viernes, 29 de septiembre de 2017

REQUIESTCAN IN PACE (RIP)

El clérigo encargado de las exequias no sabía nada de la vida del finado antes de enterrarlo y me estuvo interrogando someramente acerca de él con el fin dijo, de poder decir algunas palabras durante el funeral que personalizasen un poco el manido y sobado responso que corresponde a los que mueren trágicamente demasiado pronto para su edad dejando en los demás una desagradable sensación de vida truncada. 

Yo, como único familiar vivo que le quedaba, había tenido que encargarme del funeral de mi sobrino sin embargo, no le pude contar demasiado de Oscar a aquél hombre. La verdad es que llegados a este momento, me sorprendí yo mismo de lo poco que conocía a mi sobrino a pesar de que nuestra relación que siempre había sido como la de un padre con un hijo.

La temprana muerte de sus padres había llevado a mi sobrino Oscar a criarse en mi casa en Denver viniendo de ese modo a llenar un vacío en nuestro estéril matrimonio.

Alice y yo intentamos lo mejor que supimos llenar el hueco que dejaron sus padres y el muchacho, agradecido, siempre fue bueno, responsable y cariñoso con nosotros que incluso financiamos sus estudios de comercio. Finalizada su carrera, Oscar abandonó un día nuestro hogar para trabajar por cuenta propia viajando por todo el país.

Tal vez mi difunta esposa Alice supiera algo mas de él, pero respecto a nosotros dos, a él y a mí, nuestra vida de agentes comerciales nos mantenía casi siempre alejados el uno del otro.

El hombre 
de la Agencia fúnebre vestido impecablemente de negro, me sacó de mis pensamientos para informarme de que el tanatopráctico había aconsejado la cremación del cadáver puesto que el finado nunca se había opuesto a ello y el lamentable estado de su cuerpo, con la cara destrozada y partido en varios pedazos, no permitía un arreglo decoroso para ser expuesto durante la misa.

Cuando entré en la pequeña capilla pensé que había llegado demasiado pronto porque junto a los elegantes arreglos florales y los velones encendidos iluminando la preciosa urna de las cenizas imitando a jade verde, solo esperaban la salida del párroco de pié frente al altar, cuatro enlutadas mujeres.

No...No había llegado demasiado pronto. La capilla estaba tristemente vacía a pesar de que  
yo personalmente  había comunicado el evento a todos los contactos y teléfonos que figuraban en la lista de su móvil y de su agenda.

El bello responso plagado de silencios teatrales, la música del réquiem de Mozart cantada por una minúscula soprano de gran voz y la gótica vacuidad de aquel lugar que magnificaba la intensidad de los contenidos llantos de aquellas afectadas mujeres que 
no alcanzaban a disimular mirando al suelo con su gafas negras y sus pañuelos en la nariz, consiguieron tal magia dramática en el acto que me puso la carne de gallina, me dejó el corazón encogido e incluso me arrancó alguna lágrima fugaz.

Cuando terminó la solemne ceremonia, bajo los arcos de piedra cubiertos de yedra de la entrada, las cuatro enlutadas mujeres esperaron 
a que yo saliera con la urna en las manos para darme el pésame.

os prometo que cuando salí de la iglesia me invadía la incómoda sensación de no saber lo que hacer con aquel objeto que el cura acababa de depositar en mis manos.

Fue entonces, cuando la mortecina luz de aquel pesado día borrascoso y de nubes de panzas negras iluminó con bellos tonos violáceos el marmóreo objeto y repentinamente tuve una inspiración, una especie de epifanía, como si el difunto me gritara desde dentro de su ataúd.


!Oscar hubiera deseado que repartiera sus cenizas por el angosto valle verde de california donde nació y pasó la infancia con sus padres!.

