viernes, 31 de julio de 2015

UN VIAJE AL SUR

Cuando Mariano llegó a Fez aquella mañana de abril, supo que la ilusión le volvía a visitar tras meses y meses de abulia y apatía. Desde la loma, los tejados de cerámica verde de las mezquitas que salpicaban aquella antigua ciudad imperial del Magreb, brillaban como esmeraldas proclamando a los cuatro vientos la grandeza del islam.

Desde una de las torres de piedra cubiertas de azulejos del almuecín, alguien llamaba a la oración con una voz más parecido a un lamento que a un canto.

Como tantos y tantos pintores españoles, Mariano había huido al sur en busca de la inspiración de un mundo distinto y mas autentico que el nuestro. ¿Lograría una "etapa mora " en su pintura que le rescatara del olvido cuando sus huesos no fueran más que calcio y polvo gris?. Su corazón batió impaciente por sentir el influjo de caóticas calles de la medina.

Cuando cruzó las doradas puertas ojivales de las murallas dejando fuera el inclemente calor del sol africano, se coló de inmediato en un mundo fresco, sombreado y laberíntico, donde la línea recta parecía olvidada y la estrechez imponía su dictadura.Las callejas, de apenas una braza de amplitud, forzaban a las gentes a deambular en filas para permitir el paso de los pequeños burritos que cargados de mercancías, suponían el medio de transporte más eficaz en aquellas angosturas.

Los rayos del sol, burlaban la vigilancia de los cañizos y toldos que, como celadores colgados de los pisos superiores, intentaban impedir que penetraran hasta el fondo en la penumbra las doradas proyecciones escapaban al fondo de las callejas como fugitivos creando así un raro ambiente de contrastes y claroscuros que iluminaba a manchones irregulares los tenderetes de especias y frutas y delataban en su trayecto el polvo de las callejas sin pavimentar que solo debían su lisura al trabajo de siglos de pisadas.

Los bazares desordenadas y exóticos de cuyos dinteles colgaban atractivos productos de artesanía de bronce dorado y cobre rojizo, parecían estar excavados en las paredes de un desfiladero y en su interior, silenciosos y fantasmales, los oscuros bultos indefinidos de tela con forma humana de sus propietarios parecían espiar con desconfianza.

Una monótona música mora se escapaba con sordina desde la radio antigua de algún pequeño café que con sus mesas redondas llenas de vasos de té con hierbabuena, se abría en alguna plazuela dando respiro a tanta constricción.

La cámara de fotos de Mariano funcionaba enloquecida como si fuera autónoma. No era apenas necesario buscar ni encuadrar. Todo era bello, raro, insólito o extravagante. Cualquier punto enfocado era digno de recordar y junto a las imágenes, los olores a especies, a cuero, a estiércol, a orina, a pan recién hecho, a tabaco, o a perfume de pachuli, hubieran podido guiar con exactitud a un ciego por aquel caos.

Tras medio día de vagar sin descanso por aquella madeja urbana, Mariano perdido ya, cansado y hambriento se sentó en un pequeño banco de pierda, al lado de un puesto de dátiles que encontró en el tranquilo fondo de un callejón sin salida. Los frutos de las palmeras, reposaban desordenados en preciosos montones piramidales coronados por pequeños carteles con el precio en árabe . Mariano compró media docena de dulces dedos de ámbar y un vaso de kéfir, se lió un peta de hachís y se dejó caer su espalda contra el muro mientras dejaba que el efecto del mismo agudizara más sus sentidos buscando la inspiración. 

Fue entonces…justo entonces.. cuando levantó la cabeza y lo vio. La visión podía resumir toda la autenticidad de aquel zoco. El hombre estaba metido en una especie de mazmorra con una puerta de tablones pintados a la que la luz arrancaba un enigmático color índigo. Sentado en una banqueta y rodeado de pellejos polvorientos, apenas se le veía la cara completamente abstraído dando puntadas al cuero cárdeno de una sandalia. Totalmente concentrado, el mundo se hubiera podido caer a su alrededor sin arrancarle un pestañeo. La capucha del su chilaba de rizo de rayas verde islam le caían sobre la cara y cubrían blandamente su cuerpo del que junto a las manos, solo se le adivinaban unos pies roñosos metidos en unas sandalias mas viejas que él, que tal vez heredó de su abuelo nómada . Pese a lo pardo, el mugriento color indefinido que debió ser blanco en su origen conseguía destacar sobre un fondo en penumbra donde las sandalias polvorientas parecían dormitar desde el tiempo de la guerra. Aquella imagen terminó por transportar el alma de Mariano hasta otro mundo lejano y medieval…

Había encontrado el tema. El pintor estuvo seguro . Aquello resumía todo lo visto y tras mirarlo casi media hora hasta memorizar cada detalle tomó un apunte a carboncillo , sin que el hombre en ningún momento levantara la mirada y luego lo fotografió cuidadosamente. Por hoy tenía lo que había venido a buscar. Las musas de lo antiguo y de lo autentico le habían sonreído como lo hicieran con los antiguos maestros….

Mariano descansó en el hotel con las persianas bajadas en una maravillosa y dulce siesta en la que noto satisfecho sus piernas cansadas. Cuando remitió el calor salió al bulevar a pasear entre dos luces. El tráfico era caótico..de pronto, oyó aproximarse el sonido del motor de un vehículo , se trataba de lujoso todoterreno negro brillante y cristales opacos del que salía una música de rock infernal. Luego, sintió el roce de su carrocería en su costado y entonces notó el golpe, el tirón de su mochila enganchada en el espejo retrovisor del coche de aquel energúmeno que circulaba como si fuera miembro del parís- Dakar. El tremendo porrazo lo lanzó al suelo varios metros y el vehículo no tuvo mas remedio que frenar brutalmente para no atropellarlo.

Conmocionado aun, oyó lejanamente como el conductor, dejando la puerta abierta del vehículo, había bajado del coche y corría a auxiliarlo gritando y profiriendo todo tipo de interjecciones en su idioma ininteligible .Cuando pudo levantar la vista, el corazón se le cayó a los pies… Era el zapatero mugroso de las rayas verdes que trataba de ayudarle sin soltar el móvil que llevaba pegado a su oreja con dos percings , unas gafas de sol macarrónicas y un tatuaje en el cuello

Para Mariano, allí acabo el viaje.. el peregrinaje…la aventura…la búsqueda…el periplo… Dos días después, el avión lo traía de vuelta desde Tánger. Lo había intentado, pero no había podido continuar…. se había roto la magia , ya no pudo creerse nada en aquel país…. todo le parecía un inmenso escenario de cartón piedra donde los actores se maquillaban de mugre y se vestían como los pajes de los reyes magos… Mientras en su asiento, con el cinturón abrochado, borraba los centenares de fotografías de su cámara a la vez que pensaba con tristeza ,que él en su pintura, jamás tendría una " etapa Mora" que le sacara del olvido