martes, 27 de enero de 2015

HACKIM

    Cada día que el amanecer me sorprende faenando en mi barca, miro hacia  el horizonte buscando la salida del Sol. Cuando, como un río dorado, su reflejo alcanza a iluminar la borda blanca de mi embarcación, entonces, y solo entonces, sin soltar la mano del timón beso el madero barnizado que sostiene la carlinga, y con el sabor a salitre aun en mis labios doy gracias por todo lo que tengo.

     Pero debo ser sincero, no he sido siempre así de agradecido con la vida. Durante mucho mucho tiempo, de madrugada en el muelle pesquero, tiritando por el frío de la noche, he subido  a bordo de la barca de mi padre maldiciendo mi suerte, para preguntarme con amargura a cada instante de la jornada .

      ¿Qué coño hacía un doctor en derecho pasando trabajos y penurias, luchando con las engorrosas redes , llenándose las manos de escamas resbalosas e hiriéndose los dedos con las espinas traicioneras de las Escórpas, mientras los vientos y las marejadas zarandeaban mi cuerpo ?.

      Si, tal vez no fuera culpa de mi carácter, porque en el pueblo otros jóvenes sentían algo parecido, como Manuel, el hijo del porquero , un arquitecto que, cubierto de mierda echaba de comer a los gorrinos al amanecer pensando en morirse allí mismo, o Luis, un topógrafo que se deslomaba la espalda lleno de resentimiento descargando los cajones de pimientos en el mercado , o Toni, el hijo del alcalde, que había estudiado ciencias  económicas  y que ya se había tragado dos veces un tubo de pastillas intentando dejar de  languidecer como conserje del consistorio.

      Éramos la generación del desencanto, de la decepción, una generación que fuimos fruto de una época que fue un espejismo, una ilusión, un engaño que llevó a nuestros padres,  que con la explosión turística del pueblo y la construcción habían medrado un poco, a gastar lo que tenían y lo que no tenían , en la educación de sus hijos para que fueran "alguien" en la vida y lograran lo que todo español pensaba que era el anhelo de su vida : ganarse la vida sin callos en las manos.
   
      Luego, con la caída del "castillo de naipes" , la realidad  siempre tozuda, nos hizo pensar que habíamos vivido en un país ficticio, y nuestra preparación se convirtió en  una rémora, un peso, un recordatorio del fracaso de nuestras expectativas que incluso hacía sonreír con sorna a los más pobres del pueblo.

      Pero un día, Hackim entró en mi vida como la luz entra en una bodega cerrada e ilumina sus negras paredes  mostrando la belleza de sus  sillares. Jamás llegaré a su perfección porque ya soy mayor para eso, pero observarlo me ha enseñado a vivir.

      Él era y es un "moro" , pero no un moro al uso. Hackim es muy creyente pero no de esos de babuchas Corán e intolerancia con el cerdo y el alcohol. Cuando vino a pedir "faena" a mi barca una mañana de verano  que descargábamos sardina,  Hackim era muy joven, apenas un niño que venía de la nada. Estaba tan delgado, que sus ojos castaños y algo femeninos le ocupaban toda la cara brillando con descaro y sus brazos canela obscuro parecían ramas secas y su pelo estaba  tan rizado y polvoriento que parecía canoso. Pero su sonrisa, mostraba  dos hileras de dientes blancos como la cal de la ermita, e irradiaba la alegría y felicidad de haber llegado al paraíso que Ala les había prometido.

      Si, Hackim venía de la nada, porque venía del corazón del desierto. Su familia de nómadas camelleros era la prueba de que el ser humano puede vivir casi de la nada. No sabía siquiera de donde era, porque en aquella arena ardiente, no se aventura ningún funcionario a plantar un tocón y menos a inscribir en un libro al trozo de carne cobriza que su madre pario en la alfombra de la tienda entre tender la ropa y preparar el cous-cous de la cena . Se le había enseñado que la felicidad no estaba en las cosas, sino en el interior de uno.
      Se le había enseñado a respetar y escuchar,  y a ver las alegrías y  gozos y  las desgracias y  las penas como partes inevitables de la existencia, con la íntima aceptación de que en la arena toda luz produce una sombra. También se le había enseñado a reír y ayudar a los demás, y a amar el vacío en el horizonte y la inmensidad en el cielo de las frías noches. y sobre todo, a dar gracias a Dios simplemente porque le permitía vivir.