No debían venir juntas 
aquellas cuatro mujeres porque esperaban separadas prudencialmente. Me dirigí hacia una de ellas de cabellos rubios muy
elegantemente recogidos que vestía un corto traje negro de volantes cuya factura de alta costura no dejaba lugar a dudas y que se acompañaba de un pequeño tocado del que caía una pequeña pieza de gasa modo de velo que solo llegaba a cubrir sus ojos verdes y me dirigí a ella en voz baja mirando con disimulo su fino collar de perlas grises:

-¿Querrían Vds. acompañarme a lanzar las cenizas de Oscar cumpliendo así lo que creo que fue su último deseo?.  La agencia funeraria ha puesto a nuestra disposición una amplia limusina en la que cabemos los cinco.

- Disculpe que me presente caballero. Supongo que Vd. es el tio de Oscar. Soy Cayetana Alvarado Marquesa del Espinar y reciente esposa de su sobrino. Vengo de España y mas concretamente de Madrid y aunque todavía no había tenido la ocasión de conocerle a Vd., me tomo la libertad de aceptar su ofrecimiento, pero creo que tendría que preguntar también a las demás señoras, porque aunque ni siquiera nos conocemos están tan afectadas que pienso que sería lo pertinente.

Asentí a doña Cayetana y continuación, dejando las presentaciones para mas tarde, me dirigí a cada una de aquellas llorosas mujeres que una a una fueron aceptando mi invitación sin renuencias.

Cuando entramos todos en silencio en la Limusina, la marquesa y yo nos sentamos de espaldas al conductor encarando el amplio asiento trasero en el que se acomodaron las otras tres mujeres y a continuación, la negra limusina,
 conocedora de su trabajo y para no molestar el duelo, arrancó suavemente sin que apenas se escuchara el ronroneo de su motor

-Miren señoras, hagamos las presentaciones, Yo soy el tio de Oscar y esta señora a mi izquierda es la Marquesa del Espinar, la última esposa de mi sobrino.

Cuando dije eso, las tres mujeres que tenía delante dejaron de repente de llorar y pusieron tal cara de sorpresa que pensé que se habían convertido en tres enlutados Zombies.

-Aquí debe "habegr" un "egror"..., igual me he equivocado de "funegral"…Dijo, la señora sentada a la izquierda con un gracioso acento francés. Era una mujer morena de ojos grises que no llevaba velo ni joyas, tenía un rostro bellamente virginal y vestía el negro de forma casual con vaqueros ajustados y un elegante y costoso suéter de pico escotado. "Pegro…" la esposa de "Oscagr" soy yo. Yo soy "Magriana" . Soy "pintogra" en "Pagris" y desgraciadamente he tenido que" dejagr" a mis hijos con mi " madgre" para "podegr venigr" desde " Fgrancia"…

Mariana, se calló de repente cuando se giró y vio la palidez de la cara de las otras tres mujeres y cuando ya iba a continuar hablando, la voz aguda y desagradable de la mujer que estaba en el centro la interrumpió llena de ira echando chispas con sus feroces ojos azules.

Dirigí entonces mis ojos hacia ella. Como había podido observar cuando entraba en la limusina, aquella mujer tenía un cuerpo blando pero voluptuosamente sensual y lleno de curvilíneas redondeces y a sus gruesos labios rojos destacaban en su rostro blanco y pecoso, había que añadir a su retrato una inmensa melena pelirroja y rizada que se le escapaba por todos los lados de su ajustado velo dándole todo el aspecto de un fiero león enlutado .

-! Disculpen señores !, !Ya está bien de cachondeo!,¿hay una cámara oculta ? ¿Acaso nos están filmando para algún programa de bromas para la televisión? ! Y
y solo yo, Meggy, soy su única esposa! . Jamás he sabido que hubiera habido otras antes y mi marido Oscar y yo el mes que viene íbamos a celebrar los quince años desde que nos casamos en Nueva Orleans y nos hicimos además socios y   propietarios de nuestra sala de fiestas "Le Mua-Mua" .

tengo que deciros que por entonces a mi, la piel ya no me tocaba el cuerpo.
 Las palabras agarradas a un nudo de mi garganta se negaban a salir de mi boca y el chaqué de alquiler se me estaba poniendo perdido por los goterones de sudor nervioso que caían de mi frente.

