viernes, 24 de noviembre de 2017

EL SECRETO DE LAS TRES TORRES

Que la cosa tenía misterio, es algo que no podía negar y tampoco que a pesar de mi madura edad y mi amplia experiencia, desde que Miguel me vino con el cuento hace algunas semanas, la curiosidad corría febril por mis venas con una fuerza rejuvenecedora que me transportaba a mis mejores años antes de caer sepultado por las rutinas, los laboratorios y las polvorientas aulas de la universidad.


La verdad, es que cuando Miguel en el seminario de arqueología, que como jefe de cátedra imparto en la facultad de historia, me habló de tres extrañas formaciones cilíndricas a los pies del faro abandonado; las expectativas que se habían generado en mí me tenían con la ilusión de un hombre maduro que volvía a sentir el amor cuando ya lo creía imposible

No era para menos creo. En aquel pueblo cuyas costumbres idioma y religión estaban preñado de cultura celta, jamás se habían encontrado vestigios arquitectónicos de su presencia y aquellas misteriosas construcciones, podían ser la prueba históricamente necesaria para abandonar las suposiciones y leyendas, darles identidad a estos pueblos y a mí, darme el éxito académico que necesitaba para meter mi nombre en la historia.

Miguel, un inquieto joven que trabajaba de mariscador para pagar sus estudios, había fijado en ellas cuando en aquel inhóspito lugar buscaba un punto de sujeción para los cables de acero que dejaba caer hasta el agua para poder descender como un simio por las resbaladizas paredes arriesgando la vida para recoger percebes entre la espuma, la lluvia y neblina.

Una tortuosa y empinada senda nos llevó hasta el lugar dificultosamente cargados con nuestro equipo. La excitación no me dejaba sentir la fatiga, Habíamos decidido estudiarlas concienzudamente y lo primero que observé fue su factura de piedra seca sin mortero encajadas cuidadosamente para crear una solidez sin huecos que podría retrotraernos a aquellos tiempos prehistóricos en los que las herramientas de metal aun estaban ausentes. Su negrura fruto de la acción de la humedad marina sobre la piedra caliza se salpicaba de mohos y líquenes grises camuflándolas a la vista de los no iniciados.

Aquellas construcciones encerraban una incógnita, algo extraño…, 
tras una primera inspección, su finalidad no estaba clara .: ¿Torres de observación... ? no creo, con apenas un metro de diámetro eran pequeñas para ello. ¿Fortificaciónes... ? No, no tenían troneras y no eran huecas.

Intrigados, comenzamos avidamente su exploración buscando cuidadosamente restos de inscripciones o huellas del trabajo de las herramientas con nulo resultado. Las torres tenían diferentes alturas, la más escondida estaba bajo un tejo, apenas medía un metro y medio de altura y por la negrura de sus mohos y la redondez de sus aristas, parecía la más antigua.

Las otras dos torres aunque disimuladas por los helechos estaban separadas por veinte o treinta metros y eran más altas. La de la derecha, mediría como dos metros y la más alta, que era la mas cercana al borde de la senda, con unos tres metros permanecía inacabada en lo alto como si alguna guerra o fenómeno natural hubiera interrumpido apresuradamente aquel trabajo.

Cuando ayudándonos de escalas de cuerda trepamos para estudiar la superficie de su parte alta, notamos que en las torres acabadas que sus circunferencias enlosadas eran rugosas y presentaban restos de cenizas que estimamos como claros signos de calcinación por lo que comenzamos a especular que hubieran podido ser faros prehistóricos para guía de las canoas.

-¿¿ Faros…?? Ja Ja Ja…

Cuando miramos hacia donde había venido la voz que nos sobresaltó, un arrugado y encogido anciano con boina y chaleco negro estaba parado de pie apoyado en su bastón con un saco pesado a la espalda mientras reía como un loco mostrándonos los dos o tres dientes que aún le quedaban en su boca.

-!! Tumbas !! !!Eso son Tumbas !! Aunque sin cuerpo ni restos, esas torres son monumentos funerarios…

- ¿Y Vd. como lo sabe? dije bajando casi de un salto.

-Eso no se lo puedo decir, pertenece a mi intimidad. Es un secreto lugareño que no conviene difundir.

- Pero buen hombre, por favor dígame por lo menos si las construyeron los Celtas..o si fueron cosa de Godos o Romanos o tal vez de las tropas moras de Almanzor que hasta aquí llegaron.

-Mire Señor, veo que es usted hombre de ciencia y me apena no poder decirle nada al respecto pero me apiadaré de Vd. diciéndole que estas construcciones son solo cosa local, no tienen más de un siglo y medio y por tanto no tienen ningún interés para lo de Vd. busca.

