes estilos cada uno mas bello que el otro y en cuyo centro y corazón reposaba la Reliquia del Santo Cáliz, Paulina que desde niña había sido el canon de la sencillez, de la modestia y de la humildad, era feliz cuidando y limpiando cada objeto sagrado, cada retablo, cada clavo de la cruz y cada cuenta de rosario, cada voluta dorada y cada suciedad dejada caer por las palomas en las góticas y venerables cabezas de apóstoles, santos y patriarcas .

Su valía, su espíritu de colaboración y su enorme devoción religiosa hizo que su tío el Obispo, consciente de que de la madera de santa de su sobrina, liberada de la obligación de ayudar a su anciano padre al morir, entrara en el convento como ella tanto anhelaba, al servicio de Dios para su mayor gloria .

Pero el mismísimo Dios, suponía Paulina, debía tener otros planes para ella porque la guió a aquel pueblo con la mejor edad para emparejarse y la menor experiencia con la vida, y cuando llegada al pueblo de su madre conoció al apuesto hombretón de su primo, hijo de su tía materna en cuya casa había sido acogida su madre, la llamada de la naturaleza estalló en su corazón, se enamoró perdidamente de él y se le borraron de golpe todos sus anhelos religiosos.

Si, aquel amor fue secretamente correspondido a espaldas de la familia y facilitado por la libertad de aquel verano de cálidas noches, el barullo de las fiestas del pueblo y la belleza de aquel escondido paraje a la orilla del río donde con el perfume de claveles y de higueras y el rumor del la corriente espumosa acabaron haciendo el amor apasionadamente a la luz de la luna cuando los besos se les quedaron pequeños para expresar el fuego que había entre los dos.

!Tarde !, El amor le había ganado la carrera a la vergüenza y ya era tarde cuando su madre, alarmada al ver como Paulina miraba a al chico, le tuvo que confesar a su pesar su secreto mas profundo: que su primo era su hermano, que él no lo sabía y que cuando ella llegó al pueblo a punto de dar a luz, lo parió escondidamente sin dejarse ver en el campo y para evitarle la vergüenza y el oprobio de ser un bastardo sin padre coincido, se lo cedió en adopción a su hermana y su estéril cuñado, con el acuerdo de que vivirían y lo criarían juntos.

Paulina desesperadamente atrapada por el destino pasó la noche llorando inconsolable. No podía dejar de amarlo y no encontraba fuerzas para renunciar a él y tampoco podía explicarle nada sin hacerle daño a quien mas quería, a él.

Además, de tal forma excitaba su deseo solo el roce de su piel o el aroma de su cuello que cuando sentía su tacto u olía su presencia, perdía la razón y nada le importaba.

Aunque lo intentó, cuando no pudo resistirse mas a su influjo, Paulina, sin decirle nada a él y con la resignación del que no puede luchar contra la corriente se dejó llevar por el río y se abandonó de nuevo a gozar cada noche incestuosamente de aquellos abrazos en los que su hermano la poseía, pensando que así solo ella cargaría con la culpa y que al final del verano, la distancia y la confesión sincera, acabaría con el pecado y que los hábitos que la esperaban y el abandono de aquél amor sería la mas dura penitencia para expiar la culpa y que Dios la perdonara.

Solo cuando Paulina se descubrió preñada se le derrumbó su autoengaño y fue súbitamente consciente de la magnitud y monstruosidad de la abominación que, emborrachada por el amor, había cometido y sin contárselo a nadie y tras darle vueltas en su cabecita como una noria, había corrido a confesarse.

Abatida en el tren huyendo hacia la ciudad, con los ojos ya secos de tanto llorar, jamás hubiera imaginado Paulina una reacción así de un representante de Dios al que había acudido en busca de perdón y consejo.

Cuando al amanecer salió de la estación y enfiló temblando el viejo puente del río buscando anhelante la catedral como si buscara a esa madre única capaz de perdonar cuando todos te abandonan, desde el mar, los negros nubarrones parecían pesadas losas que pendían sobre su cabeza y súbitamente se levantó un viento helado y cortante que la obligó a protegerse caminando tras el pretil del puente medieval agachando la cabeza asustada y apurando el paso con los brazos inconscientemente cruzados sobre su vientre como si quisiera proteger lo que fuera que crecía dentro de sus entrañas y que era la única razón por la que, con esfuerzo, desoía las voces de la vergüenza y la ignominia que las colosales y gemelas como las torres de la entrada del portal de serranos, parecían gritarle desde el final del puente una y otra vez, para que se dejase llevar por la ventolera y se quitarse la vida en las negras aguas del Turia ahogando así toda su angustia.


Cuando por fin alcanzó la esquina, de la casa de los caramelos y supo que solo con doblarla vería a su amada y materna catedral, un sentimiento de alivio y esperanza la invadió. Pero cuando entró en la calle, el viento arremolinado comenzó a empujarla hacia atrás y Paulina tuvo que arrodillarse penosamente para poder llegar a la plaza de la virgen donde cayó derrumbada y agotada.

Pero cuando levantó la cabeza..., la gigantesca puerta de los apóstoles que ella tanto amaba se alzaba sobre ella amenazante, amarilla de ira y deformada por la indignación y a sus espaldas, sus gárgolas la miraban con un odio infinito y todos los edificios y torres y cúpulas de la catedral se arracimaban cárdenos , tenebrosos y ceñudos mirándola con las ventanas fruncidas de cólera contenida sobre un fondo tormentoso de rayos que confirmaba una amenaza de muerte si se le ocurría poner un solo pié sobre sus losas.

Paulina aterrorizada por aquella visión, apenas tuvo fuerzas para ponerse en pie, el rechazo de la catedral, su única esperanza, y el mortal desengaño la dejó tan abatida que desmayadamente y tapándose la cara de vergüenza y con los ojos llenos de lágrimas se dejó arrastrar mansamente por las ráfagas de lluvia helada hacia la estrecha calle que baja al barrio de las putas donde a la entrada, al pasar por la inclusa, el torno de maderas donde tendría que abandonar a su hijo cuando naciera, la llenó de consternación.

Paulina siempre fue puta, si amigos, ¿ Qué sentido tenía el destino que su amado Dios había reservado a aquella muchacha criada para santa y virgen para acabar de puta vieja aunque fuera una buena puta que ofrecía a dios su trabajo de calmar las ansias de los necesitados de amor como si fueran oraciones?.

Paulina ya jamás pudo poner un pie en la catedral, pero con sesenta años le llegaron dos alegrías por las que dio por buena su arrastrada vida. Su primera alegría fue cuando leyó en el periódico que su hijo, cuya vida discreta y anónimamente había vigilado de lejos, había sido nombrado obispo de la ciudad. La segunda alegría fue la de la dulce venganza de que su sangre, antes vilmente rechazada, por la rencorosa y estirada catedral, ahora en las venas de su hijo, entrara en ella por la puerta grande toda engalanada y con las campanas repicando para celebrar la misa mayor.

Había que ver como Paulina mientras se bebía un buen vaso de aguardiente con su boca ya desdentada no pudo evitar una risotada grotesca y murmurar irónicamente:

-!! Cuantos prelados y sagrados dignatarios y cardenales con toda su santidad ignoran llevar bajo los cien botones de su sotana a un autentico hijo de puta.... !!.

fin