Ya solo me faltaba conocer a la tercera mujer, la de la derecha de Meggy, pero desafortunadamente se había desmayado en su rincón durante la anterior escena y cuando me arrodillé para auxiliarla con la colaboración de las otras tres, me pude fijar en su aspecto. Llevaba, un traje de chaqueta burdeos muy oscuro con una blusa de seda blanca y pendientes y broche en plata muy discretos. Su cara no era muy bella, pero sus ojos ambarinos, su largo cuello, su castaño pelo a lo garçón y su cuerpo flexible y estilizado, la dotaban de la profesional elegancia característica de una mujer de negocios.

Cuando pasados unos instantes logramos que volviera en en si, la mujer balbuceó hipando entre lágrimas…Os diría que soy la única mujer Oscar, pero ya me he dado cuenta de que ese hijo de puta era un sociópata polígamo que nos ha estado engañado a las cuatro para vivir a nuestra costa porque yo, Susan, asesora de finanzas de la City londinense, multiplicaba en bolsa el dinero que sin yo saberlo os sacaba a las demás.

!Pare!..!Pare inmediatamente ! dijo con Cayetana con la voz enérgica del que está acostumbrado a mandar…

-¿Quien Yo? dijo el chófer…¿Aquí? ¿En lo más alto del Cañón de Colorado?

-Si, !Aquí precisamente!

Cuando la Limusina paró, Doña Cayetana me arrancó la urna de las manos, y salió del coche pidiendo a las demás que la siguieran. Alcanzaron con paso ceremonioso el borde de aquel precipicio que daba a un monstruoso barranco cortado cuyo invisible fondo se perdía en las entrañas de la tierra, y las cuatro juntas como una piña pusieron su mano en la urna y la lanzaron al abismo diciendo:


-!!Adiós Cabrón!!

-Pero…¿Que han hecho…? les dije yo que las había seguido unos pasos por detrás…

- No se preocupe Señor, dijo Cayetana con gesto duro en el rostro, solo hemos ayudado a Oscar …

- ¿ Ayudado a Oscar….a qué? pregunté yo dirigiéndome a Cayetana que llebvaba la voz cantante.

- !! Ayudado a Oscar a que llegue más pronto al infierno !!

Y dicho esto, subieron las cuatro a la Limusina que arrancó inmediatamente y se alejó perdiéndose en la polvareda del desierto dejándome allí 
solo con cara de gilipolla.

fin

viernes, 22 de septiembre de 2017

ALBERTA DE ROCAFRIA

Alberta nació soltera y si ahora me decís que todos nacemos solteros, es que no me habéis entendido, pero si como yo cuando la conocí, que andaría cerca ya de la cuarentena analizáis su biografía, no podríais llegar a otra conclusión de que nació para soltera y no solo por lo que la naturaleza le dotó en su ADN, que fue mucho y singular, sino porque las circunstancias y avatares de su pasada existencia siempre facilitaron su inclinación a la soltería y al celibato cumpliendo el dicho de que quien nace para martillo del cielo le caen los clavos.


Cuando nació, Alberta ya era una niña extraña. Su madre, una acomodada viuda que había aportado al tardío matrimonio con su padre dos hijos extremadamente hermosos pero enfermizos y débiles de carácter además de un enorme patrimonio accionarial y el Señorío de Rocafría, una imponente propiedad campestre con una formidable quinta solariega que había ido creciendo por el sencillo método de agregarle piezas siglo a siglo y en cuya soberbia escalera central la parió sola y sin ayuda cinco minutos después del primer dolor sin tiempo siquiera de llegar a sus habitaciones.

Cuando el chalado de su padre con su despreocupado despiste habitual volvió al anochecer de su cátedra de física teórica de la universidad, la encontró muerta en un charco de sangre que se coagulaba a goterones escalones abajo hasta el recibidor, mientras la comadrona, que había recibido el aviso, lavaba y aseaba la escuálida y angulosa criatura a la que bautizaron Alberta como su madre en honor a la desafortunada finada.

Al hombre se le cayó el mundo encima y no tanto por el dolor de la perdida , creo yo, como por lo que se le avecinaba. Para criar a tres huérfanos y administrar aquel patrimonio que había heredado, debería renunciar a sus investigaciones y bajar de su feliz mundo teórico y sincrónico de átomos, neutrones y campos gravitatorios, hasta el imperfecto nivel del suelo para llevar cuentas, hacer papillas y limpiar culos.

