Pero Selene…o mejor llamémosla ya Luna, era una muchacha menuda serena y tranquila cuya pasión interior y secreta, era un inmenso deseo de fertilidad y anhelo de amor, que contrastaba con lo gélido su imagen.
Luna jamás había podido satisfacer sus íntimos deseos ya que siempre, había estado sujeta y vigilada por su madre, Doña Terresa, que aunque, siempre vestida con preciosos tonos azules y era la mas guapa de su barrio, solía andar con un humor cambiante y tan pronto se llenaba de suaves nubes y vapores neblinosos, como llena de ira, estallaba a temblar y escupir volcánico fuego.
Luna siempre modesta y humilde y sin poder hablar con nadie que la pudiera entender, se había ya conformado a su estéril destino con una melancolía infinita y silenciosa. Ni siquiera podía desahogarse con su lejano y brillante padre, Lorenzo Helios, para compartir con él lo loca que estaba su madre o comentarle que Mariavenus le había echado los tejos pero que ella, no le hizo caso y mas que porque ella no se sentía lesbiana, fue por lo infecúnda e improductiva que hubiera resultado aquella unión.
Así que, Selene Moon debía guardarse deseos y temores para sí misma como... lo mucho que le gustaba el purpureo de Rogelio Martin, pero lo molestos que eran sus pequeños amigotes Pepe Deimos y Juan Phobos que siempre le andaban rondando, armando camorra y mareando a su alrededor o... el tremendo horror que le daban Luis Júpiter y Don Saturnino que con su gigantesco tamaño la podrían desintegrar si un día les diera por poseerla.
Pero aún así, Luna o Selene, como prefiráis, no podía evitar un punto de decepción cuando una y otra vez después de estar en la fase de su ciclo en la que su cuerpo brillaba grande, blanco, redondo y hermoso llamando descaradamente a que lo fertilizaran, pasaba su momento sin que ni siquiera un revoltoso meteorito le hiciera brutalmente el amor partiéndola en cuatro filiales pedazos y entonces Luna, abatida de tristeza y desesperanza, iba perdiendo su luz hasta que días después, prefería encerrarse a oscuras en su cuarto para que nadie la viera llorar por aquel desperdicio.
La suerte para Luna y por la que todos los días da gracias a la generosidad del Universo, que aprieta pero no ahoga, es que un día resultó que a Doña Terresa, su madre, sin saber como ni porqué o si algo raro le había picado algo, comenzó a salirle poco a poco un extraño sarpullido llamado vida apareciendo manchas verdes sobre ella.
Si, con la vida, Luna comenzó a sonreír, dejó de mirarse el ombligo, se olvidó de todos sus astros vecinos de edificio y se dedicó desde entonces a enviar sus pálidos influjos fertilizadores hacia su madre para que las plantas crecieran vigorosas, los bosques taparan el roquedo, las aguas con sus mareas hicieran que los peces saltaran y brillaran y los animales, se aparearan, pero sobre todo…, y lo que más feliz hacía a Luna…,era sembrar con su redonda luz el amor en los humanos corazones de las tiernas que en las noches claras enamoradas, se besaban abrazados admirándola.
fin
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