Me quedé tan planchado que de pronto todo el cansancio y la desilusión cayó sobre mi como se derrumba un andamiaje. Mis fuerzas me abandonaron al tiempo que volaban mis expectativas y me tuve que sentar en una piedra grande a fumarme un cigarrillo incapaz de afrontar el regreso hasta el coche.

- !Miguel…! ! Nos vamos…! Haz el favor de in bajando los bártulos hasta el coche mientras yo me repongo anímicamente un poco…

Cuando nos quedamos solos le pregunté al viejo que estaba sacando una piedra del saco que llevaba, por qué aquel tema era tan secreto.

-Son cosas de los pueblos ¿ sabe? , si la gente se enterara tomaría por locos a los de mi familia, aunque bien pensado…, ya les queda poco tiempo para hacerlo porque no tengo hijos, tengo una enfermedad incurable y ya hace tiempo que oigo como la tierra me llama.

- Mire buen hombre, no se lleve a la fosa con su secreto, yo soy hombre serio, puede confiar en mi discreción, le dije yo para animarle.

- ¿Sabe…? Tal vez lleve Vd. algo de razón y sea la persona adecuada .Le ofrezco un trato : Yo le desvelo mi enigma y Vd. se compromete a no revelárselo a nadie hasta el día de mi defunción comprometiéndose 
además ese desgraciado día, a hacerme un pequeño pero desagradable favor.

- Acepté. Tal vez aquella historia me fuera de provecho y me levantara un poco el animo.

Mire Señor, Esas torres son de mi familia, aquella pequeña es la de mi abuelo, esa más alta la de mi padre y la que está sin acabar es la mía.

-¿ Y por qué hacen Vds. esas torres  ¿Adoran a algún dios pagano y ancestral?

- !No! !No! !Quite!…Ja Ja..No. Mi abuelo era un hombre extraordinario que aunque era pescador. tenía de modo natural una mente tan profunda como un filósofo griego y observaba constantemente a su alrededor buscando la felicidad del hombre.

Un día, mi sesudo abuelo se dio cuenta de que la felicidad del hombre no dependía de su entorno exterior, ni de el dinero, ni de las cosas que poseía, sino que la felicidad vivía presa en nuestro interior y era el sentimiento ahora nosotros llamamos autoestima, que solo se alimenta de las cosas buenas y generosas que importantes o no, cada uno conseguimos hacer en nuestra vida.


Esa autoestima alimenta de miel nuestra conciencia y nos permite apreciar todo cuanto de bueno nos rodea y que resulta invisible para quien no la tiene o la busca fuera de si mismo. 

Pero mi abuelo, también observó que la memoria del hombre es tal, que con el tiempo tiende a minusvalorar lo que de bueno hemos hecho para sentirnos mal con nosotros mismos por dificultades, sinsabores, errores y estados de ánimo negativos que al final son pasajeros, haciéndonos pensar que no hemos hecho nada bueno antes. 

- Efectivamente buen hombre, su abuelo tenía razón. Pocos hombres inteligentes no estarían de acuerdo con él, pero…¿ qué tiene que ver eso con esas condenadas torres ?

-Ja Ja Ja le desvelaré el enigma. Desde que pensó todo esto, mi abuelo venía discretamente hasta aquí y para que nunca se le olvidara, ponía una piedra en un circulo por cada cosa de provecho buena y generosa que había hecho. Pronto tuvo que colocar otro circulo de piedras encima, luego tres…y con el tiempo creció una torre a la que solo quitaba de vez en cuando alguna piedra cuando había cometido alguna acción de la que no estaba orgulloso y la tiraba a alguno de esos montones que están al lado de cada torre y que él llamaba "el montón de estiércol" y a los cuales odiaba.

Con este sistema, el abuelo logró siempre ser un hombre feliz y equilibrado lejos de todo tormento. La visión de ver alzarse la torre y ver lo pequeño del montón de estiércol, le daba la fuerza necesaria para ser feliz y eso, se lo enseñó a hacer solo a su hijo, que hizo lo mismo y mi padre me lo enseñó a hacer a mí que también la he hecho.

Es una pena que no haya tenido hijos para enseñárselo, pero tal vez contarle mi historia a Vd. sea la última piedra que me queda por añadir a mi torre.

Y ahora que se lo he contado…. le recuerdo su compromiso que incluye el desagradable favor de echar mis cenizas en todo lo alto cuando yo muera.

Cuando volví a casa, iba repasando mis buenas y malas acciones. A la mañana siguiente. Mi vecino me miró como si estuviera loco cuando al salir de su casa me vio comenzar una torre de piedras en mi jardín. y en voz alta me dijo con guasa.

-!Hombre! !El arqueólogo se ha traído trabajo a casa! JaJaJa…

Yo, no dije nada y mirando mi secreto enigma, sonreí como un gilipolla…



FIN.