Librarse con urgencia de la pesada losa que le tenía abrumado no fue la única razón por la que en pocas semanas el padre de Alberta se casara con aquella comadrona que acabó criándola. El hombre era despistado y tal vez ingenuo, pero de tonto no tenía un pelo y aunque adoraba la física, también apreciaba el físico y resultó que aquella mujer además de trabajadora y hacendosa, añadía a sus meritos el ser hija del contable y administrador del municipio y ser la dueña de dos poderosas y hermosas tetas que le atrajeron como atraen los polos de un campo magnético.

Alberta, se fue desarrollando en aquella ilustre heredad a la vez que los bellos e inútiles de sus hermanos mayores y a una pareja de hermanos pequeños , chica y chico, que tuvo a bien parir la tetuda comadrona en los pocos ratos que le dejaban hacer algo a la pobre mujer.

Al principio, se atribuyó a lo traumático de su parto el hecho de que fuera una niña tan seria. Alberta nunca lloraba ni se quejaba y tampoco mostraba tristeza o enfado, pero inquietaba un poco al personal que tampoco manifestara alegría alguna.

El hecho cierto es que la niña Alberta jamás sonreía, nunca parecía desear nada y lo aguantaba todo con tanta paciencia estoicismo y obediencia que como decía su padre: Nadie en su familia había hecho tanto honor al apellido Rocafria y es que su seriedad, sentido de la colaboración y de hacer lo correcto la hacían parecer un adulto disfrazado de niño.

Como si aquella niña intuyera de algún modo que el hecho de ser la única que era verdaderamente hermana de sangre de todos, le diera una autoridad moral sobre el grupo, solo fue cuestión de tiempo el que Alberta de Rocafría se convirtiera en la mano derecha y el apoyo de su madrastra en la difícil tarea de poner orden y paliar el caos de sus alocados hermanos.

Alberta no era poco agraciada, pero cuando llegó a la adolescencia su belleza angulada y pálida que ahora recordaría a una modelo de pasarela, no era nada apreciada en una época de redondeces, mejillas sonrosadas, ojos azules y bocas diminutas. Tampoco le ayudaba demasiado al éxito social su rostro inexpresivo que no trasmitía emoción alguna, ni lo poco que le agradaba dejar sus estudios y tareas y arreglarse para mostrarse en público en fiestas y saraos.

Así que, amigos, el que Alberta fuera soltera, no tenía nada que ver con su estado civil real porque Alberta de Rocafría pasó por varios y tampoco tenía relación con el grado de integridad de su himen, cuya única rotura, solo hizo que confirmarle que además de una molestia, el sexo era prescindible y estaba sobrevalorado y cuando digo que Alberta era soltera, me refiero a un estado mental que era independiente de los acontecimientos externos. Alberta de Rocafría era soltera porque no necesitaba nada de nadie, siempre había sido autosuficiente en lo emocional y no precisaba alimentarse del cariño o el amor de quienes la rodeaban sino que como una monja misionera o santa, encontraba en el celibato la energía necesaria para desarrollar lo que ella consideraba su destino, que no era otro que cumplir siempre cualquier tarea con diligencia y eficacia.

Lo insólito del caso es que Alberta se casó. Bueno, se casó de mala gana por imperativo familiar porque era lo que sociedad de aquel momento esperaba de una hija de buena familia cuya esmerada educación siempre había sido encauzada al "matrimonio con patrimonio" que debía ser su mayor meta en la vida y la culminación de su éxito personal y, fuera de este guión, cualquier intento de independencia económica o emocional de una mujer, era considerado entonces como un desvío mental grave sospechoso de neurosis.

Dios, remedió rápida y expeditivamente el descuido que había tenido en el plan vital de aquella muchacha cuando se la casaron mientras él andaba ocupado intentando solucionar cierto problemilla de masacres y gases letales en la llamada primera guerra mundial, que por cierto, le había estallado involuntariamente en otro desafortunado descuido porque con la llegada del siglo XX, la humanidad estaba tan revuelta que él ya no llegaba a todo y en su divina sabiduría ya se estaba planteando coger algún ayudante, si no a jornada completa, por lo menos en horario de mañanas que era cuando más trabajo tenía.

