jueves, 3 de mayo de 2018

EL NIÑO DE LA MALVARROSA

La verdad es que yo no me di cuenta cuando pasó por mi lado. Como luego supe se llamaba Diego, tendría unos cinco años y llevaba un cabreo de "no te menees ".

Estaba sentado en mi silla de playa bajo mi sombrilla azul. La prensa olvidada sobre mis piernas, agitando molestamente sus hojas con la refrescante brisa térmica del mediodía mediterráneo estaba reclamado mi atención. Su dueño, es decir yo, que odio la playa pero a la que obligado por el calor del estío diariamente me veo arrastrado buscando un poco de alivio, permanecía ajeno a todo lo que me rodeaba y llevaba ya una hora dándole vueltas de noria a mi pobre cabeza mirado vacíamente sin ver. 

No fue hasta que la graciosa silueta desnudita y enfadada de Diego entró en mi campo de visión destrozándome molestamente la recta del horizonte donde chocan los azules del cielo y del mar, cuando fui consciente de su presencia.

No lloraba y aunque caminaba hacia la orilla de espaldas a mí mirando ligeramente hacia abajo. Su lenguaje corporal, su braceo enérgico y su caminar decidido a pesar de que la blanda arena ya quemaba a esas horas, hablaba del coraje y la determinación que puede tener un niño al que no le falta aún ni un diente de leche.

Me imaginé su cara de enfado mientras se alejaba dignamente del escenario del desaguisado con su ceño fruncido y su boquita apretada.

Como un instantáneo flash, lo vi pintado por Sorolla cien años antes, cuando en su mejor momento y en aquella misma playa la Malvarrosa, el maestro, con la luz de Valencia su tierra natal, solía pintar a los niños jugando y bañándose desnudos en aquellos atardeceres que doraban los brazos de los pescadores, creaban sombras oscuras y reflejos de agua y en las carnes y cegaban la vista con los brillantes blancos de las velas de las barcas y los vestidos de gasa de las refinadas damas que paseaban aburridas con sus elegantes pamelas frente al azul intenso del Mediterráneo.

Cierta agitación acompañada de gritos y recriminaciones a mi espalda, me hizo "bajar de la parra" y volver a la realidad. Luego supe la causa de la misma, pero lo importante y lo que me sorprendió en realidad fue la reacción de la que supuse la madre del chico.

Debía ser la primera vez en la que el niño mostraba esa tierna autoafirmación ante una irrecuperable injusticia.

Cuando giré hacia atrás mi rostro, fue cuando vi el desconcierto en la mirada de aquella mujer que ahora, de pie, se había quedado quieta y seguía con mirada desorientada e interrogante la trayectoria del chaval y parecía desentenderse del reciente incidente, tras recriminar agriamente al hermano mayor, que con un par de años mas que Diego, huía riendo desvergonzadamente de los vanos intentos de captura materna tras haber decidido paliar su aburrimiento con una fechoría arrojándose como una bomba demoledora sobre el castillo de arena que el chiquitín debía llevar haciendo media mañana con sus pequeños moldes de arena.

Intuí al instante que la reacción de Diego que en su ceguera emocional, hacía caso omiso de los " !Diego vuelve!" de los "!Diego te vas a perder!" y de los " Por favor Diego vuelve que ya he castigado a Víctor ", no era la que ella había esperado.

Tal vez ayer mismo, Diego hubiera cogido un berrinche terrible berreando como un lechón gritando y molestando a toda la playa con la música, que por desasosegante es la más desagradable que existe para un adulto y que es el llanto de apremio de un niño.

Tal vez ayer mismo Diego impermeable a consuelo alguno hubiera entrado en un bucle de ira ciega acompañada de pataleo y convulsiones que obligara a la familia azorada a volver a casa y dar el día por finalizado.

Tal vez su madre, como sucedió ayer o la semana pasada, esperaba tener que cargar trabajosa y violentamente al niño en brazos por la blanca y seca arena hasta la ducha del puesto de socorro, para que con el agua fría se calmase un poco mientras le limpiaba la carita que, embadurnada de mocos, lagrimas y babas se le transformaba, con los granos de la arena, en una croqueta mineral que amenazaba en penetrar por su boquita abierta.

Tal vez…, si, pero ayer era ayer y hoy es hoy. Nadie sabe cuán rápido cambia la mente de un niño.

Diego, se sentó enfurruñado en la arena fresca de la playa, rodeó con los bracitos sus rodillas haciéndose una bolita terca y se quedó enfadado y sin llorar mirando al mar esperando que su madre impartiera justicia y acudiera a recogerlo.

Tras mirar a Diego, volví de nuevo a mirar a su madre. En su rostro ya no había desconcierto, solo percibí en sus ojos un punto de tristeza y resignación que evidenciaban que había entendido el mensaje de la naturaleza: "Ley de vida…" se debió decir a sí misma.

Diego, de golpe, se había hecho mayor y eso la llenaba de orgullo, ella sabía que ese momento tenía que llegar, pero siempre le hubiera parecido demasiado pronto.

Ahora, su bebé…, su tierno y llorón bebé se había esfumado para siempre y también ahora, que se le había pasado de repente el enfado, se dio cuenta de que no le hubiera importado en absoluto tener que llevarlo trabajosamente durante años y más años y mil veces más si hubiera sido preciso, a la dichosa ducha fría del puesto de socorro.

FIN

1 comentario:

Unknown dijo...
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