lunes, 8 de junio de 2015

LA BALADA DE MANUEL

El lugar era el mismo de antaño. Era el canal que hacía de amarradero a las barcas de los pescadores y que llevaba al gran lago en el centro de aquella albufera . Sin embargo, Manuel lo contemplaba con un extraño sentimiento de irrealidad.

Verdaderamente, estaba precioso a la luz del amanecer que entre las brumas matinales, enfriaba el colorido de las embarcaciones dándoles un aspecto elegante y misterioso.

Pero …! Allí no había vida ! ! No había nadie! ! Ni un solo pescador ! .!! Nadie !!.

El silencio se podía escuchar solo roto por el sonido grotesco de algún pato que volaba bajo estirando el cuello como un reactor de guerra. Manuel podía oir su propia respiración.

El hombre miró hacia su barca. Pensó que aun estaba bonita a pesar de su abandono. Hacía algunos años que aquel lago estaba muerto. Los vertidos industriales se habían impuesto a la necesidad de los que vivían de la pesca. El "Progreso" se había cobrado otra víctima inocente en su lucha con la naturaleza.

Manuel se había acostumbrado a no salir a faenar con las primeras luces, pero a lo que no había renunciado aun, era a ver la salida del Sol entre los juncos. Manuel pensaba que, el resto del día, aquel astro era solo un planeta. Pero a esas horas, para él, el Sol era un ser vivo, una inmensa yema de huevo que estallaba salpicando de amarillo y dando vida a todo lo que pillaba.

Un largo restregón en su camal, le sacó de sus pensamientos. Era "Perla", su pequeña perrita ratonera, que moviendo su rabito llamaba su atención como hacía siempre que lo veía triste. La miró, le acarició la cabeza y recogió al instante una brizna de consuelo de sus pequeños ojos ambarinos. ¿Qué haría tu amo sin ti pequeña ? ! Vámonos ! que al que veníamos a ver ya lo hemos visto y a mí el cuerpo me anda pidiendo un " lingotazo " de Cazalla.


Luego, Manuel , encendió con parsimonia un caliqueño retorcido y seco. Se encasquetó su viejo y ajado sombrero de paja. Puso al animalito en el cajón de atrás del viejo Vespino lleno de mugre y rumbo a la taberna, se perdió pedorreando por vieja la senda que surca los arrozales dorados del septiembre levantino.