Así que, Alberta de Rocafría, a las pocas semanas de su matrimonio volvió a su hogar en calidad de viuda a cumplir con sus rutinas y seguir con sus extravagantes estudios de Derecho y Ciencias Económicas porque el primer obús que se disparó en el frente Turco de Gallipoli, fue a dar en la cabeza de su pobre marido, un joven y rico heredero cuyas posesiones lindaban con las de su familia y al que poco le faltó para que se fuera virgen al cielo.

Cuando al poco tiempo la tuberculosis hizo mella en el trabajado cuerpo de la madastra-comadrona y el Alzheimer se apoderó de la trabajada mente del físico, todo aquel caos de mansión le cayó a Alberta encima haciendo que en su interior aflorara la sagrada llamada al deber que debe atender todo héroe que se precie.

Había que verla como se transformó en una especie de madre superiora mística trabajando sin descanso con lógica, orden y eficiencia y sin una sola queja, pero sin una sola sonrisa, hasta que todo marchó como un reloj suizo.

Alberta de Rocafría hizo prosperar los negocios y con los réditos de su reverdecido patrimonio, casó bien a sus dos guapos e inútiles hermanos mayores, cuidó con esmero a los ancianos enfermos hasta que los llamó Dios a su seno, consiguió que los mas pequeños estudiaran buenas carreras con brillantes calificaciones, ah..y todo ello, sin dejar su formación en la que alcanzó un brillante doctorado.

Cuando Alberta de Rocafría consiguió por fin quedarse sola , sintió que su deber se había cumplido, cerro la mansión a cal y canto, y como una mariposa emprendió un aventurado vuelo a la búsqueda de tareas y deberes mayores.

Tal vez penséis amigos que la historia de Alberta carece de interés para vosotros o no os afecta, pero os equivocáis, porque quiso el azar que Alberta hallara su nueva misión en política y que tras divorciar de su nombre su aparatoso título nobiliario, su constancia y bienhacer en el partido, llevara en pocos años a la de Rocafría a ser la primera mujer Fiscal General de la Nación cuando por fin ganaron las elecciones.

Con Alberta, la delincuencia jamás sufrió un azote tan terrible del orden y la ley , las calles se hicieron seguras, las cárceles se llenaron de chorizos y corruptos y los negocios prosperaron libres de mafias y coacciones.

- ¿ Y en que nos atañe esto nosotros…? ¿ A qué viene esta historia..?

Pues muy sencillo amigos…!Ya os podéis echar a temblar! Su popularidad se hizo tan grande que ahora esa intimidante mujer, es nuestra flamante ministra de hacienda y tributos…



!! Y esa gran hija de puta nos está matando a impuestos !!.

viernes, 15 de septiembre de 2017

SAHARA


Cuando apareció en la fría noche del desierto la Luna llena iluminaba fantasmalmente las sensuales sinuosidades de las dunas . Yo estaba tumbado en la fresca arena y aquella fascinante visión se me antojó como la más bella imagen que jamás había visto y estoy seguro, que nunca volveré a ver. Aun hoy, aquel recuerdo es lo único que deseo guardar en mi memoria de todo aquello.

Era una figura de mujer luminosa y blanca casi espectral contra el paisaje plateado. Una amplia chilaba de seda blanca la cubría por completo y ondulaba con la brisa nocturna. Me sentí como un humilde pastor al que se le aparece a medianoche la virgen María en medio de un páramo oscuro y mientras caminaba pausada hacia mí , fui quedando fascinado por aquellos ojos de gacela que reflejando las claras arenas brillaban fulgurantes como dos pequeñas estrellas en el oscuro óvalo que enmarcaba su capucha.




