Era una mañana soleada del otoño levantino. La luz era
cegadora. El caprichoso viento de poniente alisaba el mar, traía olores
herbáceos de tierra adentro, y definía los
perfiles y colores que la humedad normalmente atenuaba, transformando así el
día, en una deliciosa rareza para el que lo supiera apreciar…. Alfonso, tras un pequeño escalofrío en su
espalda se sintió arropado como cuando
se ve la ventisca desde un ventanuco junto al fuego. Entre culpable y
reconfortado, pensó en su tierra que en ese mismo instante, estaba siendo
castigada por un temporal atlántico. miraba el inmenso azul del mediterráneo sentado
en la terraza semiderruida de aquel Riau-riau,
una antigua casa de labranza típica de
estos parajes , situada en lo alto de los peñascos de un abrupto cabo
alicantino de la costa blanca . Abandonada por sus dueños años atrás, Alfonso
pensó que sus ancianas almas, aun debían habitar entre las paredes blancas de
cal y los desconchones de sus bajos arcos coronados por el tejado moruno, resistiéndose
a creer que había un paraíso mejor que aquel.
Los pinos mediterráneos, tan
inútiles como bellos rodeaban las ruinas con su verde amarillento casi irreal y
luchaban contra la gravedad con sus
troncos retorcidos y sus raíces serpenteando entre las rocas y agarrándose a
ellas con desesperación, para no caer en el abismo azul que rumoreaba allá abajo,
en fondo, donde las aguas son azul obscuro y la espuma muy blanca. Los bancales
cercanos de olivos y algarrobos, descuidados y llenos de zarzas , tenían la
belleza de lo abandonado, de lo que la
naturaleza tozudamente reclama de nuevo para sí.
Las Vacaciones tomadas en otoño por necesidades de su
empresa, estaban resultando más hermosas y placidas de lo esperado. La
temperatura no era lo agobiante del estío, y permitía excursiones a los sitios
más bellos sin el constante trajín de las carreteras saturadas de coches. La
soledad del caminante hacía que se encontrara consigo mismo sin filosofías ni
zarandajas, de ese modo simple y espontaneo que él tanto amaba. Así.., solos..,
frente a frente…. el hombre, y la tierra.
Allí bajo las arcadas frente a la terraza, pensaba en los
momentos felices que debieron disfrutar antaño todas las generaciones de sus habitantes apiñándose juntos alrededor
de un arroz de pescado. ¿ serían más felices ahora, en las ciudades, rodeados
de tecnología y seguridades?
Algo llamó su atención e interrumpió sus pensamientos…. Medio escondido entre las hojas, de la parra anciana y seca, colgaba un precioso racimo de uva roja, como un tesoro de púrpura y granate. Las tormentas del final del verano, debían de haber despertado a la vid, que con sus últimas fuerzas parecía querer animar a la casa, como se anima a una amiga, a superar la tristeza y volver a tiempos mejores…..Alfredo sintió la ternura del inútil esfuerzo, y pensó en lo que debió sentir Antonio Machado cuando escribió aquello de: Al olmo viejo en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido……
4 comentarios:
Uyyyyy ! que cursi...
Mira anonimo canalla, ya te voy conociendo,eres un puto sátiro, y si no va de "tias" no te gusta el cuento...
el racimo precioso precisamente estos días estoy comiendo ese tipo de uvas que tu describes tan bien POR OTRA PARTE HAS DESCRITO TAN BIEN COMO SE ENCONTRABA EL EN EL RIAU RIAU QUE ME HUVIERA GUSTADO ESTAR ALLI COMO EL TRINI
Muy bonito, me gusta
Vic
Publicar un comentario