jueves, 30 de agosto de 2018

SICILIA

En aquella vieja casa blanca de estilo mediterráneo, de tejados morunos, blanco inmaculado y umbrío porche de arcos tradicionales, Greta fue feliz aquel verano. 
Allí, en Sicilia, sesenta años antes a su bisabuelo Hans todos le llamaban el "Alemán loco". Aquellas gentes, no podían comprender que aquel hombre raro de pelo amarillo y piel bermeja edificara una casa en ese, perdido lugar del mediterráneo, en lo alto de la enorme, pelada y oscura montaña volcánica 

El viejo lo había hecho por su esposa Berta con los ahorros de toda la vida para que su enfermedad del pecho mejorara con el aire puro y cálido del mar Tirreno según recomendación de los médicos de su país. Pero el remedio llegó tarde. El bisabuelo Hans enviudó apenas habían acabado la casa y aún estaba húmedo el revocado de la cal. 

La guerra no dejó volver a Hamburgo al triste Hans, y aquel "Alemán loco" acabó allí consolando su soledad y su pena con, una morenaza siciliana de "armas tomar" que le hacía de ama de llaves y que resultó ser la bisabuela de Greta.

En la bella pero germánica Greta, su biznieta, el deber y el culto al trabajo bien hecho regían su vocación de enfermera y la música clásica y la lectura mandaban en su vida personal.

Sin embargo, aunque su aspecto no podía ser más nórdico, y su mente mas teutónicamente cuadrada, Greta debía llevar secretamente escondidos algunos genes sicilianos relacionados con la sensualidad que se llevó su abuela en su sangre al volver a Munich.

Greta había venido ahora a su "Casita de Sicilia" a descansar y poner en orden los pensamientos sobre su vida sentimental, algo confusos desde que el Dr.Gunter, un médico con el que trabajaba, le había propuesto inesperadamente matrimonio.

Hacia el mediodía, Greta se aproximó algo inquieta a la barandilla de la terraza de piedra clara cuyo mirador sobresalía sobre el acantilado negro. Bajo su pequeño sombrero, la brisa térmica mecía sus cabellos rubios casi quemados por el sol y su bañador resaltaba el bronceado dorado de su piel.

A trescientos metros de altura todo se veía minúsculo, excepto el mar en calma que ocupaba prácticamente el horizonte. San Telmo, el pueblecito del otro lado de la bahía cerca del cabo azulado era apenas un borrón blanco tras el perfil del Etna humeando en la lejanía y a sus pies, Grámola, que con su pequeña iglesia y su puerto pesquero, parecían solo una pequeña maqueta de juguete.

La carretera que subía al Alto, estaba desierta. Sus doce kilómetros heridos por viejas señales oxidadas e ilegibles, yacían abandonados a los elementos desde que se construyó el tunel. Su trayecto en zigzag se aferraba a la pared del abismo con tanto desespero mediante giros en forma de lazos, que desde el mirador, Greta apenas podía ver mas que su última curva.

El silencio y la paz del lugar, le permitían oír la vieja motocicleta de Giuliano que. con el escape roto, pedorraba rítmicamente con los esfuerzos en cada tramo del ascenso.

Al salir Giuliano de Grámola, aquel sonido apenas era un rumor. Luego, a medida que iba subiendo, se podía escuchar mas y mas fuerte cada vez, de modo que ella, podía casi adivinar por su intensidad cuanto le faltaba a Giuliano por llegar.

Sí, Greta estaba inquieta y algo nerviosa. La última vez, desnuda en su tumbona, se había ido excitando tanto al par que aumentaba el sonido de la motocicleta, que cuando el hombre llegó, corrió hacia él con el sexo húmedo, y sin siquiera dejarle apagar la moto o quitarse el casco, lo besó mientras le desabrochaba la camisa, lo abrazó por dentro de la chaqueta de cuero y apretó sus pechos en su torso.

