sábado, 27 de octubre de 2018

AUSENCIA V2018

Un segundo antes, caminaban de la mano riendo y tonteando mientras bajaban por la vereda de los tilos muy despacito hacia el parque. 

Ella, con la mano izquierda, intentando hacer inolvidable el momento, apretaba contra su pecho un ramito de violetas y de cuando en cuando, llevaba el minúsculo ramillete cárdeno hasta su rostro y lo besaba mientras con los ojos cerrados aspiraba aquel delicioso perfume a caramelo de infancia. 



¿Recién enamorados…?, !Noooo!, cualquiera se hubiera sorprendido de que ese día celebraban cinco años de amor.

Un segundo después, ella no estaba.

Él, apenas notó un ligero tironcito en su mano y cuando se volvió a mirarla…, ella no estaba.

!!No estaba!!.

Instintivamente y sintiendo un helado vacío a su lado, la buscó nerviosamente con la mirada, pero no la encontró y solo vio un enorme autobús que se alejaba cuesta abajo silencioso y veloz.

El hombre quedó paralizado y aturdido algunos instantes sin ni siquiera sospechar que era aquella bestia sin frenos con el motor averiado y la dirección quebrada, la que había arrancado a su amada de su brazo y que ahora, aplastada contra su faro derecho y tal vez muerta, viajaba hacia su destino final que era instantes después empotrarse con un estruendo sordo en la figura de granito de la plaza de abajo.



Alejandro, jamás pensó que la desaparición de Patricia lo pudiera trastornar tanto que le hiciera perder la razón.

¿Sentirlo…?, !Claro!, él la amaba con locura, pero no había nacido ayer y con cuarenta años a la espalda, Alejandro ya había tenido que hacer frente y superar suficientes duelos duros en la vida.

Pero esto fue distinto.

Yo no creo que fuera por la insólita e inesperada rapidez de la pérdida, yo mas bien creo que fue porque fue consciente de haber perdido algo insustituible, algo había encontrado como por azar , sin esfuerzo, sin saber siquiera lo qué había hecho para merecerlo y por tanto, sin saber cómo podía remplazar en su corazón y en su alma aquel profundo y helado vacío.

No creáis que cuando ambos ligaron su existencia fue un torrente románico y apasionado y febril, no… Aquello fue una relación serena y sanadora llena de sentido del humor, de confidencias sinceras, de complicidades, de entenderse sin palabras apenas con la mirada, de abrazar cuando se necesita, de escuchar en silencio comprensivo los sinsabores del día, de adivinar lo que el otro quiere antes que lo diga y de devolver con intereses cada gesto del otro.

Sin embargo y de cuando en cuando…, la magia los visitaba como suele hacer la magia cuando ella quiere y no cuando se la busca que para eso es mujer y aquella noche en la que nada celebraban, en la que cansados y algo aburridos se fueron a la cama con ánimo de dormir, misteriosamente se convirtió entre las sabanas en una velada de pasión con roces suaves, jadeos violentos, besos profundos, susurros inconfesables y deseos caprichosos que parecieron no saciarse hasta que la luz del alba, se llevó a regañadientes los rayos de luna llena que curiosos, se habían colado por la ventana.

Despertaron con el sol ya en lo alto y con un suave toque en la nalga Alejandro invitó a Patricia a levantarse y se fue a preparar café mientas ella, medio dormida, remoloneaba por la cama.

Fue exactamente cuando volvió, cuando a Alejandro casi se le cae la bandeja de la mano: Envuelta por la luz ámbar del sol que entraba matizada por las cortinas, Patricia, desnuda y sentada sobre la cama, se había vuelto a dormir con su carita de ángel apoyada sobre la rodilla y con su melena oscura cayendo como una cascada parecía una ninfa encantada del bosque.

Alejandro, la fotografió para inmortalizarla en ese fascinante instante en una acuarela que le encargó a un amigo.

!Si! , creo que fue cuando su amigo apesadumbrado tras la muerte de Patricia le llevó aquel cuadro encargado, cuando al mirarlo, Alejandro perdió la razón.

Permaneció encerrado días enteros llorando sobre aquella pintura emborronándola con sus lagrimas y delirando que ella no había muerto del todo, que su alma estaba aun viva junto a él y su mente torturada creó a su izquierda, donde la vio por última vez, un aura ambarina y neblinosa del tamaño de Patricia que solo él podía ver y que, fuera donde fuera, le acompañaba siempre a su lado.