      Pero aquel milenario modo de vida, se había acabado. Las carreteras y los camiones terminaron con las invisibles rutas de las caravanas . Uno puede vivir con poco, pero no con nada y su padre, con lo poco que le dieron por los camellos, había logrado meterlo en una patera que lo alejara de allí.

      Cuando Hackim , mortalmente asustado  porque no sabía nadar y  la mayor cantidad de agua que había visto era un charco sucio en algún perdido oasis, vio el mar por primera vez desde la patera , se serenó al instante. Fue un flechazo. Se enamoró inmediatamente de él , de su inmensidad, de su silencio y de su glauco infinito y de aquella tranquilizadora línea recta que dividía dos azules del cielo y del mar.

       Como un niño huérfano que buscara a su madre en otra mujer, creo que en su corazón , el mar ocupó el hondo hueco que había dejado la enormidad del desierto.

      Desde entonces,  jamás se ha separado de él, a pesar incluso que casi lo mata cuando aquel hijo de puta que los trajo, los soltó a doscientos metros del faro de cabo Pagel jurándoles que harían pie en seguida. Milagrosamente, Hackim se salvó de ahogarse gracias a un fardo de ropa de algún desgraciado, que Alá le envió cuando, agotado de bracear, comenzaba a tragar el agua salada que jamás había probado. 
pero cuando Hackim se tendió en la arena  de la orilla más muerto que vivo, comprendió que la energía del poderoso mar era tan obra de su Dios como la fuerza telúrica del desierto.

      Ahora el muchacho vive en mi barca, no come más que el pescado de morralla que nos sobra, y solo sale un rato algún domingo a tomar una cerveza. Le permití quedarse en ella cambio de limpieza y vigilancia y allí ,con su transistor, no estaría en un palacio más a gusto que entre sus cuerdas y aparejos. Todo lo que le doy lo envía a su familia y vive con alegría el presente como si no hubiera un mañana. Solo a veces, lo veo dejar de sonreír. Solo se pone serio cuando reza y desde mi cabina cuando me quedo a repasar las cuentas y la tripulación ya se ha marchado observo como se arrodilla para arreglar las redes, y se afana limpiándolas y desenredándolas con cariño, pero... de cuando en cuando, murmura bajito agradeciendo de lo que tiene, mientras  baja  su cabeza en dirección a la meca apretando su frente contra las mallas  hasta que su enrejada grafía le queda  marcada en su frente.

     Sé que algún día Hackim se irá y yo lo sentiré.  El no lo sabe, desde su humildad, ni siquiera sospecha lo que me ha enseñado. Pero la misión para la que Alá o Dios o quien quiera que haya ahí arriba me lo envió, ya la ha cumplido.