Cuando llegaba ya hasta a mí y sin dejar de caminar dejó caer abandonada la prenda que la cubría que fue lentamente resbalando por su cuerpo acariciando su belleza mientras se deslizaba. Luego, mirándome desafiante a los ojos, Fátima me mostró sin pudor alguno la desnudez de su cuerpo canela. En mi vida había visto hermosura igual porque de Fátima por entonces solo conocía su rostro. La Luna, cómplice, iluminó entonces las hermosas curvas de sus pechos, de sus hombros, de sus caderas y de sus muslos con una suavidad que hacía sentir envida a las dunas que, eclipsadas, parecían apagarse a su alrededor.

Sobre aquel manto de seda blanca hicimos el más dulce y tierno amor sin decir una sola palabra mientras nuestras lenguas enroscadas como dos serpientes amenazaban con anudarse para los eternos saboreando el néctar de nuestras salivas. Luego, despacio y durante horas fuimos rodando hacia abajo por la interminable y suave pendiente dunar, incapaces de deshacer el velcro en que se habían convertido nuestras zonas más oscuras y rizadas que nos mantuvo fundidos como un solo cuerpo hasta que el frío del desierto y el terror por lo que habíamos hecho, nos hizo cubrirnos y permanecer abrazados en silencio avergonzados como Adán y Eva después de comer la manzana.

 El alba, nos sorprendió ya en nuestro sigiloso regreso a la "Jaima" con la esperanza de que Jalila no se hubiera despertado.

En todo el desierto del Sahara donde llegué enviado English  Journal of Geography and Nature para una larga estancia, solo Alí "El camellero", fue la única persona que logré que me ofreciera hospitalidad en su semienterrada y sucia "Jaima" que al abrigo de la gran duna que la protegía de las temibles tormentas de arena del Sirocco, se asentaba en el mismísimo ombligo del desierto a cien kilómetros del oasis mas próximo.

¿ Gratis …? !No!,! Que va…! ! El precio era obscenamente oneroso !. Solo la codicia avarienta de aquel desconfiado moro, que se creía devoto de Alá pero que no tenía mas dios que el oro, podía vencer su paranoico recelo para poder permitir vivir a otro hombre en su tienda junto a sus dos esclavizadas esposas Jalila y Fátima, sus esqueléticas cabras y la media docena de abúlicos camellos que eran su sustento junto a cierto escondido pozo de agua sucia con la que comerciaba inhumanamente aprovechándose de la necesidad ajena.

 Aquel bereber era un cabrón y no me refiero a un ovino macho y grande o alguien a quien su mujer adorna su cabeza con dos cornalones de toro manso y os diré, que con lo grande que es el mundo, en medio de la nada en ese puto desierto, fui a conocer a dos cabrones que coincidieron sus destinos sobre sus doradas arenas.

El primero de los dos naturalmente era Alí que era un autentico cabrón, es decir una subespecie de los hijos de puta pero más ladino y con mas mala leche con la eximente que le daba la adaptación a la supervivencia en aquel infierno de arena y roca donde los buenos y confiados no llegan a la mayoría de edad.

Pero… Alí, no era el más cabrón en aquel desierto. El segundo era verdaderamente entre aquellas dunas , el mayor cabrón que llegué a conocer, porque antes jamás lo había visto y no tenía eximente, ni justificación, ni perdón. Ese gran cabronazo….!Era yo!

La verdad es que cuando me encargaron el reportaje fotográfico sobre la huidiza y esquiva víbora cornuda del desierto, de cuya mortal picadura supo bien Cleopatra, jamás pensé que ese Sahara pudiera cambiar tanto a alguien.

¿Qué me pasó…? ! No lo sé!. Pensaba que era la fuerza telúrica de aquel lugar que se había ido apoderando contra mi voluntad de mi ser para sacar lo peor de mi mismo, porque estoy seguro de que no fueron las duras condiciones, ni la comida escasa y especiada, ni la leche de camello, ni la escasez de agua, ni la falta de sueño que acompañaba a la espera frente a un cebo de ratón de aquella serpiente de hábitos nocturnos, mi profesión de fotógrafo naturalista me había llevado antes a soportar condiciones límite incluso más extremas sin alterar mi mente ni un ápice, pero allí, sorprendentemente en medio de aquellas románticas soledades, brotó de mi algo maligno, que ahora después de lo ocurrido pienso, aunque nunca sabré cual de las dos, que alguna de aquellas dos mujeres me suministraba algún bebedizo de Mandrágora o Hachís en la comida para enloquecerme, porque cualquiera las dos tenían razones para ello.

