viernes, 8 de junio de 2018

BODAS DE SANGRE

Con el corazón en un puño y los ojos llenos de lagrimas, Rosita sabía que aquellas fantasmales luces que rizaban sus curvas trayectorias en silencio a un tiro de piedra al otro lado del claro plateado, no eran centellas o estrellas fugaces, sino el reflejo de la luna llena en las afiladas hojas de las navajas que se cruzaban raudas buscando el corazón del adversario en una lucha a muerte.

A su lado, otro brillo, el del sudor del caballo que había caído con el corazón reventado por el peso de los dos, tras horas de huida a todo galope con el perseguidor pisándoles los talones.

-!Espera aquí!, le había dicho Mejías furioso, !Se acabó huir !, !Se van a enterar todos en el pueblo de que tú eres mía y solo mía!, !Y tu marido…!,!El primero !.

De repente, dejaron de brillar las luces y solo la negrura destacaba en las sombras bajo las refulgentes copas de los olivos. Rosita pensó que estaban hablando y un rayo de esperanza ilusa le alivió unos instantes, pero pasaron los minutos y Mejías no regresaba.

Cuando rayaba el alba, la muchacha alarmada se acercó temerosa a aquel lugar solo para descubrir tendidos uno sobre otro ambos cadáveres blancos entre los chorreones de sangre coagulada que borbotaban de las dagas que perforaban sus pechos.

Solo entonces, fue cuando Rosita soltó de su mano el clavel rojo que le había dado Mejías y supo que aunque viviera cien años, ella también había muerto por dentro para siempre y que la dicha de su alma se había marchado con ellos para no volver jamás.

Sí, así acabaron las famosas "Bodas de Sangre", El tremendo drama rural andaluz que luego, en los años treinta del pasado siglo, cantó con sus versos el gran Federico García Lorca.

Si, de nuevo Eros y Tanátos…

Si, otra vez la locura de la pasión del amor que en su ceguera lleva de la mano como compañera de viaje a la huesuda muerte.

Ella pensó que el casorio con aquel buen hombre de honor anestesiaría la pasión imposible por Mejías, el marido de su prima, de quien en secreto estaba perdidamente enamorada.

Pero aquella desdichada boda, solo pudo contener el reventón de la pasión de Rosita hasta después de la ceremonia en la iglesia cuando en medio del convite de boda y entre risas y bailes, Mejías, desde lo alto de su caballo le ofreció aquel rojo clavel oloroso, le pidió que subiera a la grupa del caballo y emprendieron la fuga.

Nadie, si les preguntas, sabe lo que fue luego de Rosita, la Rosita de verdad digo, y no la novia de aquellos trágicos versos que desde las páginas del libro aún piden una opera como la "Carmen" de Bizet.

Rosita se esfumó como si se la hubiera tragado la tierra. Hundida por la culpa no se vio capaz de mirar a los ojos a sus deshonrados padres que meses después de su desaparición, murieron de pena y vergüenza en aquella rencorosa aldea.

Pero como un misterio llama a otro misterio y un secreto llama a otro secreto, tampoco nadie sabía, ni siquiera entre los mas flamencos bailarines y "cantaores" de Cádiz, de dónde sacaba Toña la fuerza, el arte, y la contenida violencia de su baile en el que sabía detenerse inmóvil para sentir muy adentro y con los ojos cerrados la pena del "cantaór" y la tristeza de los hondos arpegios de la guitarra, para transformarlos de repente, cual volcán en erupción , en un estallido de taconeos, latigazos de caderas, batidas de su bata de cola, vorágines de rizos negros y arabescos de unos brazos en cuyas finas manos cloqueaban las castañuelas "in crescendo" al compás de las palmas, hasta un apoteósico y dramático desplate final.

Que Toña "La Gaditana" fue una de las mas grandes de aquel baile flamenco, no hay quien lo discuta. Como nadie discute tampoco que elevó aquel baile popular agitanado a la categoría de Danza clásica española.

Si, los mas mayores aún recuerdan a aquella muchacha ceñuda, pálida, esquelética y sin pasado que apareció de la nada un día por las callejas y bares de Cádiz, ganándose la vida con las cuatro monedas que le tiraban por bailar para turistas y ociosos.

El talento hizo el resto, hasta llegar a lo más alto con los años y aquella mujer seria, silenciosa e introvertida que no sonreía jamás, vivió consagrada como una virgen célibe al Dios de su arte y ni un solo día de su vida se tomó un respiro para dejar de bailar.

El misterio de su origen y de su arte Toña se lo llevó a la tumba, porque el alma de Toña no era de Toña, solo su cuerpo era de Toña, el alma... el alma era aun la de Rosita.

Una Rosita siempre consumida por la culpa de su pasado y la rabia de aquel infortunio que solo la dejaban vivir cuando bailando, soltaba su furor y dejaba atrás por un rato a sus demonios.

Pero quiso su desgracia que bailando, se partiera una pierna al caer de un "tablao" y lisiada ya no pudo bailar mas y cuando sin el baile no pudo huir de las sombras de su pasado, se nos fue tan marchita como aquel clavel rojo de Mejías, que un desgraciado amanecer abandonó ella en aquel páramo de muerte.

Solo espero que Dios sea indulgente con Rosita porque el infierno, ya lo tuvo en vida.

Descanse en Paz.

FIN

1 comentario:

Unknown dijo...

El amor entre Rosita y Mejías fue utópico y con un infeliz final, es más, el final de ambos fue lacerante, desgarrador, él tuvo suerte, para él fue rápido y fugaz, pero a ella le costó pasar por la sublimación del dolor… herida de muerte, mutilado su corazón y también su válvula de escape, esperó pacientemente el ansiado fin a su tortura.

Triste historia con una narrativa reveladora y mayestática que lleva a admirar la energía plasmada en el movimiento de la danzarina, delatora ésta, de la impotencia de su desesperación. Insuperable el relato y la acuarela.

Lola.