viernes, 17 de noviembre de 2017

BUCLES

! Joder! ! Vaya ostia! ! No había visto nada igual!, ! De esta no sale!.
Cuando se produjo el terrible accidente, los comentarios entre los espectadores se habían sucedido tras el grito unánime de horror en la voz de doscientas mil personas.

Ahora, el público de las gradas de aquel circuito, observaba sobrecogido como las ambulancias se dirigían aullando hasta el cuerpo inmóvil de "Halley" y cómo el helicóptero amarillo de urgencias medicas intentaba aterrizar en su proximidad elevando una nube de polvo sobre el gentío.

Cuando intentaron reanimarle, todo el sinuoso circuito plagado de curvas, se cubrió de un silencio expectante. Vacío y con la carrera suspendida, parecía una serpiente gris muerta y desmadejada sobre la yerba verde esmeralda mientras todos los ojos


se dirigían al montón de monos blancos y cruces rojas que, salvo las botas, cubría a "Halley" hasta la invisibilidad. 

Hasta que los médicos se apartaron jadeantes dejando al descubierto el cuerpo del piloto con la cara tapada por un paño y miraron tristes al suelo oscilando la cabeza de frustraciónno se oyó  ni el vuelo de una mosca en las gradas

Minutos antes, con las vertiginosas vueltas, el estruendo de los motores, el rugido los espectadores, el fugaz pero colorido espectáculo de las motos pasando como centellas y la primera posición de Halley cuando alcanzó la cabecera de la carrera, se había desencadenado sorprendentemente en Héctor un orgullo y una emoción que no había sentido nunca por nada.

Como si algo se hubiera liberado en su interior, Héctor pensó que por fin después de tanto tiempo, gracias al maravilloso bucle que del destino había esperado, ahora sabía lo que era el amor que por un hijo se podía sentir y una oleada de euforia y felicidad se había apoderado de todo su cuerpo haciéndolo llorar de emoción por primera vez en su vida…

Desgraciadamente, a Héctor la felicidad le duró poco.


Cuando después de los eternos minutos de angustiosa espera, entre las lágrimas vio en el marcador electrónico la triste noticia de la muerte de "Halley", supo que a su único hijo no le sobreviviría mucho.

En un macabro y sorprendente giro del destino, en uno de esos paradójicos arabescos de la vida de los que tanto había gustado Héctor, "Halley" se había matado estampándose contra la valla cuando iba en cabeza en la vuelta 76, justo el número de años que transcurrían entre cada elíptica visita a la tierra del cometa "Halley", en cuyo honor Héctor lo había bautizado veintitrés años antes.

Héctor no salió siquiera del estadio. Cargado de culpa escribió una pequeña nota para mí en un papel : " Amigo, ahora sé que los círculos, las sinuosas trayectorias curvas, y los elegantes bucles a las que mi inclinación siempre me ha sometido, se van cargado en su viaje de desgracia y amargura para traer a su vuelta el dolor y la muerte" Te ruego que en mi memoria, escribas el relato por mí…

Héctor coleccionaba literariamente bucles. El por qué lo hacía, hace años ya que me era indiferente, para rarezas, ya tengo bastante con las mías.

Pero debéis saber que Héctor jamás se inventaba las rizadas historias que escribía, siempre eran hechos reales que tras buscarlos como un sabueso e investigarlos como un policía, los coleccionaba como joyas y los contaba luego con gran maestría en el manejo de los efectos cómicos y dramáticos de modo que cautivaba al lector hasta la última letra.

Para él, la sociedad era como un inmenso mar de cristal y los  grandes o pequeños 
hechos, desgraciados como una catástrofe natural o felices como un premio de la lotería, caían en su superficie como si fueran meteoritos y luego sus consecuencias, se iban esparciendo por la humanidad como las ramas de un árbol hechas de filas de fichas dominó, de modo que, tras la acción inicial, cada ficha caía tirando a la siguiente hasta que se agotaban. 

De estas trayectorias racemosas y aleatorias con las que sin orden ni concierto se repartirían los efectos de nuestras acciones, las mas preciosas para él por su rareza, 
las que le gustaba contar y eran la base de sus obras literarias, eran las que como los rizos largos o graciosas formas en bucle o tirabuzón, de algún modo volvían a su origen afectando de un modo sorprendente al emisor.  

Cuando lo conocí en el instituto apenas éramos unos chavales y Héctor ya había desarrollado su extraña pasión curva y circular. Él siempre lo atribuyó al Circo, es decir, a la mezcla de miedo y emoción que produjo en su ánimo un salto mortal ejecutado por unos trapecistas tan pirados, que se atrevían a ejecutarlo sin red y que, a sus ocho años, 
la impresión que en él causó aquella trayectoria debió troquelar algún tipo de bucle o un remolino en lo más profundo de su encéfalo mientras miraba hacia arriba con la boca abierta.

