domingo, 16 de febrero de 2014

EL RACIMO DE UVA ROJA

Era una mañana soleada del otoño levantino. La luz era cegadora. El caprichoso viento de poniente alisaba el mar, traía olores herbáceos  de tierra adentro, y definía los perfiles y colores que la humedad normalmente atenuaba, transformando así el día, en una deliciosa rareza para el que lo supiera apreciar….  Alfonso, tras un pequeño escalofrío en su espalda  se sintió arropado como cuando se ve la ventisca desde un ventanuco junto al fuego. Entre culpable y reconfortado, pensó en su tierra que en ese mismo instante, estaba siendo castigada por un temporal atlántico. miraba el inmenso azul del mediterráneo sentado en la terraza semiderruida de aquel  Riau-riau, una  antigua casa de labranza típica de estos parajes , situada en lo alto de los peñascos de un abrupto cabo alicantino de la costa blanca . Abandonada por sus dueños años atrás, Alfonso pensó que sus ancianas almas, aun debían habitar entre las paredes blancas de cal y los desconchones de sus bajos arcos coronados por el tejado moruno, resistiéndose a creer que había un paraíso mejor que aquel. 
Los pinos mediterráneos, tan inútiles como bellos rodeaban las ruinas con su verde amarillento casi irreal y  luchaban contra la gravedad con sus troncos retorcidos y sus raíces serpenteando entre las rocas y agarrándose a ellas con desesperación, para no caer en el abismo azul que rumoreaba allá abajo, en fondo, donde las aguas son azul obscuro y la espuma muy blanca. Los bancales cercanos de olivos y algarrobos, descuidados y llenos de zarzas , tenían la belleza de lo abandonado, de lo que  la naturaleza tozudamente reclama de nuevo para sí.
Las Vacaciones tomadas en otoño por necesidades de su empresa, estaban resultando más hermosas y placidas de lo esperado. La temperatura no era lo agobiante del estío, y permitía excursiones a los sitios más bellos sin el constante trajín de las carreteras saturadas de coches. La soledad del caminante hacía que se encontrara consigo mismo sin filosofías ni zarandajas, de ese modo simple y espontaneo que él tanto amaba. Así.., solos.., frente a frente…. el hombre, y la tierra.
Allí bajo las arcadas frente a la terraza, pensaba en los momentos felices que debieron disfrutar antaño todas  las generaciones de sus habitantes  apiñándose juntos  alrededor de un arroz de pescado. ¿ serían más felices ahora, en las ciudades, rodeados de tecnología y seguridades?

Algo llamó su atención e interrumpió sus pensamientos…. Medio escondido entre las hojas, de la parra anciana y seca, colgaba un precioso racimo de uva roja, como un tesoro de púrpura y granate. Las tormentas del final del verano, debían de haber despertado a la vid, que con sus últimas fuerzas parecía querer animar a la casa, como se anima a una amiga, a superar la tristeza y volver a tiempos mejores…..Alfredo sintió la ternura del inútil esfuerzo, y pensó en lo que debió sentir Antonio Machado cuando escribió aquello de: Al olmo viejo en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido……

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Uyyyyy ! que cursi...

Francisco Ballester Monfort dijo...

Mira anonimo canalla, ya te voy conociendo,eres un puto sátiro, y si no va de "tias" no te gusta el cuento...

Anónimo dijo...

el racimo precioso precisamente estos días estoy comiendo ese tipo de uvas que tu describes tan bien POR OTRA PARTE HAS DESCRITO TAN BIEN COMO SE ENCONTRABA EL EN EL RIAU RIAU QUE ME HUVIERA GUSTADO ESTAR ALLI COMO EL TRINI

Vic dijo...

Muy bonito, me gusta
Vic