jueves, 29 de marzo de 2018

El PENITENTE

Cuando Nazario en medio de la procesión del Viernes santo cayó derrumbado por el peso de la pesada cruz intentando subirla descalzo por el antiguo adoquinado del empinado callejón hasta la explanada de la iglesia para plantarla en lo alto del pueblo como había hecho los cincuenta últimos años, apenas había música y la banda solo marcaba a golpe monótono y lento de tambor en sordina, el triste paso de la procesión del silencio.

Las gentes, apiñadas en balcones y portales, no gritaron de inmediato y apenas se levantó un murmullo corto que se escapó hacia arriba para perderse por encima de los aleros de los tejados junto al humo de los cirios y las antorchas en la noche clara de luna llena 


No eran infrecuentes las caídas de alguno de los tres penitentes anónimos y encapuchados portadores de las cruces . De hecho, casi se esperaban cada año cuando tras horas de procesión aquellos desgraciados llegaban a la dura cuesta apenas escalonada y debido al esfuerzo y la pérdida de sangre de sus pies heridos y destrozados y los desgarros en sus piernas producidos por los cilicios espinosos que allí llevaban arrollados, a veces caían agotados.

No, no lo auxiliaron de inmediato, lo propio era que el portador de la cruz, se rehiciera y se levantara sin ayuda para reanudar su penitencia.

La procesión se detuvo a esperar y los tenebrosos capirotes cuyos conos parecían llenar el fondo del callejón de cipreses negros, permanecieron sombríamente quietos y pacientes en sus lugares con sus hachones encendidos apoyados en el suelo mientras se balanceaban al ritmo del atabal.

Solo, cuando pasados unos minutos, vieron que bajo los oscuros maderos de la cruz que aplastaban los colores de la Hermandad de la Santa Angustia no reaccionaba el bulto de terciopelo cárdeno y magenta en el que yacía inmóvil Nazario, se acercaron para ayudarlo a levantarse.

El auxilio llegó tarde, cuando iluminados por los faroles del paso del Cristo de la Agonía le retiraron el pesado capuchón para intentar reanimarlo y vieron el rostro arrugado de aquél hombre anciano con los ojos en blanco, supieron que ya estaba muerto y no había nada que hacer.

Las gentes entonces se arremolinaron alrededor con la curiosidad morbosa de saber por fin quién era Nazario, aquel misterioso y dolorido penitente del que nadie sabía nada mas que el nombre y que encapuchado y montado en una minúscula burrita, todos los jueves santos llegaba al pueblo desde las montañas, visitaba en el cementerio local una modesta tumba en cuya lápida constaba solo una fecha y después de rezar sobre ella, dejaba sobre el mármol dos rosas blancas, ataba la montura allí y cada viernes santo procesionaba desde hacía cincuenta años, cuando aquel pueblo era poco mas una aldea de camino a la gran ciudad, portando la cruz mas pesada hasta plantarla en mas alto del lugar, para desaparecer después hasta en año siguiente.

Nadie reconoció aquel rostro muerto y pálido en el que se había quedado helada una extraña sonrisa de agradecimiento.

Muchos, sobre todo los mas mayores, habían visto la evolución de aquel cuerpo vigoroso que se adivinaba joven bajo los ropones y que con el paso inexorable de los años se había convertido, en una indispensable y señera figura doliente y propia de aquella semana santa famosa ya en toda la región, cuya secreta historia, a falta de mas verdad, circulaba mas fantasiosa e inventada cada año que pasaba enredada en mil bulos murmurados como sentidas oraciones a su encorvado y sufriente paso por vecinos y visitantes que acudían cada año en mayor número de toda la contornada para participar del suplicio de aquel eterno y anónimo penitente.

Tal vez, solo Don Ramiro el médico de aquel pueblo que cincuenta y un años antes había atendido a la tragedia en aquel amanecer plomizo de un viernes santo, hubiera podido sospechar lo que nadie supo nunca y ni la mas turbada imaginación pudo parir de no ser porque 
Don Ramiro, poco después había muerto atropellado por un carro como si aquel asunto le hubiera contagiado la desgracia y el mal fario.

La pura verdad es que Nazario, no murió por el corazón partido por el esfuerzo en el aquel empinado calvario. Nazario llevaba muerto desde antes de coger aquella cruz por primera vez. Aquel cuerpo penitente cuya fuerza solo animaba la infinita culpa, era un ente vacío, una especie de zombi cuya alma sin destino llevaba presa en aquella tumba blanca y sin nombre del pequeño cementerio desde la fecha que en ella estaba inscrita. En espera de un perdón que Dios parecía negarle.

Si él solo había cometido un error, ¿Tan grande había de ser el castigo…?

¿Porqué, pensaba Nazario, quiso Dios quitárselo todo después de haber sido tan generoso con él cuando aún se sentía vivo en aquel pueblo encalado entre picos montañosos en cuyos amplios y verdes valles pastaban las mejores ganaderías de toros bravos del Marquesado de Cienfuentes ?.

¿ Porqué Dios le dio junto al talento de conocer los toros con solo mirarlos esa lucidez innata y esa serena valentía para torearlos y extraer de ellos hasta el último soplo de bravura de modo que tras la espada, ambos, toro y torero, quedaran unidos por la gloria ?.

