viernes, 10 de mayo de 2019

EL CRUCE

Os juro que casi se me caen las lágrimas cuando los vi a la puerta de la vieja carpintería huyendo del polvo de serrín y buscando un poco de aire puro pero la ternura con que aquella madre, que por su edad podría ser su abuela, sentada en aquella silla de enea, arropaba y susurraba a aquel bebé de cara satisfecha protegiéndolo amorosamente con su cuerpo del caluroso sol de la mañana, me recordó un cuadro de un tal Ballester, un viejo y desconocido pintor de acuarelas que a veces escribía unos cuentos estrambóticos y al que yo, a pesar de no entender nada de arte, frecuentaba su amistad alguna vez. 

La verdad es que en aquel barrio de familias humildes y poca escolarización, no había costumbre de ser mimoso y tierno con los niños que venían a las familias en racimos de tres o cuatro, se criaban trapaceando por las calles a la buena de dios y se educaban a base de pescozones y golpes a los que llegaban a ser insensibles.

La conocía..., claro que la conocía..., al igual que a su difunto marido, un buen carpintero trabajador y callado al que había encargado los marcos de mis ventanas y cuyo único vicio conocido era el tabaco que yo le veía fumar compulsivamente con el temor de que con tanta madera y tanto barniz ardiera la carpintería con nosotros dentro.

Doña Matilde como se llamaba aquella mujer, había enviudado hacía algunos meses por culpa del tabaco, si, el maldito y puto tabaco no le quemó la carpintería a su difunto pero le quemó los pulmones por dentro de tal manera, que se murió en cuatro dias malcontados.

-¿Sabe Genaro? me dijo cuando conmovido me acerqué a saludarla. Este niño es ahora mi alegría y mi razón de vivir. Mis otros tres hijos mataron a mi marido a disgustos y por eso fumaba sin descanso, no los pudimos criar como dios manda por que el trabajo nos agobiaba a los dos y ya ve, el mayor en prisión, la pequeña se fue lejos y la llenaron de críos y la mediana, mejor que se hubiera ido, porque con las malditas drogas emputeció y siempre fue nuestra vergüenza hasta que "palmó" de sobredosis.

- Vd. es una mártir Doña Matilde, lo que no me explico Doña Matilde es como, con lo que me ha contado, aún le quedaron  ganas de tener otro niño que podía ser su nieto.

- Mire, Genaro mi marido era lo que yo más quería en el mundo. Salvo el tabaco, era el hombre mas cabal y con mas virtudes del mundo, a mí me amaba más que a su vida y a pesar de que criando perdí toda mi belleza, el me seguía deseando como cuando éramos novios. Pero cuando la muerte comenzó a llamar a su puerta y como si así se quisiera agarrar a la vida, me buscaba y me buscaba y como yo no tenía fuerzas para negarme, me preñó con el último suspiro de fertilidad que me quedaba.

- Joder doña Matilde que fuerte es usted, sola, con la carpintería vacía y un retoño con su edad y sus otros hijos cabroneando por ahí y aun le sonríen los ojos...

-¿Sola? no crea, no estoy sola, desde el cruce no me siento sola..

-¿el cruce? ¿qué cruce...?

-Mire Genaro, Dios quiso en su misericordia infinita que yo no pudiera ver como moría mi marido en el piso de abajo porque en el momento en que expiró yo paría este retoño en el piso de arriba y desde que ensangrentado lo cogí entre brazos, sentí que había habido un cruce en el viaje de sus almas y que de alguna manera, este niño además de la suya, lleva un trozo del alma de mi marido dentro de su cuerpecito. ¿No lo tengo que querer mas que a nada? ¿ No lo tengo que querer el doble?. Mire, voy a vender la carpintería, nos iremos de aquí y a éste si, lo educaré para ser un gran hombre...

Me despedí de doña Matilde dándole la razón como a los locos y felicitándola por su suerte. Definitivamente, a aquella mujer se le había ido la cabeza y mucho, pero a veces, la locura trae la felicidad y yo de corazón, deseé que las cosas le fueran como ella deseaba....

FIN

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