domingo, 26 de julio de 2020

EL PERRO DEL FOTOGRAFO

Desde la ventana de la escuela, en aquella fría mañana, la imagen difusa de de Don Marcelo cargado con su maleta , sus extraños bártulos de fotografía y su perrillo, parecía la un extraño monstruo envuelto en la niebla viniendo hacia el pueblo por el camino del apeadero del tren como si al parar, la negra locomotora lo hubiera parido en uno de sus ruidosos bufidos . 

Ahora en mi madurez, cuando recuerdo aquella imagen misteriosa y aterradora que llevo clavada en mi cabeza como si fuera ayer, recuerdo también que no me pude imaginar en ese momento lo decisiva que iba a ser en mi vida.

Cuando la cercanía disipó la niebla, la visión de aquel hombre vestido de tweed con su barba blanca, su sombrero, sus anteojos redondos y dorados con los cristales empañados, luchando porque su carga rebelde no se le desmoronase sobre el perrillo que lo miraba asustado, disipó mi fantasía infantil, pero lejos de sentirme decepcionado, una enorme curiosidad se apoderó de mí.

Si, luego supe que Don Marcelo, un famoso fotógrafo de la capital, venía a la casa junto al río y frente a la fonda a establecerse en las montañas para que el aire puro sanara sus pulmones enfermos.

También supe, en los pueblos se sabe todo en seguida, que Don Marcelo era considerado un verdadero artista que había retratado hasta la familia real y que de haber sido extranjero, sus obras colgarían de los mejores museos de París, Londres o Nueva-York.

Cuando Don Marcelo habló con el de dueño la fonda donde acudía a comer para buscar un muchacho del pueblo que lo pudiera ayudar en su estudio, hiciera los mandaos y lo guiara transportando sus enseres por los bosques y los montes para buscar paisajes, yo, el hijo del maestro, era el candidato que más previsiblemente acabara ayudando a Don Marcelo ese verano en mis vacaciones.

Yo era un muchacho solitario..., solitario y sin amigos . Mi padre me había cultivado lo suficiente para ser un estirado intelectual entre los paletos hijos del pueblo pero no lo suficiente para dejar de ser un paleto entre los primos de mi familia de la capital.

Para estar siempre disponible para él y a modo de compensación, él me fue enseñando de fotografía, de arte, de técnicas de revelado, de enfoques, de lentes y cámaras y también de apreciar la luz, las sombras y la belleza de los colores que según él aunque no pudieran apreciarse en las fotos en blanco y negro, tenían su importancia.

Cuando acabó el verano, ya me había decidido por la fotografía como profesión. Aquel hombre me trataba como un discípulo y cuando tras las agotadoras jornadas por el campo fotografiando a diestro y siniestro le revelaba los negativos en el cuarto oscuro yo me sentía como un aprendiz de Miguel Ángel en un taller de Florencia.

A veces me Don Marcelo me permitía tomar alguna instantánea y mis fotos guiadas y orientadas por su genio resultaron tan buenas que cuando las vio mi padre, no se opuso a que a modo de aprendiz siguiera un año con Don Marcelo para más adelante estudiar bellas artes y así dotar de "lustre" a mis conocimientos prácticos.

Un año no...,! tres años estuve con él ! absorbiendo como una esponja seca todas las enseñanzas que aquel Genio que, sintiendo su final en las fiebres y la tos que por la noche lo atormentaban, no se guardaba nada para sí.

No negaré por respeto a él, que a sus espaldas y por la noche yo leía en mi casa todo tipo de libros de fotografía moderna, sobre todo los que trataban de avances en fotografía en color y cámaras fotográficas alemanas que estaban haciendo furor en los países más avanzados y de los que él anclado en sus éxitos tenía una opinión negativa.

De aquellos dos seres decisivos para mí que salieron de la niebla ahora me toca hablar de la otra parte importante...!" Placa"! !Si!, su joven perrita manchada de blanco y negro de apenas un palmo de alzada, orejas de punta, hocico puntiagudo y unos ojos tan ojos tan brillantes y saltones que apenas necesitaba mover la cola para hacerse entender.

A mí no me gustan los perros y verdad es que cuando los conocí a ambos apenas reparé en ella a pesar de que no se separaba de Don Marcelo ni para ir al excusado. Creo que debí pensar que el perrillo formaba parte del cuerpo del fotógrafo como una mano o un pie y le presté tan poca atención que a pesar de venir siempre con nosotros a fotografiar tardé varias semanas en darme cuenta de que era hembra y que se llamaba "Placa" en honor a las placas fotográficas.