¿ Porque lo había hecho guapo y arrogante con una sonrisa franca y clara que no pudo resistir Dolores, aquella muchacha de ojos rasgados, negros y brillantes, que con la dulce genética de una princesa mora, solo tuvo esos ojos para él a pesar de que la pretendían por su belleza todos los hijos de los hacendados e incluso el heredero del Marqués?

Y sobre todo….

¿ Porqué le regaló aquel triunfo en la Plaza de la maestranza de Sevilla donde tras cortar las dos orejas y el rabo a aquel toro arquetípico con cabeza de Minotauro salió vitoreado por la puerta grande de la plaza para convertirse en figura indiscutible ?

Mientras lo sacaban a hombros de la Plaza y lo paseaban en plena primavera sevillana por las avenidas plagadas de naranjos en flor, Nazario siempre recordó como sentía el íntimo orgullo de poder ofrecer, cuando llegara a su pueblo, todo aquello a Dolores y al hijo que esperaban demostrando que no se había equivocado al elegirlo.

Un solo día ¿sabéis?..Solo un solo día hizo falta para llevar a Nazario de la más alta gloria celestial al más profundo infierno de tormento. Yo no sé si fue un despiste de Dios o un desafortunado revés del destino, pero Nazario lo vivió como un castigo a algún terrible pecado, tal vez de soberbia o arrogancia, que aunque él no recordaba haber cometido, debió ser interpretado así por el que dirige nuestra suerte terrenal.

Lo que yo, menos creyente, denomino una inmerecida "Putada de Dios" para con Nazario, comenzó cuando al día siguiente y tras horas de viaje en carro por la tortuosa carretera llamada de las cien curvas que subía hasta los verdes valles, todo el pueblo, las autoridades incluido el Marqués de Cienfuentes y todos los hacendados lo estaban esperando para un acto de celebración del triunfo del muchacho y la ganadería y el pueblo y sin siquiera dejarlo ver a Dolores, se lo llevaron a hombros a la grandiosa fiesta de la plaza mayor engalanada, donde le esperaban discursos de alabanza y reconocimiento, música festiva, baile, comida y alegría andaluza.

Por unas horas, con la bebida a la que estaba poco acostumbrado y con la que, para no desairar, debía brindar con todos los capitostes y la euforia de lo conseguido, Nazario entró en un sublime y extraño éxtasis olvidándose por unas horas de todo incluso de su embarazada Dolores.

!!Nazario despierta algo ha ido mal con Dolores !!, !! Llevamos horas buscándote!!, Dolores se ha puesto de parto, el niño va atravesado y hay que sacárselo por cesárea en el hospital de la ciudad. La comadrona no te ha podido esperar mas y desesperada se ha bajado con el carro y con Dolores hasta el llano.

Nazario había acabado tan borracho que no pudo llegar a su casa. Había errado el camino con la oscuridad y al final acabó por caer aun con el traje de luces derrumbado en un pajar cercano cubriéndose del frío con la paja.

Alarmado y muerto de miedo Nazario se cambió de ropa y tomando su pequeña burrita, intentó alcanzar a las mujeres bajando imprudente y atolondradamente por el tortuoso atajo morisco mientras el corazón parecía que iba a estallarle.

No, no llegó a ver a Dolores con vida, al llegar al primer pueblo del llano, vio su carro vacío parado frente al cementerio y a la comadrona llorando sin consuelo sentada en la puerta del camposanto. El médico del pueblo que en ese momento salía de la pequeña capilla miró a Nazario a los ojos y con infinito abatimiento murmuró :

No hemos podido hacer nada, lo siento, no ha aguantado hasta la ciudad , su útero ha estallado de esfuerzo inútil desangrándola por dentro sin poder parir a la criatura. Si quiere despedirse, ahí dentro están…

No fue entonces cuando la culpa mató a Nazario, ni tampoco cuando algunos minutos después en la soledad de la capilla, Nazario quitó la sabana que cubría el cadáver y un extraño rayo de sol matinal lo iluminó dándole a su serena y pálida belleza un traslucido brillo de alabastro, ni tampoco fue cuando se inclinó a besar sus finos y helados labios. Nazario murió, cuando alzó la vista y al mirar aquel sereno cuerpo vio entre sus blancos muslos como de su bello y ensortijado sexo, salía un tierno y pequeño bracito amoratado.

No , Nazario jamás supo si era niño o niña, tampoco le importó, los enterró bajo aquella losa mientras en las calles del pueblo sonaba lejanamente la música sacra de la semana santa y volvió a sus verdes valles donde jamás volvió a sonreír ni a torear ni a conocer otra mujer ni a tener mas amigos que la culpa y su trabajo de capataz. Si, solo esto rigió sus rutinas hasta la muerte de su cuerpo.

¿ Se habrá reunido su alma con la de los suyos ? ¿Le habrá perdonado Dios ?

La verdad es que no sé..., cada vez me fío menos de eso de los renglones torcidos en los que el creador escribe y pienso que el alma de Nazario cuando por fin fue llamada, debió subir algo acojonada y temblorosa hacia el infinito insegura de que allí no le esperara otra "Putada de Dios…"

Al fin y al cabo…" Gato escaldado del agua fría huye…."

1 comentario:

Unknown dijo...
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