Aquello, no fue un beso. Por lo menos no uno cualquiera…, durante cinco minutos, Greta le mordió con avidez sus labios salados raspándose con su barba de dos días y persiguió su lengua con sabor a tabaco negro. Giuliano, asombrado por aquel comportamiento tan poco mediterráneo en una mujer tras un instante de duda, le correspondió con pasión, pero Greta había notado su sorpresa tal vez, porque la primera sorprendida de su descontrol fue ella misma. Luego, el juego del cambio de papel tradicional de víctima y depredador, los mantuvo a ambos tan calientes como desorientados.

Cuando lograron separarse de la moto y el hombre pudo quitarse el casco, Greta ni siquiera le dejó llegar hasta la fresca sombra de los arcos de porche, lo arrastró al suelo y allí sobre el enlosado de piedra clara, sin el menor asomo de pudor metió con fuerza la cabeza de Giuliano entre sus muslos. El hombre, comenzó a devorarle sin piedad mientras ella le tiraba con ambas manos del crespo pelo moreno aún áspero de la brisa marina y se arqueaba levantando su dorso del suelo y gritando enloquecida.

Por fin, tras un éxtasis brutal, su cuerpo se relajó desfallecido sobre el piso caliente con la cabeza tirada a atrás y el cuello extendido hacia el cielo. Jadeando ambos, permanecieron así quietos un rato.

Poco a poco, cuando fue recuperando la energía, Greta miró con una sonrisa pícara de disculpa la cara de Giuliano que surgiendo entre sus muslos de las rizadas profundidades, sonreía relamiéndose como un gato.

No era amor. Lo de Greta y Giuliano, era solo sexo. Era una atracción salvaje y profunda que como ella decía no fue "Amor a primera vista", fue "Sexo y atracción animal a primera vista" que se aderezaba además con grandes dosis de complicidad, sentido del humor y una alocada irresponsabilidad ausente de cualquier rasgo de culpa.

Aquel había sido un verano de risas y sexo…sexo y risas… Ah y.... ! Pescado !, mucho pescado, el mejor pescado de la barca de Giuliano, que además le servía de excusa para subir a la casa del Alto dos veces por semana.

A la Alemana, culta y preparada, le enternecía la rusticidad del pescador. Aún recuerda lo bello que le supo cuando Giuliano le dijo como la cosa más romántica del mundo, que su sexo olía a lubina fresca pero sabía al pulpo de las rocas. Y… algo de razón debía tener porque desde que vio a Giuliano sudoroso en el muelle descargando su barca, a Greta le parecía tener entre sus piernas un pequeño pulpo desobediente que sin atender a llamada alguna de la razón, movía sus patitas con vida propia dispuesto, a enrollarse en su presa y no soltarla jamás.

La tranquilidad solo llegaba al interior de Greta cuando al atardecer volvía a oír sonido de la motocicleta de Giuliano alejarse poco a poco hacia abajo regresando a Grámola. Entonces Greta, cansada, relajada y satisfecha, miraba ausente el mar esperando la salida de la luna. ¿Satisfecha?... !! Aún no había desaparecido el rumor de aquel destartalado motor y su cuerpo ya estaba deseando volverlo a escuchar…!!

No tengo empacho en decir que Greta decidió al final aceptar la proposición del Dr.Gunter. Y ahora, desde la húmeda niebla del norte, no se arrepentía de nada.

Greta sabe ahora que hay algo indomable y misterioso dentro de su ser pero el futuro de una alemana siempre debe marcarlo la razón y "Lo que pasó en Sicilia debe quedar en Sicilia". !Si…!, en Sicilia... y en su memoria, escondido profundamente para siempre como "Secreto de mujer".

FIN

2 comentarios:

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Armo Alf dijo...

Me ha gustado mucho,se le dan muy bien los cuentos,asi que ahora,al proximo.Felicidades.
Saludos
Armonia