jueves, 25 de abril de 2019

SELENE MOON

Con su extravagante aspecto y su mortal palidez, todo el mundo habría dicho que era una actriz o cantante de moda tirando a gótica, pero no, Selene solo usaba ese apelativo porque si a la blancura infinita de su piel, le sumabas su innato amor por las ropas negras, los maquillajes y sombras de colores fríos o helados y como el azul o el amarillo lima y su inveterada afición por los violetas y cárdenos en sus labios, se podría comprender que no le gustara llamarse por su verdadero nombre: Luna, porque con su excéntrica aura, Luna era demasiado fácil  por sus no siempre bien intencionadas amigas de transformar, en "lunática". 


Pero Selene…o mejor llamémosla ya Luna, era una muchacha menuda serena y tranquila cuya pasión interior y secreta, era un inmenso deseo de fertilidad y anhelo de amor, que contrastaba con lo gélido su imagen. 

Luna jamás había podido satisfacer sus íntimos deseos ya que siempre, había estado sujeta y vigilada por su madre, Doña Terresa, que aunque, siempre vestida con preciosos tonos azules y era la mas guapa de su barrio, solía andar con un humor cambiante y tan pronto se llenaba de suaves nubes y vapores neblinosos, como llena de ira, estallaba a temblar y escupir volcánico fuego.

Luna siempre modesta y humilde y sin poder hablar con nadie que la pudiera entender, se había ya conformado a su estéril destino con una melancolía infinita y silenciosa. Ni siquiera podía desahogarse con su lejano y brillante padre, Lorenzo Helios, para compartir con él lo loca que estaba su madre o comentarle que Mariavenus le había echado los tejos pero que ella, no le hizo caso y mas que porque ella no se sentía lesbiana, fue por lo infecúnda e improductiva que hubiera resultado aquella unión.

Así que, Selene Moon debía guardarse deseos y temores para sí misma como... lo mucho que le gustaba el purpureo de Rogelio Martin, pero lo molestos que eran sus pequeños amigotes Pepe Deimos y Juan Phobos que siempre le andaban rondando, armando camorra y mareando a su alrededor o... el tremendo horror que le daban Luis Júpiter y Don Saturnino que con su gigantesco tamaño la podrían desintegrar si un día les diera por poseerla.

Pero aún así, Luna o Selene, como prefiráis, no podía evitar un punto de decepción cuando una y otra vez después de estar en la fase de su ciclo en la que su cuerpo brillaba grande, blanco, redondo y hermoso llamando descaradamente a que lo fertilizaran, pasaba su momento sin que ni siquiera un revoltoso meteorito le hiciera brutalmente el amor partiéndola en cuatro filiales pedazos y entonces Luna, abatida de tristeza y desesperanza, iba perdiendo su luz hasta que días después, prefería encerrarse a oscuras en su cuarto para que nadie la viera llorar por aquel desperdicio.

La suerte para Luna y por la que todos los días da gracias a la generosidad del Universo, que aprieta pero no ahoga, es que un día resultó que a Doña Terresa, su madre, sin saber como ni porqué o si algo raro le había picado algo, comenzó a salirle poco a poco un extraño sarpullido llamado vida apareciendo manchas verdes sobre ella.

Si, con la vida, Luna comenzó a sonreír, dejó de mirarse el ombligo, se olvidó de todos sus astros vecinos de edificio y se dedicó desde entonces a enviar sus pálidos influjos fertilizadores hacia su madre para que las plantas crecieran vigorosas, los bosques taparan el roquedo, las aguas con sus mareas hicieran que los peces saltaran y brillaran y los animales, se aparearan, pero sobre todo…, y lo que más feliz hacía a Luna…,era sembrar con su redonda luz el amor en los humanos corazones de las tiernas que en las noches claras enamoradas, se besaban abrazados admirándola.

fin

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