domingo, 18 de enero de 2015

EL MISTERIO DE LA CASA VERDE

¿Sabes?, nadie sabe de verdad lo que pasó en la "Casa Verde". Ahora, venimos en las soleadas mañanas del  invierno levantino a la Albufera a pintarla o tomar algunas fotos, ignorando su leyenda que ya se ha diluido entre las brumas del olvido.
Creo que solo yo, bien entrado el siglo XXI, conozco el misterio de la tragedia que encierran sus muros abandonados. De aquello, apenas queda algún recuerdo entre los viejos del pueblo que logró  pervivir del manto de tierra que se echó sobre aquél asunto.
¿Qué como lo sé? , la historia me la contó mi abuelo Visent muchos años después, cuando la parca le iba rondando. el yayo Visent estaba muy agradecido a Las Francesas y siempre mantuvo silencio de lo que sabía.
Nadie sabe, ni siquiera él al principio, como llegaron aquellas dos mujeres a la "Casa Verde". Una perdida construcción en medio de los arrozales, al borde de uno de los cientos de canales que desde el gran lago, apenas separado del mar por una estrecha manga de pinares y un par de compuertas, surcaba a lo largo una legua hasta el pueblo al otro lado que lado de las marismas.
Corrían los años cuarenta del siglo pasado, Europa estaba en guerra asolada el Nacísmo  y la España de Franco destrozada tras la contienda civil. El pueblo, tras las dolorosas purgas políticas, estaba bajo el yugo del fascismo victorioso y la iglesia intransigente, dominado por el revanchismo y la beatería.
Cuando alguien preguntaba, Margot y Corinne decían que eran hermanas y habían venido huyendo de la guerra a aquella casa que habían heredado. Pero mi abuelo siempre supo la verdad ; Eran amantes , y comunistas, y habían salido por pies de la Francia catalana cuando la Gestapo ya les pisaba los talones. Tomaron a mi abuelo para trabajar los arrozales cuando, sospechoso de desafección al régimen, nadie le daba trabajo. 
Con el tiempo, el dinero que  habían traído se acabó y los arrozales no daban para vivir, así que se hicieron putas. ¿Putas? ¿Cómo que se hicieron putas?. Si, se hicieron putas y la "Casa Verde" se convirtió en el burdel más insólito que pueda imaginar, allí en medio de la nada, aislado, rodeado de agua y brumas, solo se podía acceder con las barcas o por una minúscula senda por la que apenas cabía un asno, montaron un lupanar de solo dos putas.
¿Éxito? El éxito fue total. ! Imagínate! , Dos francesas de buen ver, con la coquetería gala y la sabiduría sexual desinhibida del país del amor, en medio de una sociedad pacata y reprimida. Pronto comenzaron a llegar de todos los lugares del lago, los hombres perchando sus negras barcas que dejaban amarradas a los postes clavados junto a la orilla. A veces, incluso haciendo cola, los hombres aguardaban pacientemente sentados en sus barcas fumado y bebiendo de la bota, y escuchando la música de acordeón que salía del interior, mientras les llegaba el turno de hacer lo que jamás hubieran soñado hacer con sus mujeres.

Aquel trajín no tenía descanso: Pescadores del Palmar, arroceros de Sueca, labradores del Perelló , cazadores de Valencia que con la excusa de tirar algunos tiros a los patos se allegaban los domingos al lugar, Incluso algún gerifalte capitalino, deseoso de probar aquellas delicias prohibidas de la Galia, acudía de incógnito al atardecer.
Aquellos pequeños cuerpos no conocían el descanso. Mientras, mi abuelo se preguntaba de que material tendrían hechas su partes intimas para aguantar lo que aguantaban  siempre sonriendo sin perder un ápice de su simpatía y haciendo felices a aquellos desgraciados. El cree que ellas gozaban de ver la alegría de aquellos ignorantes en sus miserables vidas.
 ¿Qué como  acabó aquello? ! pues mal !. !Rematadamente mal!. El escándalo se destapó; Lesbianas, comunistas y putas  ! Aquello no podía acabar bien!  No se descubrió por boca de los clientes, que mantenían la cosa en el secreto más absoluto como la "ley de Omertá" de la Mafía. Pero, tras un par de años, fueron las mujeres. Si, Las mujeres  del pueblo que habían notado que llegaba menos dinero y pescado a sus casas, las que junto al intolerante párroco destaparon el pastel. Los hombres, pagaban muchas veces a las francesas en especie con el pescado, el arroz, las hortalizas o  los patos y fochas que cazaban, que Margot antes del amanecer, primero en barca y luego en tartana , se encargaba de llevar a vender a los mayoristas del mercado de Ruzafa.
Sus cuerpos no se encontraron jamás, probablemente yazcan enterrados en el fondo del lago bajo un metro de tarquín negro, lo que dio pie a decir oficialmente a las autoridades que habían vuelto a su país. Pero mi abuelo cuando entró esa mañana en la "Casa Verde", la encontró revuelta, aun vio sangre en las arrugadas sabanas, señales de antorchas apagadas y alguna que otra pintada de símbolos fascistas en los muros del patio. En aquella época cruel, la gente no se andaba con chiquitas.
Nadie ha vuelto a habitar la casa verde. la maldición cayó sobre ella. Los hombres tristes y resignados procuraban volver al pueblo con la luz del día porque al anochecer, decían a veces haber oído voces en francés, melodías de acordeón, un hilo de humo de la chimenea o incluso alguna luz rojiza. también alguien había oído ladrar a aquel  pequeño perro ratonero que les avisaba cada vez que llegaba una barca y que encontraron colgado de una higuera el día de la tragedia.
Si Amigo, así era aquella España; cruel, pacata e ignorante. Han pasado ya 70 años, pero incluso ahora, cuando todos vienen a disfrutar de la belleza de estas soledades, un terrible escalofrío recorre mis entrañas.