"Placa" me pagaba con la misma indiferencia que yo le mostraba a pesar de que era yo el que le daba de comer y la sacaba a mear cada tarde. Jamás mostró alegría o agradecimiento por mi presencia y solo gruñía y enseñaba los dientes cuando me acercaba demasiado a Don Marcelo como si quisiera hacerme entender que era de su propiedad.

Mis días de aprendiz terminaron de golpe una tarde de viernes, cuando regresé de la ciudad y me encontré con que Don Marcelo que había salido sin mí, había muerto ahogado en el lavadero al que debía haber caído cuando andando hacia atrás para buscar un enfoque, debió perder el pie y caer golpeándose la cabeza contra una losa de lavar quedando inconsciente en el canal jabonoso.

Nunca he dicho nada, pero la sospecha de que la falta de aire en sus pulmones le llevara a abandonar voluntariamente este mundo entró en mi cabeza cuando ordenando y recogiendo sus cosas días después, entre sus últimas fotografías encontré una carta manuscrita en la que a falta de familia me dejaba todos sus bienes es decir sus trastos fotográficos, su estudio en la cuidad y una saneada cuenta corriente , con la única condición de que cuidara como una hija a "Placa" hasta su muerte.

Así lo hice y así lo debió sentir aquel animal porque nada mas enterrar el cuerpo de don Marcelo se pegó a mí como una lapa haciendo mi vida mas difícil.

Cómo a Don Marcelo le llevaba la correspondencia, escribí a sus clientes y compromisos comunicándoles la mala noticia y presentándome como su ayudante así como ofreciéndome para continuar sus servicios desde mi estudio de la ciudad si lo estimaban conveniente y acompañé la carta de mis últimos trabajos que eran verdaderamente buenos.

Ninguno de los remitentes rechazó la propuesta y yo comencé con muy buen pie trabajando con las enseñanzas recibidas e incluso ofreciendo los servicios de foto en color que fueron muy bien recibidos.

Durante tres años más, fui verdaderamente feliz, mis fotos eran geniales y me llenaban de orgullo, ganaba dinero, los clientes del estudio estaban satisfechos e incluso me recomendaban a otros haciéndome así poco a poco cierto nombre entre la profesión.

El único problema que se me presentaba era andar con "Placa" pegada al culo a todos los sitios aunque ella había cogido la costumbre de precederme para esperarme antes de continuar mi camino o entrar a la sala de retratos y mirar fijamente a los retratados.

Por fin un día no pude mas, la metí en un saco y la tiré al río mientras me justificaba ante la memoria de Don Marcelo diciendo que había sido verdad porque hasta su muerte la había tratado como una hija y aunque aquel animal me resultaba molesto, siempre la traté bien y jamás le levanté la voz.

No os lo creeréis, pero desde aciago día, mi vida se fue hundiendo poco a poco, mi inspiración de repente se vació como el agua de un inodoro y mis fotografías, a pesar de mi depurada técnica, se hicieron planas, repetitivas y vulgares hasta el punto de que me las iban rechazado una y otra vez y así fui perdiendo la clientela como la arena en un cesto a pesar de que, sin efecto positivo alguno, consulté a todas las brujas, adivinas y curanderos de la ciudad para que limpiaran mi espíritu que creía tomado por un ser maligno enviado por Don Marcelo en venganza de haber roto mi compromiso.

Por fin, completamente arruinado volví a mi pueblo apaleado y con el rabo entre piernas y cuando me vi así, se me cayó la venda de los ojos...! !Que ciego debía haber estado en mi orgullo que no me había percibido...! !Era "Placa"! !No era yo! " Era "Placa" la que, como si fuera Don Marcelo, me guiaba a hacer las mejores y más geniales fotos, era Placa la que se paraba en el lugar justo donde el paisaje y la luz eran más bellos, frente al anciano más interesante...al niño pobre más dramático...o la joven de sonrisa más tierna y yo, no tenía mas que llegar al lugar y disparar la cámara, era "Placa" también cuando en el estudio, solo se quedaba quieta cuando yo tenía la mejor toma de un retrato. En resumen... Era "Placa" la que a la vez que yo aprendía la técnica aprendió prodigiosamente de Don Marcelo a captar la belleza y el sentimiento y señalarla con su hociquito o meneando la cola

¿ Lo sabía Don Marcelo... ?, ¿ Me la dejó por eso...?

Ahora me da igual...he aprendido a ser humilde, la fotografía es un arte y yo nunca fui un artista, y no..., no vivo atormentado, ahora soy yo el maestro de la escuela y sinceramente, soy feliz recordando aquellos tiempos de gloria que sin Don Marcelo y "Placa" jamás hubiera podido conocer.

Fin





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