La cuestión era que Fátima, una hermosa muchacha bereber apenas salida de la adolescencia estaba desesperada por escapar de aquella " Jaima ". Fátima, no se había podido adaptar al brutal abuso que Alí hacía de su cuerpo, ni a ser tratada con como una criada por su primera esposa Jalila
Pero… no solo Fátima pudo ver en mí una tabla de salvación. Jalila , la primera esposa de Alí y veinte años mayor que Fátima, era una tuareg tatuada, violenta y menos agraciada y  resultó que Jalila, muerta de celos, estaba desesperada por perder de vista a aquella joven rival y en su resentimiento  también pudo ver en mí el instrumento que necesitaba para sus intereses.

Cuando Alí tranquilo a pesar de mi presencia en su Jaima viajó durante algunas semanas hasta el valle de Bilma con la caravana anual de la sal pensando que sus enfrentadas esposas se vigilarían la una a la otra, fue cuando me fui enamorando de Fátima.

Durante las largas y calurosas tardes que pasábamos a solas bebiendo te con hierbabuena entre cojines y alfombras con la intencionada anuencia de Jalila que deliberadamente desaparecía fingiendo otras tareas, Fátima, con sus miradas insinuantes, sus risas coquetas y sus mil atenciones, logró que me olvidara de que era la mujer del prójimo que me acogía y de que yo era un hombre casado con hijos y responsabilidades, para pasar a ser el objeto de mi obsesivo deseo y la dueña absoluta de mis pensamientos.

Al fin, una noche tiempo después de nuestro primer encuentro nocturno en las dunas, Fátima acudió de nuevo a mi puesto de observación y en su macarrónico francés me dijo:

-Tenemos que huir amor, Jalila hablará, Alí está al caer, nos matará a los dos y nadie encontrará nuestros cuerpos.  !Rápido, coge tus cosas y ven!.

Fátima me esperó en un roquedo cercano con los dos viejos camellos que se habían quedado con las cabras cargados con agua y provisiones. Cuando llegué a su encuentro, me ordenó levantar un pedrusco que daba a la oquedad donde Alí guardaba todo el dinero y oro que tenía y me exhortó a cogerlo todo.

Mientras yo lo hacía sin presentar oposición alguna no me reconocía a mi mismo porque os diré, que no sentí el menor escrúpulo ni remordimiento en convertirme en ladrón por primera vez en mi vida y cargué todo aquello, lo repartí entre los dos camellos  y antes de perdernos en las tinieblas de la noche sin luna, tal vez para acallar mi conciencia, dije en voz alta:

-! Vámonos! ,!! El que roba a un cabrón tiene cien años de perdón !!

Curiosamente, después de convertir a un cabrón en cabrón robándole la mujer, no me sentía mal dejado en la más absoluta miseria a quién no me había hecho nada mas que darme su hospitalidad.

Llegamos medio muertos al cabo de una semana al puerto de Tripoli. Fátima permanecía en pié vigilante guardando nuestro tesoro y nuestras pertenencia mientras yo en una ventanilla, sin pensar siquiera los problemas que inevitablemente nos esperaban en Europa, luchaba con el idioma para obtener los pasajes del barco que nos iba a llevar hasta allí.

Cuando al fin me di la vuelta con una sonrisa triunfal agitando brazo en alto los dos pasajes, la sonrisa se me heló en los labios. Donde debía estar Fátima, no había nadie…!nadie…!!ni nada…!.

En ese momento como si despertara de un sueño o saliera de un trance, todas las maldades que había cometido en aquel maldito desierto, se me vinieron encima dejándome abatido. 

Como pude, esbocé una amarga sonrisa y en voz baja dije:

-!Vuela paloma del desierto…!.!Vuela libre…!. Al fin y al cabo… " El que roba a un cabrón tiene cien años de perdón…"

FIN.