Pero el no querer ver algo, no quiere decir que no exista y cuando, con el tiempo, nos enteramos Alberta, su mujer, y yo de que su padre de héctor había sido un joyero que se dedicaba a hacer anillos, pulseras y collares y que 
en el pueblo su abuelo, era el herrero que hacía los aros los toneles de vino, ya no dudamos nunca de que su obsesión por lo curvo, aunque él no lo reconociera, era genética y por tanto intratable y que como comentábamos entonces jocosamente, su familia podía remontarse al prehistórico inventor de la rueda.

Alberta, una periodista avispada que fue su única mujer, se prendó de Héctor 
desde que se conocieron en las clases de literatura y le rondó como un satélite hace con un planeta hasta que su hipnótica trayectoria consiguió generar amor en su distraído corazón . 

Pero… los círculos perfectos y armoniosos entre ambos solo fluyeron hasta que Alberta, que como periodista era en realidad una mujer directa y lineal que amaba las rectas, las ramificaciones abiertas y los ángulos que esconden a la vista las sorpresas del destino, se convenció definitivamente de lo de Héctor no era una originalidad genial, que Héctor jamás cambiaría y que  con él 
su vida estaba condenada a transcurrir monótona como los giros de una noria de hámster.

Alberta, para no herirle, había planeado alejarse de Héctor en una espiral de caracol de giros cada vez más y más amplios hasta que ambos, casi indoloramente, se fueran perdiendo de vista en lo que lo que Héctor hubiera denominado con su ironía habitual una "Fuga helicoidal",
pero sucedió que cuando " Halley" , el niño de ambos, se destetó y comenzó a dar sus primeros y torpes pasos, Alberta observó con inquietud en él una machacona tendencia a lo circular que le llevaba a despreciar muñecos y cuentos y pasarse horas jugando con un viejo salvavidas 
hinchable de playa  mientras se negaba a comer todo lo que no tuviera forma de Donut.

Impulsada por el horror de que la influencia de su padre llevara "Halley" a desarrollar su insana genética circular y convertirlo en otro extravagante pirado, la mujer, desapareció un día llevándose a la criatura de forma tan rápida y repentina, que la cosa se asemejó mucho a un secuestro.

Durante veinte años Héctor no supo nada de ellos. Su temperamento flemático y fatalista tampoco lo llevó a indagar demasiado y simplemente siguió con sus cerradas historias curvilíneas rodando sobre su propio eje tranquilo y convencido de que sin mover un solo dedo, por muchos tumbos y vericuetos por los que la vida llevara a la madre y a su hijo, un bucle inevitable del destino los acabaría trayendo tarde o temprano de nuevo a la puerta de su casa.

La muerte en Irak de Alberta que a la sazón era una afamada corresponsal de guerra fue un golpe duro para Héctor, no porque la amara, no, sino porque él esperaba que el gran bucle de su vida se completara y con aquella muerte, quedaba interrumpido.

Pero Héctor se equivocaba…el bucle de su destino seguía en su trayectoria . El salto mortal de trapecista no había acabado...Un "Halley" para él desconocido, se plantó un día ante su puerta con deseos de conocerle. El chico era todo un hombre y su genética circular a falta de literatura le había llevado por los redondos caminos de los circuitos deportivos.


Al parecer, primero fueron las carreras de atletismo en las pistas del colegio, pero luego, fueron campeonatos de motociclismo donde su innata percepción de las curvas lo hicieron destacar y ahora, que era ya un afamado piloto de motociclismo y uno de los más firmes candidatos a ganar el próximo campeonato mundial de la máxima cilindrada, su única ilusión era que a falta de su madre, fuera su padre el que lo viera triunfar en el circuito más importante del mundo.

Lo que luego supe amigos, es que Héctor, a pesar de lo que en su nota me había escrito
lleno de culpa renegando de todo lo curvo, no pudo evitar que su pasión le acompañara hasta el final. 

Según la instrucción del atestado, cuando el relojero cuidador del viejo e histórico reloj de la antigua torre del circuito que se había detenido mientras su campana sonaba dando vueltas sin parar y acudió presto a repararlo, encontró su mecanismo de gigantescos, dorados y redondos engranajes de bronce lleno de sangre y atascado por el cuello desgarrado de un inconsciente que voluntariamente había metido la cabeza entre sus dientes.

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