Alejandro no se volvió tan trastornado que le llegara a contar nada a nadie, interpretó aquello como una especie de milagro íntimo y secreto que se podía romper si alguien se enteraba y aliviado por la presencia del aura a la que románticamente llamaba Ausencia, fue animándose lo suficiente para emprender una vida aparentemente normal.

Acudía puntual a su trabajo, salía al cine, charlaba con los amigos y paseaba por el parque. Lo único anormal que se podía observar en él, eran una serie de movimientos raros, traslaciones extravagantes y extrañas posturas y contorsiones de su cuerpo a las que los demás, incluidos sus vecinos, se acostumbraron pronto quitándole importancia e interpretándolo como una secuela nerviosa de su terrible tragedia.

Pero aquellas rarezas, no eran convulsiones ni tics involuntarios como podía creerse, sino que eran fruto de la única angustia que tenía Alejandro: Se pasaba el día intentando evitar que nadie tocara o se parara sobre la ambarina aura de Ausencia y la pudiera molestar.

En el despacho, colocó su mesa al lado de un muro a la izquierda. Deslizó poco a poco la fotocopiadora de modo que la maloliente puerta de los servicios quedara a su siniestra desmotivando así cualquier intento de pararse a su lado. Cuando hablaba con su jefe lo hacía de perfil girando dolorosamente su cara mostrando su lado derecho. En los bancos del parque depositaba el periódico a su lado izquierdo para que nadie se le sentara encima y en el cine, sacaba dos boletos para poder decir a cualquier solicitante que la butaca de su lado estaba ocupada.

Pero aun con todas las precauciones y toda la atención que aquel hombre maníacamente mantenía, por lo menos una vez a la semana y por diversas circunstancias, alguien involuntariamente lograba pararse o sentarse sobre Ausencia provocando en Alejandro una sensación física de dolor, malestar y profusa y helada sudoración que él interpretaba como una queja del amado espectro de Ausencia que se quedaba atrapado impidiéndoles huir.

Solo en algunas ocasiones, a pesar de que la reacción era mas intensa, dolorosa y casi brutal, dejaba en Alejandro un regusto de satisfacción y una disimulada sonrisa cuando el aura ambarina quedaba atrapada por un cuerpo bello o interesante de mujer demostrando así Ausencia, lo celosa y posesiva que era.

Alejandro, daba por hecho y siempre pensó que Ausencia siempre permanecería a su lado y jamás miró a nadie mas , pero pasados algunos años, sucedió que un día cuando en el metro se hizo inevitable que una mujer vulgar y cuarentona de pechos caídos, evidentes michelines y que cojeaba levemente se sentó a su izquierda en el asiento que en un descuido un Alejandro ya canoso había dejado libre, él se preparó con los ojos fuertemente cerrados a percibir el tormento y el castigo a su distracción, pero… nada malo pasó, sino que sorprendentemente, aquel hombre sintió por todo su cuerpo una deliciosa sensación de serena felicidad.

Cuando abrió los ojos y miró a aquella mujer desgreñada con mirada interrogante, el hombre se encontró con una sonrisa encantadora, un gesto de infinita dulzura y una voz aterciopelada con la que inició una fascínate conversación hasta el final de trayecto que le hizo olvidar incluso los dolores de estómago que le aquejaban en las últimas semanas.

Cuando Alejandro abrió los ojos a la mañana siguiente, el olor a violetas le recordó la maravillosa noche que había tenido entre los blandos pliegues de aquella mujer mientras le parecía que no era él mismo el que la había amado una y otra vez con tanta pasión hasta que la luz del alba, se llevó a regañadientes a los rayos de luna llena que, curiosos, se habían colado por la ventana.

Cuando por fin se decidió a mirar a su lado y buscarla, decepcionado, solo encontró sábanas arrugadas y una nota sobre la mesilla de noche que decía : Hasta pronto…y algo más extraño aun que parecía escapársele…, ! Si…!, el aura ambarina ya no estaba. Ausencia había desaparecido de su lado.

El Oncólogo se quedó atónito. Pese a sus años de carrera jamás le había pasado algo así. Aquel loco había sonreído y parecía alegrarse cuando el Doctor pesaroso y con cara de circunstancias le ofreció todo su apoyo tras comunicarle que aquellos dolores de estómago los producía un cáncer incurable y apenas que le quedaban unas semanas de vida.

- De verdad Señor…estoy confundido…perdóneme, pero nunca había visto que un hombre se alegrara ante una noticia tan nefasta…

- No se preocupe Doctor le dijo Alejandro…!! Estoy seguro de que pronto voy a estar mucho mejor !!

Fin.

2 comentarios:

palmera dijo...

No hay palabras... Yo también conocí a Ausencia...

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.